domingo, 27 de julio de 2014

SEMBLANZA DE UN HOMBRE MUERTO


      Vivo o muerto, ¿a quién le importa? Ni a los gusanos que esperan mi carne, ni al fuego que aguarda mis cartas. ¡Qué se pudran ellos! No pienso esperar a la muerte con la guardia baja ni solapando penas, las voy a vivir y matar y resucitarlas nuevamente para volver a sufrirlas, para sentir el baldazo de agua helada y las espinas que sangran mi piel. No voy a dejar que el sol seque mi garganta, voy a gritar tu nombre en las calles de las ciudades adonde ya a nadie le importa nada y en los desiertos perdidos donde se encuentran los que nada buscan. Voy a matar con mis propias manos al miedo mirándolo a los ojos y disfrutando de su espanto al verme libre de súplicas a un Olimpo vacío y corrupto que jamás oirá una sola queja mía. Voy a caminar impunemente entre los vivos sin esperar nada, nada de nada, sin desearles ni el bien ni el mal, sólo regalarles una mirada piadosa por ser carne de sus propios cañones. No voy a detenerme ni un segundo a discutir con los imbéciles que guardan su futuro en cajas fuertes, en papeles de colores, y trafican con la desgracia. No pienso enterrar a mis muertos sino llevarlos conmigo adonde vaya para que sean ellos quienes carguen con mi memoria al final del camino. No voy a sentarme y esperar a que me quieras, voy a abrir mi cabeza de un hachazo para que salgan todos mis sueños y todos mis fantasmas y todos mis fracasos. Voy a exponer mi mente para que te des cuenta de que no es nada sin mi cuerpo y sin mi alma y que, así y todo, sigo siendo una nada en medio del vasto universo de tu ausencia. Voy a corregir mis palabras y mis dichos todas las veces que hagan falta hasta que sienta que lo equivocado es creer en lo perfecto. No te voy a hablar de mi corazón porque no es mío, ni de nadie, pero sí es mío el derecho a derramar su sangre en tu nombre como es tuyo el derecho a romperlo las veces que así lo desees hasta que yo lo permita. No voy a dejar que te mueras en otros brazos sin que sepas que yo me he muerto sin los tuyos y que, aunque eso pueda sonar miserable, no lo es, porque mi amor nunca te necesitó para ser, nunca necesitó de todo lo que yo sí necesité, tu boca, tus manos, tus pechos, tus pasos, tu desprecio y tu perdón.
      Este mundo ha terminado para mí. Ya no hay tierra, ni mares que no me pertenezcan. Hoy doy por finalizada mi historia. Hoy doy por concluida mi vida, así como me ves, sin flores, ni réquiem, ni epitafio necesario. Acabo de morir al tiempo de los otros. Solo un tiempo marcará los soles que me amanezcan y las lunas que me atormenten: el tuyo, el que se cierne sobre mi pescuezo como una guillotina impiadosa marcando las horas que me faltan hasta que el cansancio agote mis deseos de escribirte y así, sin nada más que declarar, finalmente caiga vivo y derrotado .

RR

 

Foto: Guillermina Raggio

jueves, 24 de julio de 2014

ÚLTIMO RECUERDO DE UN ESCRITOR OLVIDADO


     Claro que aceptaba la distancia, aunque no me conviniera (o sí). La aceptaba porque quererla en su cama o en la mía era casi una obviedad, porque cuando se desnudaba frente a mí todo era fácil, era solo cuestión de mirarla para anular todas las casualidades y pasar al terreno de las razones. Era muy fácil quererla cuando podía abrazarla y palparle el alma. Pero cuando no estaba, cuando lo único que tenía era el deja vu continuo de su voz, ahí la quería de veras, sin necesidad y sin razones, sin música, ni flores, ni ositos de peluche. La quería en carne viva, con el corazón a plena taquicardia, con su nombre en mayúsculas pronunciado letra por letra. La quería sin protestas ni quejas y aceptando la distancia insalvable entre ella y yo, porque esa distancia era también ella, ese espacio de unas pocas cuadras (que es abismal cuando se quiere) era un camino que debía recorrer sola, juntando piedritas del suelo, armando y desarmando historias, buscando algunos pedacitos de cariño entre las hojas que caen de los árboles para que le calmasen ese temor a que alguien como yo la pudiese querer así, lleno de peros y sinrazones. En ese espacio floté como un astronauta olvidado que perseguía la estela de perfume que dejó cuando se marchó.
     Nunca traté de ser objetivo, nunca busqué olvidarla, me dediqué a trazar un mapa de cuentos sobre esas noches y esos días por donde había andado con su recuerdo a cuestas para que algún día, en caso de que el viento cambiase y la brújula de su vida le apuntara a un norte de dolor o de esas penas que nunca van a llegar pero siempre llegan, tuviese un tronco al que asirse en la correntada que arrastra con todo y con todos. Lo único que me quedaba por hacer era plantar intrigas, sembrar misterios y regar la huerta. ¿Qué otra cosa es el amor que una gran intriga, un presagio ajeno que ni siquiera sabemos que existe? ¿Qué podía hacer yo para tratar de entender? Nada. ¿Qué necesidad tenía de entender? Ninguna. Supongo que la quería, solo eso. Solo me quedaba escribirle una líneas cada tanto después de mirarla un rato en unas fotos viejas que quedaron en un cuartito abandonado de la memoria y jugar en las sombras a ser un escritor de esos que no buscan más reconocimiento que el de los protagonistas de sus historias.

     Mientras la moneda giraba en el aire pensé en ella. Pensé que, sin importar de qué lado cayera, la decisión ya había sido tomada y el contrato ya estaba firmado, solo faltaban cerrar algunos detalles mínimos como dónde y cuándo. Tenía que estudiar bien mi situación y la suya, hasta el azar debía ser tomado en cuenta (el azar es inescrutable, pero no tomarlo en cuenta es un error fatal de los improvisados, de aquellos que aún creen en cuentos de hadas). Todo había sido puesto a consideración, hasta los errores posibles. Lo único que estaba fuera de discusión era el fracaso ya que todo sería el resultado de un conjunto de variables que se llevarían a cabo sin titubeos ni dudas, con la certeza absoluta de que, cualquiera fuese el final de esta historia, sería el que debía ser, sin importar si era de mi conveniencia o de la de ella o de la de nadie, sin que hubiese chance de un resultado negativo porque no habría forma de saber cuál era la otra posibilidad. Cualquiera fuese el resultado iba ser una cara de la misma moneda y la moneda estaba en el aire. Una vez que la moneda cayera al piso, esa sería la única cara posible y comprobable, la otra… jamás se sabría.

     Las primeras palabras fueron una especie de precalentamiento, un tanteo del terreno. La noche mostraba sus mejores estrellas y su más sugestivo silencio. Eran las últimas horas de un día que al siguiente sería un ayer irreprochable y sin derecho a réplica. Aunque no tuviese nada preparado, sentía que algo me había estado preparando toda la vida para ese momento. Al principio fueron solo frases sueltas, algunas descripciones pretenciosas y algunas metáforas poco ocurrentes. Luego algo misterioso hizo que la veleta girara en otra dirección, directamente hacia ella, sin curvas ni vaivenes, pero tampoco atajos ni pirotecnia literaria (mucho menos, golpes bajos). Debía tener cuidado con mis palabras, cualquier cosa que dijese podría ser interpretada en forma errónea. Un simple adjetivo en el lugar incorrecto para ella podía transformarse en la chispa que encendiera una tormenta volcánica. Me contuve y la quise en silencio, la admiré desde lejos y la acaricié con la mirada. Evité el poema empalagoso y apacigüé mis ganas de cantarle mis deseos y mis esperanzas. Solo me animé a esconder algunos acordes para que ella los encontrara quizás camino a su casa.
     Tal vez cometí la infidencia de dejarle saber lo que sentía demasiado pronto contándole cómo todo lo que era común y corriente en los días anteriores a conocerla eran ahora recursos para ubicarla en un mundo nuevo que se había formando a mi alrededor. Ella me miró con desconfianza y hasta con cierto enojo. Prefería desentenderse de los riesgos, ir por ahí hablando de ropas y libros, haciendo de cuenta de que ni Shakespeare ni Cortázar habían escrito nunca nada para ella. Apelé a la prudencia mientras pude, oculté fechas y lugares precisos, solo deambulé por los arrabales de sus días y sus noches practicando a veces indescifrables y ridículos paralelismos entre ella y yo, fabricando falsas coincidencias y destinos falaces. Me había preparado para lo peor aunque, debo ser sincero, esperaba lo mejor. De a ratos elegí abrir el oscuro baúl de la desesperación y el desamparo y autocompadecerme (detesto el autocompadecimiento y la lástima ególatra, pero lo hice, solo a modo de experimento y asumiendo que eso no podría proporcionarme nada positivo). Caminé sobre la cornisa del plagio y no pude escapar de la influencia de ciertas musas, de ciertos Dioses y de mis propios demonios cuando el cansancio me dominaba y solo sentía ganas de irme para siempre de ese lugar. Renuncié a la miel y a las flores y preferí dejar que hablara mi amargura desproporcionada. Sin embargo, enseguida aparecía ella vistiendo la más hermosa desnudez, aplicándome una dosis mortal de belleza. Y aunque lo intenté, nunca me fue posible refugiarme completamente de ella y de su atracción fatal, de su influjo maldito de ninfa cruel, de esa belleza que me había traído hasta ahí.

     “Belleza, cuando soltás tu mueca que sonríe; cuando asoman tus dientes detrás de esos labios pequeños, angostos senderos de mi felicidad; cuando las estrellas asoman en la ventana y la luna ilumina tu desnudez. Y si es tarde no lo sé, no puede ser tarde para decirte belleza y entregarte todo lo que tengo en esta noche, en lo que queda del día, en lo que reste de esta vida. Y si nos vamos por diferentes caminos, que así sea, eso no cambiará la belleza de tu cuerpo desnudo frente al espejo conmigo detrás y mis brazos delante, con los días que se preparaban a recibirnos y se han quedado esperando y esperemos que nos perdonen. Porque si nos hemos demorado es por esas cosas de la vida, por esas cosas que hacen los que se quieren y lo saben y por eso se van buscando razones en el destino o en los libros o en las canciones. Y está bien, que sean ellas las que decidan, que sean ellas las que te digan que estoy solo y que te espero y que te quiero y que no he podido dejar de quererte y que no he querido. Que verte a la distancia alegra mis días aunque mis noches sean tristes y desoladas por esta ausencia ocasional, por no poder abrazarte y aferrarme a tu belleza. No te apures, no busques razones. No hacen falta razones para quedarse ni para irse. Porque no me hacen falta para quererte, solo necesito tu belleza, y no solo la que amanece con el descubrimiento de tu sexo al anochecer sino la que asoma de tus ojos entre dormidos de la mañana o hasta esa que viene con el recuerdo de tus últimas palabras antes de despedirte. Todo forma parte de tu belleza, la que me tienta y la que se me escurre entre las manos cayendo sobre esta hoja. Y aún cuando no vuelvas, tu belleza permanecerá como un mural que ha sido pintado en mi alma, tatuado en mis ojos que te mirarán en cada esquina, en cada plaza, en cada ola que rompa en los días que me queden.”


     La madrugada estaba en camino, no se veía aún el sol y eso me dejaba todavía un rato de refugio. Todo lo que pude decir, lo dije, aunque no dije todo lo que quise, preferí guardar alguna que otra semilla, uno nunca sabe… Guardé las armas y acomodé la armadura en una silla. Desnudo ante el espejo me miré por última vez. Pude ver en mis ojos un agujero transparente que conducía directamente a mi consciencia y sentí mucha tranquilidad. El espejo me devolvía la imagen de un hombre a punto de abandonar este mundo para siempre, un guerrero ya sin guerra, un gusano a punto de mutar en mariposa. Después de eso, solo me dejé caer en la cama para ser uno más en la noche de los sueños, aunque sea hasta que asomara el sol y cerrara las compuertas de la mente y me sometiera completamente a los destinos del arcángel guía de mis últimos actos.

     Hacía frío en la calle, me daba cuenta por el vapor que exhalaba a cada paso. Una calle, luego dos y más tarde una puerta y convertirme en un espectador de mí mismo en la última escena, con los papeles huérfanos de caramelos en las manos, en medio de la oscuridad y el silencio de la función a punto de terminar. Y el protagonista deja su mensaje y se aleja y echa una última mirada hacia atrás, mete las manos en los bolsillos y la cámara que va primero a sus pies y luego sube lentamente hasta perderse en el cielo mostrando una ciudad que comienza a despertar entre llantos de niños y llantos de amores perdidos y amores perdidos que se encuentran y encuentros que se pierden para siempre. Fin.

     Aún guardo la moneda, no sé por qué, no podría dar un razón lógica o justificarme con algún dato sentimental. La guardo junto a unas hojas que se quedaron ahí como esperando algo, una visita, un nuevo intento, una eutanasia que les ahorre el sufrimiento de sentirse inútiles y abandonadas. Y en la cara oculta de la moneda reposa una felicidad desconocida, una fruta que maduró en otro árbol, un cuerpo abrazado a otros brazos. Solo ha quedado visible la renuncia indeclinable a vivir en el pasado o en un futuro imaginario.

     Me bebí completo el veneno del presente y maté todas las esperanzas de una sola vez. Jamás volví a escribirle ni una sola palabra, mi nombre desapareció de todos los documentos y en su lugar nació una equis carente de genealogía y libre de prontuarios. Las palabras se mudaron a unos cuadernos anónimos que guarda una biblioteca y que albergan a un ser errante y fantasmal. Acepté mi destino de escritor de cuentos robados a otras gentes, un mero observador de los besos de otras bocas, un pobre espectador de las promesas ajenas de amores imposibles que se construyen y se rompen a cada hora, cada día, y así hasta el final de los tiempos, sin importar cuántas veces esas promesas no se cumplan, sin importar cuántas lágrimas se derramen en su nombre, sin importar cuántas cartas no tengan jamás respuesta, sin importar cuántas veces se jure y se perjure que nunca volverá el amor.

RR




domingo, 20 de julio de 2014

UN BREVE PÁRRAFO INVERNAL


     Se han ido los besos de verano y han quedado sólo estos vientos de otoño trayendo el invierno postrero, los silenciosos fríos y la mágica soledad que repara las pérdidas. Se ha ido ella sin despedidas ni llantos, ni siquiera un tierno adiós, sólo su espalda en la lejanía ha quedado en mi memoria, su pelo flotando en el aire y los ruidos que la fueron cubriendo. Me ha quedado un mundo nuevo lleno de nadas y espacios vacíos listos para ser llenados, y un manojo de preguntas que nunca encontrarán respuestas. Y está bien que así sea, ¿quién necesita respuestas ante la más absoluta de las ausencias? Prefiero hablar con quienes la conocen y mandarle saludos en silencio, dejar salir de a poco esas sonrisas que me dejó en la boca, como cuando la señora de la panadería me saluda y me pregunta cómo estoy y yo hago una pequeña mueca con forma de arco iris invertido y todos los colores y todas las canciones salen festejando su recuerdo. Y la señora me mira y comprende todo, no hace falta explicarle nada, se me nota. Se me nota la primavera en medio de la noche, se me nota el contorno de su espalda dibujado en la mirada, se me nota esa irrenunciable esperanza de encontrarla en otra mujer que no será otra sino ella y todas. Se me nota cuando me levanto y veo que aún se pasea por la casa y la mañana me empuja al borde de la locura de vivir entre los vestigios horrorosamente dulces de su sudor que aroma los pesares y este infantil deseo de ya no quererla.

RR




Foto: Pablo Silicz

martes, 8 de julio de 2014

(11) LLORAR


     No me gustaba llorar delante de Gustavo, me incomodaba pero varias veces tuve verdaderas ganas de largarme con moco tendido y todo. Alguna vez lo hice. Mocos tendidos pero, debo confesarlo, mucha paz. No se llora delante de cualquiera (eso me lo enseño mi viejo que era un caramelo francés envuelto en chapa). Gustavo me daba de a ratos cierta tranquilidad para llorar aunque a mí no me gusta llorar ni siquiera sola; llorar esta bien pero lo que se dice LLORAR, no, eso no. Yo no LLORO, eso es para otra gente no para mí. Gustavo sí, creo que él podía llorar fácilmente, alguna vez lo noté a punto, voz quebrada, emoción jinete, un tierno. Yo no LLORO aunque a veces llore.

     - No la pasé bien con él -le dije a modo de confesión -. El tipo tomaba y se pasaba de rosca.
     - Uh -me contestó él con una mezcla de asombro y compasión.

     Sentía los ojos húmedos (no LLORO) y traté de aguantar pero después lo dejé ir, lo solté, me desnudé un poco tímida y lo vi conmovido, estirando su brazo para llevarme contra él. Se dio cuenta de que yo no LLORO e hizo como si no estuviese LLORANDO, como si solo llorara como lloran todos. Era un tierno.

     - Tranquila, loquita- me dijo -, sacate las lágrimas, no te sientas mal por llorar.
     - No quiero tirarte mis rollos.
     - No me tirás tus rollos, tu vida no es un rollo, la vida no es un rollo.
     - Y yo que sé lo que es la vida…- le dije un poco ofuscada, no era momento de ponerse a filosofar, no mientras lloraba.
     - Nadie sabe lo que es, todos la vivimos como podemos. La vida es más una madeja que un rollo-. Dijo Gustavo con un cierto tono triunfal de quien se encuentra repentinamente diciendo algo original, cosa muy difícil de lograr en este mundo donde está todo dicho y solo unos pocos tenemos (sí, tenemos, primera persona del plural) la humildad de reconocer que solo repetimos frases hechas.

     No sé, tal vez sí lo quería, tal vez me ha inundado el presente de no quererlo y me hace ver el pasado en ese tono. Tal vez por eso lloré frente a él, porque lo quería y porque necesitaba llorar (porque yo no LLORO). Gustavo era demasiado… Bueno, cuando alguien es demasiado, es demasiado, no importa demasiado qué, demasiado siempre es de más aunque sea menos, a veces es preferible ser de menos para sentirse uno más o aunque sea igual. Gustavo era quizás lo que yo necesitaba pero no lo que yo quería. Quiero querer a quien quiero, no quiero querer a quien necesito, yo quiero querer, porque sí, porque me da la gana y Gustavo era una necesidad que no estaba dispuesta a admitir, no con mis años, yo no necesito nada, eso será más adelante. Ahora lo que quiero lo tomo y si no puedo, nunca LLORO. Yo creo que él me mal interpretó, pensó que yo buscaba amor y yo solo buscaba compañía, algo más para charlar con Margot o con Sabri o con Fede, él era mi gran amigo, mi confidente y Gustavo no, Gustavo era compañía. Tal vez lo quise, no recuerdo bien.
     Cuando empezaron a llegar esas cartas me dio un poco de ternura pero nada más, nunca me conmovieron al punto de llegar a dudar, de llegar a creer que su compañía era cariño o que el cariño era amor. El amor es otra cosa. No sé qué, pero no puede ser esto. No puede ser recibir cartas y leerlas medio nerviosa, sintiendo algo extraño, como una leve taquicardia, como un breve desamparo. No puede ser eso el amor. Eso no se lo contaba a Margot, ella se hubiese preocupado por mí, hubiese creído que estaba enojada con Gustavo pero que en el fondo lo quería, que en el fondo me gustaba recibir esos mimos en forma de cartas, que me moría de ganas de LLORAR porque no sabía cómo manejar esa situación. Entonces, ¿para qué le iba a contar a ella? Mejor guardarme ciertas cosas para mí, mejor no LLORAR, mejor aguantar la taquicardia y el desamparo, mejor guardar las cartas en una caja de zapatos donde no se noten las manchas que dejan mis lágrimas a veces.


     Andrea: 

           Cada vez que me siento a escribir... digamosló como corresponde: a escribirte, es como entrar a un cielo propio, celeste, virgen como un paquete de algodón recién abierto. Siento que puedo ser yo mismo, yo con vos, y decirte lo que quiero decirte haciendo de cuenta que vos lo lees como si quisieras leerlo. Es pretender, simular, pero a la vez es todo lo contrario. En ningún momento me siento más yo mismo que cuando pretendo que te escribo y me hago una imagen tuya leyendo, ahí, sentada en tu cama, con tus almohadones y el cobertor color caqui. Yo acá, sobre esta mesa apoyo esta hoja en blanco que se va tiñendo de azul con la tinta de esta lapicera que guarda todo esto en su tubo interior y que sale para hablarte. Nunca pensé que una lapicera pudiese contener tantas imágenes. Tu pelo húmedo por esta lluvia que no quiere irse, tus pies fríos por la caminata, tus manos delgadas sosteniendo este papel, este cielo abierto donde volar libre. Estas cartas son más reales que cualquier cosa que hayamos vivido, no tienen razón de ser pero son, como todo. Vos tampoco tenés razón de ser en este cielo pero sos. Sos la fuerza de gravedad que empuja la tinta hacia esta hoja que ahora imagino en tus manos, sobre esa cama, con esos almohadones y ese cobertor color caqui.

                                                                                                               Gustavo


RR

Ilustración: Vanix Ilustra

lunes, 7 de julio de 2014

CASO CERRADO


      No todo es como uno quisiera, algunas cosas son como son y no se puede andar indagando a Dios o al diablo por cada cosa. No, no se puede ir detrás de las lágrimas permanentemente, hay momentos en los que no queda más que sonreír como si todo fuera maravilloso, escribir poesías y cartas de amor y soltar globos rojos con los nombres silenciados para dejarlos ir, que vuelen, que hagan su recorrido hasta que se desinflen y caigan sobre algún lugar misterioso que (afortunadamente) jamás sabremos dónde queda. Quizás ahí el tiempo los desintegre y la tierra los absorba. O puede suceder también que un día aparezca en la puerta una mujer de ojos tristes con un pedacito de latex rojo en la mano y uno -que para esas cosas es mandado a hacer- todavía tenga en un cajón restos del hilo que le ató un día tragándose la tristeza y reprimiendo las esperanzas de recuperar lo que nunca se recupera. Eso sí, mejor no hacerse grandes ilusiones: quien se fue no es quien vuelve. Es necesario recordar que se fue un globo brillante y majestuoso lleno de sueños de aires y de cielos; y ahora, parada en la puerta, hay una pasita de uva con el alma arrugada y llena de necesidades y dolores. Y de nada sirve la memoria de los buenos días, de las mañanas luminosas, de las noches de besos entre sábanas, de nada sirve desempolvar los poemas y las cartas o tratar de hacer un intento de globito con un pedazo de latex viejo. No señor, si uno pretende reconciliarse de alguna manera con ciertos pasados, entonces debe arremangarse y hurgar en los rincones oscuros de unas habitaciones fantasmales cerradas y clausuradas tratando de ubicar entre aromas de soledades y desesperanzas alguna foto vieja, alguna muestra de cariño que se haya salvado de la desgracia del olvido. Aveces se encuentra algo de todo aquello, pero casi siempre todo ya se ha convertido en polvo.


      Por eso creo que es tiempo de finalmente abandonar tu rastro, de dar por terminado este asunto y pegar la vuelta respirando una nueva mañana. Ha llegado el momento de guardar una a una las cartas, leyendo a la pasada frases sueltas de otros días y otras horas; sentirlas latir en mis manos por última vez, como si tuviesen vida (porque la tienen) y por eso también he decidido terminar con ellas, darles una palmada en la espalda, agradecerles por la compañía y decirles hasta siempre. Ellas han sido nuestro punto de encuentro, el sitio donde se tejieron las fantasías más alocadas y donde hablé conmigo mismo de vos y de todas, de mí y de todos. Sólo quedaba esta carta por escribir, la última, la definitiva, la que guardará todo lo que callaré para siempre, la que saldrá de esta casa al olvido, la más limpia y pura de todas, la que no habla de tu paso breve por mi cama, de tu estadía eterna en mi vida, de las noches de borracheras desesperadas y las mañanas llenas de esperanzas inútiles. 
     Estas palabras son las últimas de todas las palabras escritas en tu nombre (por vos, no para vos). Esta es la carta que esperaba ansioso escribir un día, la que ya no esconde ni tu nombre ni tus rastros de locura fruediana, de tango negro rabioso, de días y flores, de amante sin amor. La que vuela a cielo abierto hacia algún lugar desconocido atada a un globo rojo.

RR


miércoles, 2 de julio de 2014

AHORA


     Creímos que aun teníamos tiempo y nos relajamos, nos descuidamos. Creímos que el tiempo pasaba de a poco, primero los minutos, después las horas, luego los días y todo terminaba ahí. Pero no fue así, porque después de los días pasaron las estaciones y los años y al final, sin querer, se nos pasó la vida. Vos te quedaste ahí y yo acá; yo moriré mañana y vos pronto morirás también. Y en las bocas se nos habrán muerto los besos que esperaban el día propicio y se nos habrán secado las palabras junto con los cuerpos que ya no nos servirán para nada. Solo quedará de nosotros un pedazo de tierra o un manojo de cenizas y los días y las estaciones que seguirán pasando para otros amores menos desprevenidos. Nosotros ya habremos quedado afuera de este concurso, ya no habrá nosotros, ya no habrá mañanas ni esperanzas de encontrarnos, ya no quedarán casualidades posibles ni posibles casualidades. Afuera habrá un viento que soplará y despeinará las cabezas de quienes hayan logrado detener el tiempo en un abrazo eterno y habrá aromas a encuentros que no serán los nuestros. Habrá flores que esperarán a los amantes, nosotros ya habremos deshojado todos los parques. Habremos vivido esquivándole al bulto, desentendiéndonos de los corazones, apostando lo único que teníamos en una timba donde siempre se pierde, en vez de invertir los sueños en un par de almohadas que morían de ganas de dormir juntas. Nos ganó la vida, mi querida, nos ganó la vida. Y cuando te gana la vida te lo cobra, te deja muerto de desilusión, helado y duro, solo como un triste recuerdo en alguna foto escondida en el fondo de un cajón.
     Ahora -ya tarde- mientras expiran los últimos minutos que me quedan, me he sentado a escribirte esta carta para decirte que, aún sabiendo que mi vida se estaba muriendo detenida en la tuya, no pude dejar de pensarte y someterme a este destino que ya ha cumplido su parte. Porque me estoy muriendo enamorado del veneno que atrofió mi carne pero, a su vez, regó  de palabras dulces mi espíritu. Porque no pude vivir esa otra vida que otros viven, llena de distracciones y amores fugaces, llena de mañanas, cada una con una noche diferente, cada una con un amanecer distinto. Me aferré a tus mañanas que se poblaban cada día de la esperanza de encontrarte sentada en el banco de alguna plaza dándole color a la tarde, tejiendo esa red misteriosa que me atrapó desde el primer momento en que te vi. Y mientras vos aromabas las tardes con tu aroma a mujer de mi vida, yo me quedaba preparando una noche que nunca llegó y que sólo fue una carta para cada una de tus tardes, repetida una y otra vez hasta caer vencido en el sueño que reclamaba tu presencia. Y nunca llegaste y nunca me animé a ir. Sólo la muerte se arrimó a ese nosotros ausente.
     Creímos que el tiempo era sólo un par de agujas girando, unas hojas de calendario repletas de oportunidades interminables. Vimos pasar al tiempo despreocupadamente en una canas tímidas, en las arrugas que se plegaban en la piel, en unos dolores repentinos, en una soledad persistente, en una espera interminable, en una esperanza infinita. Pero el tiempo es algo más, querida. Es el perfecto asesino, el enemigo de la vida y las oportunidades que en algún momento se acaban. Y el tiempo fue el argumento que sostuvimos para vernos desde lejos y querernos a la distancia esperando que un día el azar nos citara en una esquina a reírnos de él y esa implacable y silenciosa persistencia. Pero ahora creo que nos hemos equivocado, que debimos habernos sufrido cuerpo a cuerpo, habernos matado en una cama disparando miradas feroces y palabras sucias, bebiendo la hiel que se desprende en cada discusión estúpida por estupideces. Debimos haber aceptado que al amarnos también aceptábamos odiarnos por volvernos dependientes y esclavos de nuestros olores y nuestros sudores y de todas nuestras miserias, y de esa manera liberarnos de una libertad burguesa e inútil. Debimos haber hecho del tiempo la hoja donde escribirnos “ahora o nunca” y haber elegido en cada minuto de cada hora de cada día, el ahora. 
    Adiós, entonces. El tiempo es quién ríe último, y ahora solo la muerte nos podrá juntar.

RR

    

DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...