miércoles, 11 de junio de 2014

UN AMOR, UNA VERDAD Y UN PUNTO


      
Y que Dios me perdone por lo que voy a decir, que el destino se apiade de mi camino cuando dé este último paso hacia el abismo. Esta es mi verdadera historia, y será lo último que ella sabrá de mí. Al finalizar el último párrafo de esta carta se levantará un punto final eterno como el silencio de los muertos, implacable y fatal. De ahí en adelante, mi vida será una caída libre sin fondo, una sucesión de horas muertas que pasarán en un reloj detenido para siempre. Siempre.
      Yo no soy quien dije ser, no soy ni siquiera quien fui. Yo sólo soy esto que se lee en penumbras, en la oscuridad de una habitación, al amparo de las miradas y las soledades que martirizan y desgarran el alma. Yo soy este que se retira agotado y vencido, vacío del carácter que se requiere para ir en su búsqueda, huérfano del coraje necesario para romper con los deberes del hombre respetuoso de las normas sociales que nos dicen cuándo, cómo y dónde. No soy más que un pusilánime sin ningún talento para escalar el monte de su vida, para machacarme los dedos en las rocas escalando la cumbre de su pecho, el más cálido de los valles que mis ojos hayan anhelado, el más dulce de los postres que pueden ser servidos en una cama, sus pechos de miel y sus pezones como cerezas rojas y tiernas.
      Esto es lo que soy, este tornado descontrolado de palabras que arrasa todo a su paso, que mezcla en un papel los delirios de un ermitaño sempiterno, de un pobre loco sin lugar en el mundo que nunca logró arrimarse a los suburbios de su mirada. Soy esto que se desangra en estas nadas totales, en estos todos que nada contienen; un zapato abandonado sin su par, un perro que no tiene ni dueño ni un alero para refugiarse.

      Porque decidí desnudarme y mostrarme sin disimular los defectos que me cubren, sin tratar de ocultar las miserias que me constituyen, sin máscaras ni disfraces. Y me senté en esta silla a escribir que si iba a quererla lo iba a hacer de la única manera que me era posible, sin miedos ni resguardos, así, a la vista de todos. Pero en ese plan de conquistar las oscuridades del desamparo de su ausencia, me perdí en estos trazos que se han vuelto el triste espectáculo que hoy será puesto en escena por última vez. Porque sólo logré enamorarme del pobre tipo que se enamoró de ella y que nunca pudo enamorarla. Fracasé estrepitosamente y fabriqué dignidades falsas para ir en su búsqueda, caminé el sendero de los errores una y otra vez repitiendo las mismas mentiras que decidí creer por no asumir la cobardía de decirle te quiero en la cara, en una noche como esta, cuando los ruidos se acallan y sólo se escuchan los aullidos de los amores que se buscan y no se encuentran.
      Y entonces, cuando ella finalmente se quede sola guardando las viejas cartas con lágrimas en los ojos, yo ya habré dejado ese mundo, habré decidido dejar de ser aquel personaje de cuentos falaces que golpeaba a su puerta para soportar el desprecio de sus ojos y tomar sus manos que me rechazaban y sujetar su cintura que me esquivaba y besar su boca que se abría como una flor después de la tormenta, húmeda y tierna; para arrancarle la ropa en el piso y verla sonreír mientras murmuraba en mi oído preguntas sobre un destino que finalmente nos juntaba y nos unía y nos acoplaba en un coito que se poblaba de estrellas y despejaba las penas y los demonios y le abría el telón a los actores verdaderos de esta tragedia que es la vida: ella y yo. Sí, ella y yo temblando de placer, aturdidos ante la posibilidad de habernos perdido en el infortunio de los malos entendidos, de las razones innecesarias, pero que ahora nos juntábamos como dos piezas de un rompecabezas al que siempre le faltaría algo.
      Llegó el momento, se terminaron todos los días, los pasados y los futuros. No hay otra cosa que este ahora que ya se fue. No hay para mí ninguna otra cosa pendiente más que decirle por última vez que la quiero, sin tiempos, sin demoras y sin apuros, sin nada que pueda predecir hasta cuándo o hasta dónde, sin necesidades ni obligaciones, sin explicaciones, sin excusas y sin razones. Así, muerto de miedo como estoy ahora, suicidándome en esta última carta, en estas palabras que desaparecerán del mundo y de su vida inmediatamente después de este punto.


RR


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