No todo es como uno quisiera, algunas cosas son como son y no se puede andar indagando a Dios o al diablo por cada cosa. No, no se puede ir detrás de las lágrimas permanentemente, hay momentos en los que no queda más que sonreír como si todo fuera maravilloso, escribir poesías y cartas de amor y soltar globos rojos con los nombres silenciados para dejarlos ir, que vuelen, que hagan su recorrido hasta que se desinflen y caigan sobre algún lugar misterioso que (afortunadamente) jamás sabremos dónde queda. Quizás ahí el tiempo los desintegre y la tierra los absorba. O puede suceder también que un día aparezca en la puerta una mujer de ojos tristes con un pedacito de latex rojo en la mano y uno -que para esas cosas es mandado a hacer- todavía tenga en un cajón restos del hilo que le ató un día tragándose la tristeza y reprimiendo las esperanzas de recuperar lo que nunca se recupera. Eso sí, mejor no hacerse grandes ilusiones: quien se fue no es quien vuelve. Es necesario recordar que se fue un globo brillante y majestuoso lleno de sueños de aires y de cielos; y ahora, parada en la puerta, hay una pasita de uva con el alma arrugada y llena de necesidades y dolores. Y de nada sirve la memoria de los buenos días, de las mañanas luminosas, de las noches de besos entre sábanas, de nada sirve desempolvar los poemas y las cartas o tratar de hacer un intento de globito con un pedazo de latex viejo. No señor, si uno pretende reconciliarse de alguna manera con ciertos pasados, entonces debe arremangarse y hurgar en los rincones oscuros de unas habitaciones fantasmales cerradas y clausuradas tratando de ubicar entre aromas de soledades y desesperanzas alguna foto vieja, alguna muestra de cariño que se haya salvado de la desgracia del olvido. Aveces se encuentra algo de todo aquello, pero casi siempre todo ya se ha convertido en polvo.
Por eso creo que es tiempo de finalmente abandonar tu rastro, de dar por terminado este asunto y pegar la vuelta respirando una nueva mañana. Ha llegado el momento de guardar una a una las cartas, leyendo a la pasada frases sueltas de otros días y otras horas; sentirlas latir en mis manos por última vez, como si tuviesen vida (porque la tienen) y por eso también he decidido terminar con ellas, darles una palmada en la espalda, agradecerles por la compañía y decirles hasta siempre. Ellas han sido nuestro punto de encuentro, el sitio donde se tejieron las fantasías más alocadas y donde hablé conmigo mismo de vos y de todas, de mí y de todos. Sólo quedaba esta carta por escribir, la última, la definitiva, la que guardará todo lo que callaré para siempre, la que saldrá de esta casa al olvido, la más limpia y pura de todas, la que no habla de tu paso breve por mi cama, de tu estadía eterna en mi vida, de las noches de borracheras desesperadas y las mañanas llenas de esperanzas inútiles.
Estas palabras son las últimas de todas las palabras escritas en tu nombre (por vos, no para vos). Esta es la carta que esperaba ansioso escribir un día, la que ya no esconde ni tu nombre ni tus rastros de locura fruediana, de tango negro rabioso, de días y flores, de amante sin amor. La que vuela a cielo abierto hacia algún lugar desconocido atada a un globo rojo.
RR
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