jueves, 26 de junio de 2014

Y


      ¿Qué harías si apareciese ante tus ojos en este mismo momento? ¿Qué harías si me asomara a tu vida ya no como un fantasma, ya no como un entretenimiento de tus noches solitarias? ¿Si me parara frente a vos para que me eches de tu lado, para que renuncies en mi cara y definitivamente a la posibilidad de que te escriba y te quiera a los gritos adelante de todos haciendo este penoso papel de un Cyrano subdesarrollado y fuera de época? Decime la verdad, ¿qué harías? Juguemos este juego de potenciales y posibilidades falsas. Juguemos a que se abre esa puerta cerrada con llave y candado que le has puesto a mis ganas y ahí estoy yo, el mismo que ya ni viste ni calza, solo (te) escribe, solo se sumerge en un mundo inventado para sí mismo tratando de conservar aunque sea un poco de todo lo que se pierde en el camino.
      Y entonces, se abre esa puerta, despacio, con ese misterio de película de suspenso mala, con bisagras que rechinan y le ponen una música disonante a este cuento enhebrado a última hora. La puerta se entorna y ahí estoy, sin flores y sin cartas, con la misma piel, con unos años más sobre mis espaldas, con la mirada hacia adelante mirando de frente el faro apagado de mis noches más oscuras. Y vos ahí parada, envuelta en una toalla, en medio de un baño interrumpido por la vida que a veces se aparece así, sin avisar, a darte un sopapo o una oportunidad más de comprobar que hasta los monstruos más feroces alguna vez lloran a escondidas.
      Pero no sé si soy capaz de hacerlo. Porque me he creído esta estupidez de quererte en las sombras y he terminado convenciéndome de que a veces hay que nadar en contra de la corriente y eso no significa perder el tiempo. Perder el tiempo sería mantenerme aferrado a la mentira de que te he olvidado. Perder el tiempo sería afirmar hipócritamente que he logrado remover el aroma de tu sexo de mis manos y que ya no me muero por pararme delante tuyo y decirte te quiero, y mirar como tu cara se desfigura, como el silencio se apodera del mundo, como me mirás tratando de recordar en qué momento fallaron la cerradura y todas las precauciones que tomaste, como das un paso hacia atrás, perpleja, agobiada, tratando de alejarte de un precipicio que te vino a buscar, a vos, la reina de la montaña, la augusta soberana del olvido; y el siguiente paso es hacia adelante compensando el anterior, llevándote al lugar donde estabas, cerca del borde, a punto de caer, y ahí, sin poder luchar un segundo más, se rompe el candado y saltan las bisagras y la toalla cae al piso y lo que sigue es una caída libre, un torrente que arrastra el orgullo y las vergüenzas y los miedos y las mierdas que nos cubren cuando tratamos de negar que nos morimos de ganas de querernos aunque sea un rato, hasta que la muerte o la vida nos separe y nos digamos otra vez adiós, o sin querer se nos escape al oído “quedate conmigo un rato más”.
      ¿Alguna vez lo pensaste? Yo lo he pensado una y mil veces, y en algunas ocasiones hasta tomé un abrigo y salí. Pero me volví y me senté en este mismo lugar y me justifiqué cobardemente alegando que era mejor acariciarte desde estas hojas mirando por la ventana esperando a que ese faro desprendiera en algún momento un destello aunque sea tímido. Pero eso nunca sucedió. Y ahora creo que escribirte ha sido solo un excusa para no saltar yo al precipicio, para tratar de salvar algo que ya no puede ser salvado, que se ha muerto de frío en alguna calle oscura, delante de una puerta con un candado que tiene mi nombre grabado. Pero, sin embargo, no puedo dejar de preguntarme, ¿qué harías vos si yo fuera capaz, si abandonara esta silla y dejara esta carta inconclusa ya mismo y

RR


Foto: Guillermina Raggio

lunes, 23 de junio de 2014

UN LUNES DESPUÉS DE ELLA



      Hay una historia detrás de cada partida, de cada retirada en medio de frases apocalípticas y promesas improbables. Existe un cúmulo de esperanzas que se contradicen con la realidad sin necesidad de indagar demasiado, la falsa sensación de retroceder para tomar carrera que siempre termina revelándose como una simple huida a la muerte por no soportar un destino sentenciado. Lo que para algunos son sólo insomnios para otros son noches desesperadas, sombras que se pasean en la oscuridad, un vacío lleno de nada.
      Es como un nudo en la garganta, como un grito ahogado en el medio de un bosque de eucaliptos, de esos que hay alrededor de la rotonda de la Virgen. Es como un cielo celeste para nadie, una noche estrellada que inspira sólo dolores. Es como el más bello de los valses en la soledad del silencio más angustiante. Es este mate humeante esperándote para que lo tomes y que, al final, se enfría solo dejándome sin la mágica posibilidad de besar tus labios indirectamente. Eso es, nada de otro mundo. Esas cosas simples que todos dan por sentadas y que en un abrir y cerrar de ojos se evaporan sin pedir permiso y nos dejan medio estúpidos preguntándonos por qué. ¿Por qué? Porque sí, porque la vida sigue pasando, a pesar de los dolores y de las alegrías, de las injusticias y de lo que creemos que debería ser. Y nada es como debería ser, sólo es.
      Vos, yo y ese inexistente nosotros somos nada más que esto: todo y nada al mismo tiempo, un te quiero ya olvidado y un montón de besos oxidados encerrados en el alma pudriéndose sin remedio. Y el tiempo que pasa (eso es inevitable). Esa es nuestra esencia, eso es lo que somos. Ni lo que yo te quiero ni lo que vos no; ni todo lo que te escriba a partir de ahora, ni nada de lo que hayas creído saber de mí hasta hoy; ni lo que me dolerá un día cuando ya no quiera, ni lo que te dolerá a vos cuando ya no puedas. Somos sólo un rato de este tiempo de hoy, el resultado de un ayer que brilla y seduce a la sombra de un mañana inexistente. No somos ni las canciones, ni las cartas; ni los aromas, ni los sabores; ni los calores del sexo, ni los fríos de las soledades, nada de eso, somos esto que se nos escurre entre los dedos como la arena, como tu pelo en mis manos en una tarde cualquiera, como un puñado de palabras al borde de tu aliento. No somos más que un intento, una chance, una apuesta, un estado de locura, una borrachera que será motivo de arrepentimientos futuros. Nunca seremos lo que queremos, seremos lo que podamos arrebatarle al orgullo y a la pedantería de creernos mejores que nosotros mismos, seremos todas las horas perdidas pensando en lo que quisiéramos ser y en cómo lograrlo, en el amor que buscamos y prometemos y conseguimos y destruimos, seremos un campo minado de errores y algunos aciertos más las trampas que nos hacemos para ocultarnos la verdad. Esa verdad que dice que vos estás de ese lado y yo de este y entre medio está el abismo.

RR 


Ilustración: mural de Claudia Tula Ninakerus

sábado, 14 de junio de 2014

PARA TU CIELO


a Natalia

      ¿Y quién soy yo para decirte ahora lo que tendrías que haber hecho? Hiciste lo que vos creíste que tenías que hacer y eso es todo, no hay nada para discutir. Pero sí dejame que lo lamente, aunque sea eso. Aunque sea dejame que me sienta pésimo por no haber podido estar un poco con vos, por no haber sabido que tenía que buscarte en vez de poner excusas, que tenía que arrimarme a tus penas y consolarte o, por lo menos darte un abrazo, un pellizco en el cachete y quedarme a tu lado un rato.
      No te voy a pedir perdón ahora, ¿para qué? ¿Para sentirme yo mejor? Lo único que puedo hacer es escribirte, agarrarme de esto que ahora me ocupa de día y de noche y regalarte un poco de lo que soy hoy con la esperanza de que llegue a vos de la misma manera que viene a mí, de la nada, de lo que duele y de lo que late, de lo que muerde y de lo que llora. Y si no estoy llorando ahora es porque no quiero, porque necesito decirte que no te fuiste sola, que por suerte ni así te fuiste sola, que te llevaste en tu equipaje algunos días míos, algunos de los más felices, algunos pequeños recuerdos y muchas de esas risas que me quedaron de vos.
      No quiero hacer de esto una carta de despedida porque no lo es, porque así como no creo en el siempre tampoco creo en el nunca. Ni siempre ni nunca, todo es lo mismo, todo es hoy y todo es pasado y prefiero creer que estás tranquila así y que la próxima vez que nos veamos vas a ser la misma, la más revoltosa de la casa, la más loca de todas las voces. Ya tendremos tiempo entonces de hacer las paces con esta vida de mierda que nos mata de a poco, que nos vende felicidades de plástico para hacernos sentir falsamente conformes con los agujeros que minan el alma y la dejan hecha un queso gruyere. Ya tendremos tiempo entonces, ahora no, ahora quiero terminar de escribirte y agachar la cabeza y llorarte un rato y maldecir la estupidez de ser uno más que te va a extrañar. Aunque vos no lo creas, aunque vos no lo sepas.

RR


miércoles, 11 de junio de 2014

UN AMOR, UNA VERDAD Y UN PUNTO


      
Y que Dios me perdone por lo que voy a decir, que el destino se apiade de mi camino cuando dé este último paso hacia el abismo. Esta es mi verdadera historia, y será lo último que ella sabrá de mí. Al finalizar el último párrafo de esta carta se levantará un punto final eterno como el silencio de los muertos, implacable y fatal. De ahí en adelante, mi vida será una caída libre sin fondo, una sucesión de horas muertas que pasarán en un reloj detenido para siempre. Siempre.
      Yo no soy quien dije ser, no soy ni siquiera quien fui. Yo sólo soy esto que se lee en penumbras, en la oscuridad de una habitación, al amparo de las miradas y las soledades que martirizan y desgarran el alma. Yo soy este que se retira agotado y vencido, vacío del carácter que se requiere para ir en su búsqueda, huérfano del coraje necesario para romper con los deberes del hombre respetuoso de las normas sociales que nos dicen cuándo, cómo y dónde. No soy más que un pusilánime sin ningún talento para escalar el monte de su vida, para machacarme los dedos en las rocas escalando la cumbre de su pecho, el más cálido de los valles que mis ojos hayan anhelado, el más dulce de los postres que pueden ser servidos en una cama, sus pechos de miel y sus pezones como cerezas rojas y tiernas.
      Esto es lo que soy, este tornado descontrolado de palabras que arrasa todo a su paso, que mezcla en un papel los delirios de un ermitaño sempiterno, de un pobre loco sin lugar en el mundo que nunca logró arrimarse a los suburbios de su mirada. Soy esto que se desangra en estas nadas totales, en estos todos que nada contienen; un zapato abandonado sin su par, un perro que no tiene ni dueño ni un alero para refugiarse.

      Porque decidí desnudarme y mostrarme sin disimular los defectos que me cubren, sin tratar de ocultar las miserias que me constituyen, sin máscaras ni disfraces. Y me senté en esta silla a escribir que si iba a quererla lo iba a hacer de la única manera que me era posible, sin miedos ni resguardos, así, a la vista de todos. Pero en ese plan de conquistar las oscuridades del desamparo de su ausencia, me perdí en estos trazos que se han vuelto el triste espectáculo que hoy será puesto en escena por última vez. Porque sólo logré enamorarme del pobre tipo que se enamoró de ella y que nunca pudo enamorarla. Fracasé estrepitosamente y fabriqué dignidades falsas para ir en su búsqueda, caminé el sendero de los errores una y otra vez repitiendo las mismas mentiras que decidí creer por no asumir la cobardía de decirle te quiero en la cara, en una noche como esta, cuando los ruidos se acallan y sólo se escuchan los aullidos de los amores que se buscan y no se encuentran.
      Y entonces, cuando ella finalmente se quede sola guardando las viejas cartas con lágrimas en los ojos, yo ya habré dejado ese mundo, habré decidido dejar de ser aquel personaje de cuentos falaces que golpeaba a su puerta para soportar el desprecio de sus ojos y tomar sus manos que me rechazaban y sujetar su cintura que me esquivaba y besar su boca que se abría como una flor después de la tormenta, húmeda y tierna; para arrancarle la ropa en el piso y verla sonreír mientras murmuraba en mi oído preguntas sobre un destino que finalmente nos juntaba y nos unía y nos acoplaba en un coito que se poblaba de estrellas y despejaba las penas y los demonios y le abría el telón a los actores verdaderos de esta tragedia que es la vida: ella y yo. Sí, ella y yo temblando de placer, aturdidos ante la posibilidad de habernos perdido en el infortunio de los malos entendidos, de las razones innecesarias, pero que ahora nos juntábamos como dos piezas de un rompecabezas al que siempre le faltaría algo.
      Llegó el momento, se terminaron todos los días, los pasados y los futuros. No hay otra cosa que este ahora que ya se fue. No hay para mí ninguna otra cosa pendiente más que decirle por última vez que la quiero, sin tiempos, sin demoras y sin apuros, sin nada que pueda predecir hasta cuándo o hasta dónde, sin necesidades ni obligaciones, sin explicaciones, sin excusas y sin razones. Así, muerto de miedo como estoy ahora, suicidándome en esta última carta, en estas palabras que desaparecerán del mundo y de su vida inmediatamente después de este punto.


RR


martes, 10 de junio de 2014

EL HABITANTE


      Pasá, ponete cómoda, podés dejar tu abrigo en cualquier lado que te guste. Perdoname que te haya molestado, te pedí que vinieras porque necesito tu ayuda. Vení, este es el lugar del que te hablaba, fijate bien, no sé si lo vas a notar, a mí me ha estado volviendo loco y no sé cómo manejarlo, no sé si es algo pasajero o vino para quedarse. Al principio creí que me iba a acostumbrar, viste cómo dicen: "el tiempo todo lo cura". Bueno, parecería ser que por acá el tiempo, o no pasa, o no cura. Porque aunque parezca que todo está en su lugar y que todo es como debe ser, aunque se vea el sol salir en la ventana y los días sucedan uno tras otro, nada es como parece. Esta realidad permanece inmóvil, detenida como una tarde de domingo gris. Hace pocos días vi pasar a un hombre de cara triste y lo detuve para consultarlo, para preguntarle si estaba al tanto de lo que pasaba, me miró con cara apesadumbrada, como descreído de lo que le decía o, más aún, creyendo positivamente que me había vuelto loco. Le hablé de esos amigos que han dejado de venir y que yo sospecho que es también por esto. Él solo me miró compasivamente y me devolvió una mueca tímida, de esas que reciben los desahuciados en su último momento. Más tarde comprendí que ese hombre era yo mismo, un reflejo fantasmal producto de mi delirio.
      Yo entiendo que todo esto te pueda resultar extraño, también lo es para mí pues nunca me había sucedido. Había escuchado hablar de cosas por el estilo, como esos cuentos que nadie cree, como esas historias que siempre le pasan a otro. ¿Será que en verdad he enloquecido? Vos tenés que saber qué es, vos sos la única persona que puede ayudarme, no puedo ya seguir así, se ha impregnado por todos lados, se ha adueñado de mis días y por las noches se pone peor.
      Todo comenzó aquella tarde, ¿te acordás? Recuerdo que cuando bajaste la mirada sentí algo extraño en el aire, algo que cobraba entidad dentro mío como un ser aparte, independiente de mis actos y de mis dichos, inmutable ante cualquier intento por tratar de controlarlo o, aunque sea, averiguar de qué se trataba, qué era eso que cubría todo como una niebla espesa, que envolvía mis palabras, que guiaba mis pensamientos, mis temores y mis anhelos. Cuando llegué a mi casa era imposible negarlo, estaba tan presente como alguna vez habías estado vos. Probé escribirte una carta en la que te comentaba esta situación pero nunca tuve respuesta. Entonces, escribí otra y otra más, cientos de ellas, hasta que dejé de hacerlo y me senté a esperar una señal, algo que me ubicara en este nuevo mundo en el que no lograba encontrarme. Finalmente, cuando nada parecía servir para esclarecer mis incógnitas y mis enigmas, decidí pedirte que vinieras.
     Y ahora que te veo a los ojos y se despeja la niebla y la música empieza a sonar de fondo me siento avergonzado, porque, debo ser sincero con vos: lo sospechaba. Supongo que me ganaba el miedo, el desconsuelo de tener que aceptarlo. Ahora ya está, ya no tiene sentido seguir tratando de ocultarlo o de disimularlo. Sabía que vos eras la única persona capaz de ayudarme. Porque ahora que estás acá no hay nada extraño, todo ha recuperado su luz y su orden cósmico, todas mis partes se han vuelto a reunir en mi cuerpo, todos los fantasmas han huido despavoridos, todos los miedos se han tornado esperanzas y todas las esperanzas se han hecho innecesarias. Disculpame por haberte hecho venir, no quiero demorarte por más tiempo, eso es todo lo que quería saber aunque ya lo supiese. Y también sé que cuando tu olor de mujer se vaya tras tus pasos aparecerá otra vez eso a lo que no lograba resignarme y que tendré que aceptar finalmente. Apenas cruces el umbral de mi puerta una vez más y dirijas tus pasos hacia el olvido, cada uno de los pedazos de mi vida se volverán a dividir y cada palabra que escriban mis manos se irán detrás tuyo y todos mis pensamientos y mis temores y mis anhelos tendrán en tu nombre su casa.
      Adiós, amor mío, ya no necesitaré hablar con nadie más sobre esto, podré dejar en paz a los amigos y a esos hombres tristes que caminan mis delirios y mis cartas, ya no me harán falta poemas esclarecedores ni canciones melancólicas, ya no serán necesarios ni brujos ni sacerdotes. Es tiempo de aceptar que esto es lo que tengo, que esto es lo que me ha quedado, que esto es lo que tendré que defender de la locura: la eterna ausencia de tu voz dulce, de tus pasos en la escalera, del desliz de tu ropa cayendo al piso liberando el ensueño de tu desnudez, de tu risa como un cascabel que despejaba las tristezas. Nada extraño había en mí, esto es lo que soy y de nada valdrá negarlo. Soy solo el habitante de tu silencio.

RR

 Foto: Andrea Alegre

viernes, 6 de junio de 2014

DE LO QUE HA QUEDADO (Una respuesta a una pregunta que nunca fue hecha)


       Y no... no ha quedado nada. Pero, ¿es que debería haber quedado algo? ¿Es que deberíamos haber armado un álbum de momentos buenos y momentos malos, de dichas y desgracias? ¿Es que acaso ahora nos sentiríamos mejor si pudiésemos abrir un cuaderno de tapa dura con anécdotas y fotos, con comentarios y dibujos? No, nos quedó nada, y mejor así. 

     Porque a mí me alcanza con verte en cada esquina, con sentir el sabor de tus labios en la bombilla del mate todas las mañanas, con ese arpegio con el cual arranca esa canción en tu nombre y que se forma automáticamente en mis dedos cada vez que agarro la guitarra. Y a vos te habrán quedado algunas cosas también y las habrás acomodado a tu gusto, aunque sea en ese armario abandonado en el fondo de un galpón al que ni el sol llega. 
     Está bien, no hace falta hacer un diploma de amor cumplido y colgarlo en una pared. No nos ha quedado nada y eso es bueno. Para no tener reclamos, para no tentarse con vueltas inoportunas y fantasmales, para no creer que podemos desenterrar el cadáver y volverlo a la vida. Dejémoslo ahí, él está bien donde está. Los milagros no existen, son sólo nuestros deseos vueltos esperanzas y con eso una condena. Dejemos que la orilla se limpie de recuerdos, que se borren las huellas en la arena para poder caminar nuevos tiempos, nuevas bocas y, quién te dice, nuevas palabras. Porque ellas son imposibles de remover, ese es quizás nuestro talón de Aquiles, el as en la manga del destino que cierra las puertas sin llave, por las dudas, por si se nos inunda un día la vida de tristeza o se nos quema el pecho de recuerdos. El destino tiene esas malas costumbres también. 
     Y a mí me dejó esta de escribir de a ratos, hacer de cuenta de que del otro lado hay una mujer con tu ojos y tu mirada que lee estas cartas para nadie, estos pedazos de fantasías tan reales que te sorprenderías si te confesara la verdad. Una verdad que tiene la mano en el picaporte ahora mismo y que lucha por abrir una puerta a la que sostengo trabada con realidades. 
     Así es, estas cartas no son más que los frutos dulces que han brotado cuando ya no quedaba nada y la pala descansaba a un costado. Tal vez te sorprenderías al enterarte de que el cuerpo que a mí me tocó enterrar no estaba muerto aún y se resistió empecinado en sobrevivir, y apeló a toda clase de recursos y bajezas para evitar que la tierra lo tapara. Y gritó hasta último momento y bregó por su inocencia con pedidos inútiles de justicia. Yo no podía detenerme a explicarle que no hay justicia ni castigo para estas muertes. Porque cuando el amor se termina, no importa si muere de causas naturales o asesinado a sangre fría, el único dato valedero es su muerte, y no hay excusas ni lágrimas que valgan. Y a rey muerto, rey puesto.
     Entonces, esto es lo único que queda, la satisfacción del deber cumplido, el cargador vacío, la cama deshecha y todo el olvido por delante para vivirlo y matarlo. Ahora se acaba esta carta y quizás sea la última. Y ya que me preguntás qué ha quedado de aquella historia de querernos, bueno, no ha quedado mucho que contar. En mi caso has quedado vos. Vos en el alma, en la carne, en las realidades y en las fantasías, en algunos acordes y en todos los silencios; vos y tu nombre escrito en la arena lisa y húmeda, debajo de los caracoles y las almejas, bailando con las olas y el viento. Me has quedado vos y esta verdad inoportuna empujando una puerta cerrada sin llave.

RR


Foto: Pablo Silicz

domingo, 1 de junio de 2014

HACER


Hacer.
Hacer es todo.
Hacé lo que quieras de mí pero hacelo, no te amedrentes, vamos, animate y hacelo.
Haceme pedazos si querés con tu indiferencia.
Haceme un nudo en el estómago dejando tu nombre escrito en algún lugar para que yo lo vea y haga de mis días un lugar donde guardar inútilmente los tuyos.
Hacé del tiempo tu capital e invertilo en hacer todo lo que su falta un día no te va a permitir hacer.
Hacé lo que debas hacer pero no te olvides de hacer lo que sientas.
Hacé todo y luego regaláselo a los desahuciados, a los que ya no tienen nada que hacer, para empezar de nuevo, para hacer lo que parecía imposible.
Hacé un bollito con tus sueños y probá de mandámelos en una cajita, te prometo que, al menos, trataré de hacerlos realidad.


Y haré lo que pueda.
Haré una casa de barro que sirva de cobijo pero que no nos ate, más bien que nos obligue a reconstruirla después de cada tormenta, hundiendo las manos y los pies en la tierra mojada para así curar todas las picazones del alma. Le haré un techo transparente para regalarte todos los cielos y todas las estrellas y todos los soles y todas las lluvias.
Haré una cama sencilla porque, al fin y al cabo, nosotros hacemos mucho con poco, y podremos hacer el amor hasta la madrugada o hasta el anochecer sin importar la hora.
Haré para vos un espacio abierto para que bailes con los ojos cerrados, para que vueles al ras del piso haciendo firuletes de sonrisas en mi cara.
Y cuando llegue uno de esos momentos en donde no hay nada que decir, haremos silencio. Dejaremos que las horas pasen mientras nos hacemos un paseo por los rincones más íntimos, ahí donde sólo se puede entrar cuando las bocas callan y se abren esas puertas que casi siempre están cerradas. Y entonces las abriremos y cada uno hará una pequeña gira por el silencio del otro hasta que todo se haga beso.

Pero también puede suceder que no hagamos nada de esto y que entonces las flores se sequen olvidadas y mis palabras se vayan con el viento y la lluvia inunde tu silencio de una melancolía asesina y tus sueños comiencen a hacer planes para morirse en paz. En ese caso… Hacé esto que estás haciendo ahora.
Seguí leyendo este poema sin fecha de vencimiento que fue escrito un día en la intimidad de tu ausencia, imaginando qué estarías haciendo, qué se habría hecho de tu risa que hacía de tus días el lugar donde yo pretendía guardar los míos.
Hacé las cuentas y llegarás a la conclusión de que a veces se gana y a veces se pierde; que lo que importa es hacer; que lo hecho, hecho está y que sólo resta seguir haciendo.
Entonces, hacé las paces con vos misma y dibujá con una tiza un corazón en mi vereda y volvé a esconderte detrás de tus ojos de muñeca.
Y cuando salga a tu encuentro no habrá necesidad de hacer ni un balance del pasado ni promesas para el futuro, haremos lo que podamos hacer. El resto lo haremos mañana.

RR



Foto: Flor del Irupé

DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...