martes, 20 de enero de 2015

BAILANDO CON DRAGONES


     Mi amigo me pasó una foto y me dijo: “dale, escribile algo vos que a vos te sale. Escribile vos que yo estoy acá y la noche es fría y este acento gallego se me ha pegado hasta cuando soplo la trompeta“.
      Y, entonces, escribí. Pero, sin embargo, quise escribir para su foto y terminé escribiendo lo mismo de siempre. Le escribí a ella que la veo cada vez que cierro los ojos tratando de no verla. Le escribí a ella como lo hago cada vez que una mirada se adorna con unas faldas que la viste de mujer, de clavo que saca a otro clavo, de shock eléctrico que me devuelve a la vida. Y le escribí los mismos ardides y las mismas esperanzas. Escribí sobre aquel pequeño departamento de contrafrente tímidamente iluminado de esperanzas, donde su nariz apuntaba directamente a mis ansiedades y develaba mis secretos impunemente. Escribí sobre su vulva brillante como una gema cósmica y sus pechos como mandamientos divinos y su espalda con la forma de mis sueños. Escribí sobre su contundente lejanía y los caprichos de mi memoria que la persigue y la olfatea como un perro faldero que busca una caricia.
      Sí, le escribí a ella como lo hago siempre, sin su nombre que se deshace y se esconde de la vista de todos en un abecedario que la nombra en cada letra. Le escribí mientras hacía las cuentas que siempre parecen cerrar a mi favor, hasta que llega la noche y siempre me falta uno para el peso: me falta ella que sonría con dientes y lengua y labios y ese sonido que provocaba carcajadas; me falta su gusto a saliva con sabor a tango reo, su aroma a turista de sueños de noches de verano que olían a maravilla de primavera, a ocaso de otoño, a párrafos invernales dejados en un cuaderno de hojas garabateadas con versos sometidos a sus caprichos.
      Y le escribí de la luna y el mar y los años que se nos van mirando lunas y mares flotando sobre estos meses que corren cada vez más rápido por los calendarios y cambian a escondidas la foto del imán de la heladera, así como cambian los vientos y las mareas y los feriados y todo lo que se va mientras el amor se queda empedernido a hacer nido en las ramas del corazón que sólo producen su sombra. Una sombra fantasmal que ronda mis reuniones nocturnas de cada día con ángeles y demonios donde se comentan y se debaten innumerables temas y posibilidades pero en donde, al final, no se escribe ni una sola palabra que no hable de ella.
      Y quizás vos, amigo, ahora te sientas defraudado pensando en que yo debería haber escrito para tu foto o, en todo caso, para alguna de esas princesas de cuentos que desfilan con promesas de amaneceres sin discordias. Esas que me llaman a hincarme a sus pies con un zapato en la mano y cortar esta miserable cadena de vacilaciones, dudas y cobardía que me no me permiten huir de una vez por todas de esta nada más nada que nunca y servir para otra guerra. O tal vez creas que debo hacer como si ella fuera una más, una de las tantas que rondan por los hemisferios, el tuyo y el mío.
      Pero no puedo, amigo, no puedo. Y ya es tiempo de que lo sepas. No puedo porque me he enamorado como un tonto de sus defectos y sus sinrazones, de sus antojos y sus habladurías, de sus dictados, de sus sujetos y de sus predicados; porque aunque no sea mucho lo que tengo para ella, de lo que hay no falta nada y de lo que falta ella es todo lo que tengo; porque su música sigue sonando en esta pista de baile vacía donde ya no queda nadie que pueda arrebatarme de su cuerpo ausente capturando mis brazos que aún guardan la forma de su cintura y sostienen su mano pequeña. Porque, como verás amigo mío, ella se niega obstinadamente a desaparecer de este cuaderno protegido y alambrado adonde cada tanto debo entrar, así ensangrentado, para defenderme a capa y espada contra su recuerdo que me quema y en donde, al final, siempre termino bailando con dragones.

RR

  

Foto e iluminación: Pablo Silicz

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