martes, 10 de junio de 2014

EL HABITANTE


      Pasá, ponete cómoda, podés dejar tu abrigo en cualquier lado que te guste. Perdoname que te haya molestado, te pedí que vinieras porque necesito tu ayuda. Vení, este es el lugar del que te hablaba, fijate bien, no sé si lo vas a notar, a mí me ha estado volviendo loco y no sé cómo manejarlo, no sé si es algo pasajero o vino para quedarse. Al principio creí que me iba a acostumbrar, viste cómo dicen: "el tiempo todo lo cura". Bueno, parecería ser que por acá el tiempo, o no pasa, o no cura. Porque aunque parezca que todo está en su lugar y que todo es como debe ser, aunque se vea el sol salir en la ventana y los días sucedan uno tras otro, nada es como parece. Esta realidad permanece inmóvil, detenida como una tarde de domingo gris. Hace pocos días vi pasar a un hombre de cara triste y lo detuve para consultarlo, para preguntarle si estaba al tanto de lo que pasaba, me miró con cara apesadumbrada, como descreído de lo que le decía o, más aún, creyendo positivamente que me había vuelto loco. Le hablé de esos amigos que han dejado de venir y que yo sospecho que es también por esto. Él solo me miró compasivamente y me devolvió una mueca tímida, de esas que reciben los desahuciados en su último momento. Más tarde comprendí que ese hombre era yo mismo, un reflejo fantasmal producto de mi delirio.
      Yo entiendo que todo esto te pueda resultar extraño, también lo es para mí pues nunca me había sucedido. Había escuchado hablar de cosas por el estilo, como esos cuentos que nadie cree, como esas historias que siempre le pasan a otro. ¿Será que en verdad he enloquecido? Vos tenés que saber qué es, vos sos la única persona que puede ayudarme, no puedo ya seguir así, se ha impregnado por todos lados, se ha adueñado de mis días y por las noches se pone peor.
      Todo comenzó aquella tarde, ¿te acordás? Recuerdo que cuando bajaste la mirada sentí algo extraño en el aire, algo que cobraba entidad dentro mío como un ser aparte, independiente de mis actos y de mis dichos, inmutable ante cualquier intento por tratar de controlarlo o, aunque sea, averiguar de qué se trataba, qué era eso que cubría todo como una niebla espesa, que envolvía mis palabras, que guiaba mis pensamientos, mis temores y mis anhelos. Cuando llegué a mi casa era imposible negarlo, estaba tan presente como alguna vez habías estado vos. Probé escribirte una carta en la que te comentaba esta situación pero nunca tuve respuesta. Entonces, escribí otra y otra más, cientos de ellas, hasta que dejé de hacerlo y me senté a esperar una señal, algo que me ubicara en este nuevo mundo en el que no lograba encontrarme. Finalmente, cuando nada parecía servir para esclarecer mis incógnitas y mis enigmas, decidí pedirte que vinieras.
     Y ahora que te veo a los ojos y se despeja la niebla y la música empieza a sonar de fondo me siento avergonzado, porque, debo ser sincero con vos: lo sospechaba. Supongo que me ganaba el miedo, el desconsuelo de tener que aceptarlo. Ahora ya está, ya no tiene sentido seguir tratando de ocultarlo o de disimularlo. Sabía que vos eras la única persona capaz de ayudarme. Porque ahora que estás acá no hay nada extraño, todo ha recuperado su luz y su orden cósmico, todas mis partes se han vuelto a reunir en mi cuerpo, todos los fantasmas han huido despavoridos, todos los miedos se han tornado esperanzas y todas las esperanzas se han hecho innecesarias. Disculpame por haberte hecho venir, no quiero demorarte por más tiempo, eso es todo lo que quería saber aunque ya lo supiese. Y también sé que cuando tu olor de mujer se vaya tras tus pasos aparecerá otra vez eso a lo que no lograba resignarme y que tendré que aceptar finalmente. Apenas cruces el umbral de mi puerta una vez más y dirijas tus pasos hacia el olvido, cada uno de los pedazos de mi vida se volverán a dividir y cada palabra que escriban mis manos se irán detrás tuyo y todos mis pensamientos y mis temores y mis anhelos tendrán en tu nombre su casa.
      Adiós, amor mío, ya no necesitaré hablar con nadie más sobre esto, podré dejar en paz a los amigos y a esos hombres tristes que caminan mis delirios y mis cartas, ya no me harán falta poemas esclarecedores ni canciones melancólicas, ya no serán necesarios ni brujos ni sacerdotes. Es tiempo de aceptar que esto es lo que tengo, que esto es lo que me ha quedado, que esto es lo que tendré que defender de la locura: la eterna ausencia de tu voz dulce, de tus pasos en la escalera, del desliz de tu ropa cayendo al piso liberando el ensueño de tu desnudez, de tu risa como un cascabel que despejaba las tristezas. Nada extraño había en mí, esto es lo que soy y de nada valdrá negarlo. Soy solo el habitante de tu silencio.

RR

 Foto: Andrea Alegre

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