a Natalia
¿Y quién soy yo para decirte ahora lo que tendrías que haber hecho? Hiciste lo que vos creíste que tenías que hacer y eso es todo, no hay nada para discutir. Pero sí dejame que lo lamente, aunque sea eso. Aunque sea dejame que me sienta pésimo por no haber podido estar un poco con vos, por no haber sabido que tenía que buscarte en vez de poner excusas, que tenía que arrimarme a tus penas y consolarte o, por lo menos darte un abrazo, un pellizco en el cachete y quedarme a tu lado un rato.
No te voy a pedir perdón ahora, ¿para qué? ¿Para sentirme yo mejor? Lo único que puedo hacer es escribirte, agarrarme de esto que ahora me ocupa de día y de noche y regalarte un poco de lo que soy hoy con la esperanza de que llegue a vos de la misma manera que viene a mí, de la nada, de lo que duele y de lo que late, de lo que muerde y de lo que llora. Y si no estoy llorando ahora es porque no quiero, porque necesito decirte que no te fuiste sola, que por suerte ni así te fuiste sola, que te llevaste en tu equipaje algunos días míos, algunos de los más felices, algunos pequeños recuerdos y muchas de esas risas que me quedaron de vos.
No quiero hacer de esto una carta de despedida porque no lo es, porque así como no creo en el siempre tampoco creo en el nunca. Ni siempre ni nunca, todo es lo mismo, todo es hoy y todo es pasado y prefiero creer que estás tranquila así y que la próxima vez que nos veamos vas a ser la misma, la más revoltosa de la casa, la más loca de todas las voces. Ya tendremos tiempo entonces de hacer las paces con esta vida de mierda que nos mata de a poco, que nos vende felicidades de plástico para hacernos sentir falsamente conformes con los agujeros que minan el alma y la dejan hecha un queso gruyere. Ya tendremos tiempo entonces, ahora no, ahora quiero terminar de escribirte y agachar la cabeza y llorarte un rato y maldecir la estupidez de ser uno más que te va a extrañar. Aunque vos no lo creas, aunque vos no lo sepas.
RR
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