miércoles, 2 de julio de 2014

AHORA


     Creímos que aun teníamos tiempo y nos relajamos, nos descuidamos. Creímos que el tiempo pasaba de a poco, primero los minutos, después las horas, luego los días y todo terminaba ahí. Pero no fue así, porque después de los días pasaron las estaciones y los años y al final, sin querer, se nos pasó la vida. Vos te quedaste ahí y yo acá; yo moriré mañana y vos pronto morirás también. Y en las bocas se nos habrán muerto los besos que esperaban el día propicio y se nos habrán secado las palabras junto con los cuerpos que ya no nos servirán para nada. Solo quedará de nosotros un pedazo de tierra o un manojo de cenizas y los días y las estaciones que seguirán pasando para otros amores menos desprevenidos. Nosotros ya habremos quedado afuera de este concurso, ya no habrá nosotros, ya no habrá mañanas ni esperanzas de encontrarnos, ya no quedarán casualidades posibles ni posibles casualidades. Afuera habrá un viento que soplará y despeinará las cabezas de quienes hayan logrado detener el tiempo en un abrazo eterno y habrá aromas a encuentros que no serán los nuestros. Habrá flores que esperarán a los amantes, nosotros ya habremos deshojado todos los parques. Habremos vivido esquivándole al bulto, desentendiéndonos de los corazones, apostando lo único que teníamos en una timba donde siempre se pierde, en vez de invertir los sueños en un par de almohadas que morían de ganas de dormir juntas. Nos ganó la vida, mi querida, nos ganó la vida. Y cuando te gana la vida te lo cobra, te deja muerto de desilusión, helado y duro, solo como un triste recuerdo en alguna foto escondida en el fondo de un cajón.
     Ahora -ya tarde- mientras expiran los últimos minutos que me quedan, me he sentado a escribirte esta carta para decirte que, aún sabiendo que mi vida se estaba muriendo detenida en la tuya, no pude dejar de pensarte y someterme a este destino que ya ha cumplido su parte. Porque me estoy muriendo enamorado del veneno que atrofió mi carne pero, a su vez, regó  de palabras dulces mi espíritu. Porque no pude vivir esa otra vida que otros viven, llena de distracciones y amores fugaces, llena de mañanas, cada una con una noche diferente, cada una con un amanecer distinto. Me aferré a tus mañanas que se poblaban cada día de la esperanza de encontrarte sentada en el banco de alguna plaza dándole color a la tarde, tejiendo esa red misteriosa que me atrapó desde el primer momento en que te vi. Y mientras vos aromabas las tardes con tu aroma a mujer de mi vida, yo me quedaba preparando una noche que nunca llegó y que sólo fue una carta para cada una de tus tardes, repetida una y otra vez hasta caer vencido en el sueño que reclamaba tu presencia. Y nunca llegaste y nunca me animé a ir. Sólo la muerte se arrimó a ese nosotros ausente.
     Creímos que el tiempo era sólo un par de agujas girando, unas hojas de calendario repletas de oportunidades interminables. Vimos pasar al tiempo despreocupadamente en una canas tímidas, en las arrugas que se plegaban en la piel, en unos dolores repentinos, en una soledad persistente, en una espera interminable, en una esperanza infinita. Pero el tiempo es algo más, querida. Es el perfecto asesino, el enemigo de la vida y las oportunidades que en algún momento se acaban. Y el tiempo fue el argumento que sostuvimos para vernos desde lejos y querernos a la distancia esperando que un día el azar nos citara en una esquina a reírnos de él y esa implacable y silenciosa persistencia. Pero ahora creo que nos hemos equivocado, que debimos habernos sufrido cuerpo a cuerpo, habernos matado en una cama disparando miradas feroces y palabras sucias, bebiendo la hiel que se desprende en cada discusión estúpida por estupideces. Debimos haber aceptado que al amarnos también aceptábamos odiarnos por volvernos dependientes y esclavos de nuestros olores y nuestros sudores y de todas nuestras miserias, y de esa manera liberarnos de una libertad burguesa e inútil. Debimos haber hecho del tiempo la hoja donde escribirnos “ahora o nunca” y haber elegido en cada minuto de cada hora de cada día, el ahora. 
    Adiós, entonces. El tiempo es quién ríe último, y ahora solo la muerte nos podrá juntar.

RR

    

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