viernes, 30 de marzo de 2018
INOPORTUNOS UMBRALES
Y mientras yo le escribo de umbrales y ocasos, de las horas por venir y de las que seguramente no vendrán nunca, ella se acurruca en su rincón con vista al olvido. Sin embargo, ella sabe bien de lo que le hablo. Sabe perfectamente de esas horas sin chance, pues guarda para mí algunas entre las cosas perdidas y encontradas tarde. Tarde como estas horas.
Le escribo sobre esos días que nunca llegaron a ser noche, que se quedaron en ese mismo umbral desierto, sin ella y sin nadie. Porque cuando no fue ella, no fue nadie. Y si ahora escribo nadie, lo hago porque quiero impresionarla, porque me gusta creer que ella me lee y, entonces, pretendo para ella que es ella o ninguna, que sin ella yo me muero, y que si me muero es por ella.
Y algo de razón tiene, porque si no yo no estaría acá escribiéndole y vos no estarías ahí leyendo esto. Esto que es para ella. Por eso te digo: tené cuidado, porque quizás vos seas ella. Quizás vos seas esa de la que tanto vengo hablando, a la que tanto le dibujo umbrales donde buscarme un día cuando tal vez la abandonen unas seguridades que, a decir verdad, no sé bien en qué consisten. Que las imagino con la insolencia de quien no le importa verdaderamente. Porque a mí no me importa recrear sus pensamientos, sólo me interesa abonar sus fantasías, pasar mi lengua por los más húmedos de sus sueños y calcarlos con palabras, y entrelazar los dedos de mis manos con los de las suyas como hacen esos enamorados principiantes que son capaces de sacrificar su mundo por ese movimiento abismal -que es un abismo al que vale la pena saltar-. Un movimiento con aires suicidas que hace que los dedos de las manos salgan de los lados de la palma del otro y se abracen y se mezclen como si fuese una orgía mal organizada en donde todo vale. Porque vale todo cuando se quiere con valor, cuando se nada en contra de la corriente, cuando se intenta vencer a la muerte de la única manera posible: queriendo con la vida misma.
Entonces, si por casualidad vos sos ella, seguí tu camino, pues es posible que no quieras encontrarme acá, en este umbral donde abandono el cinismo y la hipocresía y acepto que sí, que te quiero a pesar de los posibles llantos, de los inevitables dolores, de las barricadas que he venido construyendo y saltando como si fuese el último soldado de una batalla perdida, en la que un falso honor aun empuja a estos huesos contra un enemigo que no es nadie más que yo mismo que me encuentro de este lado de la línea Maginot defendiéndome de los umbrales vacíos, de los atardeceres postreros, de mi reflejo en el espejo con cara de estúpido enamorado de su propia creación.
Así es, si vos sos ella, andate y no vuelvas. Hacelo ya, antes de que empiece a creer como un pobre idiota que estás mirando para este lado, que te ha tentando la curiosidad y ahora querés saber si ella sos vos. Vos: la que tengo entrelazada en los dedos de esta mano que te escribe (¿a ella o a vos?). No hace falta ni siquiera que me digas adiós o hasta nunca. No hace falta que trates de conmoverte u olvidarme pues ya no existo, sólo soy un pedazo de todo eso que nunca será debajo de tu umbral. Sólo soy un clavo oxidado perdido en la madera seca de las horas que nunca vendrán.
Y, creéme, con eso me alcanza para seguir dibujándote inoportunos umbrales.
RR
sábado, 24 de marzo de 2018
TOTAL NORMALIDAD
24 de marzo de 2018.
Amaneció hermoso y soleado en Mar del Plata después de una tormenta furibunda. No hay nada de qué asombrarse, al fin y al cabo, el clima de esta ciudad ha sido siempre un caos, como casi todo lo que aquí sucede. Así que... total normalidad.
Por ejemplo: a la vuelta del lugar en donde vivo está detenido en una casa con custodia de prefectura José Luis Wolk, quien fuera nada menos que el jefe del CCD "Pozo de Bandfield". Es decir, si se me permitiera tocarle el timbre y acceder a un encuentro con este tipo yo podría acercarme con una foto de Gabi y Jorge y preguntarle: "¿te acordás de ellos?, ¿los mataste vos o mandaste a otro?, ¿qué hiciste con su hijo o hija?, dale, hacé memoria y contame...". Pero no puedo. Sólo puedo seguir contándole a mi hija -ante la curiosidad que a ella le causa mi cara cada vez que paso por allí- quién es ese lobo manchado de sangre separado de nosotros por apenas unos metros, conservando para sí las respuestas a tantas preguntas que tantos tenemos todavía. Por eso intento que su asombro perviva, para que no caiga también ella en la normalidad.
Unas cuadras más allá está el Bosque Peralta Ramos, un lugar precioso donde se respira aroma a hierba húmeda y se escucha el sonido de los pájaros por encima de todo. Ahí, hasta hace unos pocos días estuvo "detenido" Miguel Angel Etchecolatz, uno de los personajes más repulsivos y sanguinarios de los que se pueda tener memoria (memoria...). Tal vez no lo crean, pero cuando lo trajeron se enrareció el aire, una especie de aroma a azufre invadió la zona. Sin embargo, mientras la gente iba y volvía de la playa disfrutando sus vacaciones, algunos vecinos tragaron saliva, aguantaron el nudo en el estómago y se movilizaron para demarcar el círculo infernal donde la maldad se corporizaba. Hace unos día se lo llevaron otra vez a donde pertenece. Pero el tipo estuvo acá, como si nada. Algo que hace unos años parecía un delirio sacado de un cuento de Poe fue posible. Supongo que ya no es mucho lo que nos puede sorprender a algunos. Excepto la normalidad de ciertas cosas.
Hacia el norte, apenas se cruza la avenida Juan B. Justo por el camino de la costa, está la base naval Mar del Plata donde alguna vez funcionó un centro clandestino de detención. En la entrada, detrás del alambrado en donde desde hace tres meses y pico cuelgan los recuerdos, las oraciones y los pedidos de los familiares y amigos de los tripulantes de un submarino que navegará como un fantasma la conciencia de los funcionarios hasta el día de sus propias muertes, ahí, detrás de ese alambrado, hay un monumento que recuerda aquellos años oscuros y melévolos, y que cada tanto debe ser repintado porque es vandalizado por alguno de los tantos que sueñan con un acto oficial de desagravio. Más adelante, camino a Santa Clara del Mar, está el GADA 601, lugar donde también funcionó otro centro clandestino de detención. Misma situación. Misma normalidad.
Así podría seguir, haciendo un recorrido por todo el país marcando aquellos lugares donde para algunos la memoria vence al olvido y el pasado es una herida abierta. Sin embargo, estos mismos lugares y aquellos infames vecinos míos, conservan todavía una gran cuota de consentimiento, respaldo y hasta simpatía de parte de una gran parte de la sociedad argentina. Y no importa tanto si ese consentimiento, ese respaldo y esa simpatía son producto de la ignorancia, la desinformación, el miedo, el odio, la frustración o todo junto. No importa. Lo verdaderamente inconcebible es que todo eso no da señales de ceder, de menguar, de corregirse. Alrededor de cada uno de los sitios de la memoria sigue apareciendo como una maleza invencible las raíces de la injusticia con el tallo espinado del perdón y el olor rancio del olvido. En todas las esquinas veo esta maraña odiosa. En cualquier ámbito está uno expuesto a ser picado por una de estas plantas venenosas que se trepan como una enredadera por los muros de la conciencia colectiva ¿Cómo es posible? ¿En qué fangal nos hemos sumergido para llegar a vivir con normalidad la vecindad de la muerte?
Desde hace dos años, el 24 de marzo no sólo se recuerda sino que se milita más que nunca. La batalla por la memoria ha dejado de ser un juego de espías y aquel enemigo que permanecía oculto en las sombras refunfuñando entre dientes su odio y su desprecio ha salido a la luz a mostrarse tal cual es, tal cual ha sido desde siempre. El enemigo tiene hoy nuevamente el aparato del estado a disposición, tiene los medios de comunicación siempre dispuestos a girar sus veletas hacia donde sople el viento de los negocios, tiene un infaltable séquito de alcahuetes miserables de lengua fiolosa, cerebro chato y corazón ausente, y tiene esta espantosa normalidad que se ha impuesto mediante argumentos falaces predicados día y noche como slogans publicitarios.
En cambio, del otro lado de la bendita grieta nos atrincheramos unos cuantos. Somos muchos, lo sé, pero evidentemente no somos todos los que deberíamos -es más, quizás nunca los seamos-. Pero cada vez que nos juntamos y salimos a la calle y nos amuchamos como para que nos duela un poco menos esto de poner una y otra vez el cuerpo, reafirmamos lo que somos y lo que queremos. Es en la calle en donde infaliblemente vencemos al olvido, caminando junto a las madres, a las abuelas, a los hijos, a los nietos y hasta nuestros propios muertos. Sí, hemos perdido mucho, probablemente más de lo que hemos ganado. Pero no podemos volver a perder la calle ni aceptar callados otra vez con aquella perversa normalidad este cambalache de idiotas sin alma que insisten con el viejo cuento del perdón y la reconciliación nacional. La normalidad no puede ser jamás el olvido, la mentira y el engaño.
Que esa normalidad sea para ellos. Para nosotros será siempre MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA.
RR
viernes, 16 de marzo de 2018
ESO QUE DICEN QUE ES EL AMOR
De a poco nos fuimos haciendo a la idea de que nos extrañaríamos para siempre, de que sin importar hasta dónde llegáramos con la indiferencia y la arrogancia propia del despecho, nos extrañaríamos. Y cuando asumimos eso, asumimos el verbo extrañar con todas sus acepciones, y armamos el botiquín correspondiente con las gasas y las vendas necesarias para, llegado el caso, cubrir sin éxito las heridas permanentes. Asumimos también que quedaríamos perplejos ante cualquier contacto casual, así como ante cualquier intento por arrojar desde un barranco todos nuestros recuerdos -y la memoria completa- sólo por sobrevivir a nuestras mutuas soledades. Asumimos que íbamos a transitar lugares oscuros para los ojos del presente, que escribiríamos cartas y más cartas que jamás verían la luz; que nos buscaríamos, sin confesarlo jamás, en las filas de los supermercados y en los interiores de los taxis que pasaran por nuestras narices amagando con el derrumbe definitivo de una fe en la que buscaríamos creer sin lograrlo nunca: la fe en el olvido, en el tiempo que todo lo cura, en eso que se supone que es para toda la vida pero que casi siempre dura lo que dura el sabor de un beso.
Y así fuimos marcando el territorio de la despedida, abonando la tierra con algunas flores que hicieran más dulce la espera brutal de lo que nunca llega. Dejamos marcas secretas en la ropa del otro para que aparecieran un día de la nada a asesinarnos por la espalda y sin compasión y sin miramientos y sin piedad y con todo el peso de lo inexplicable. Nos pusimos de acuerdo en que si uno de los dos un día decidía irse, lo haría para siempre y sin aviso, sin explicaciones y sin decir adiós. Ese fatídico día nos alejaríamos con desprecio y soberbia, con la ceguera de la venganza y el miedo del profeta de su propia muerte. Dejaríamos el diario íntimo inconcluso y sin punto final, sin notas de despedida ni justificaciones inútiles. Nos abrazaríamos a la distancia sin llorar, negando las huellas y las promesas, escudándonos en una inexistente sabiduría de la vida. Nos desdeciríamos de lo dicho y de lo hecho, de la urgencia ante la soledad de la noche y la llegada de una mañana desolada.
Por eso, una vez que desnudamos todos los temores y todas las vergüenzas y todas las miserias y todas las confesiones; que negamos la justicia y los castigos y nos probamos la horca y saboreamos una gota del veneno mortal del rencor; que levantamos las cabezas y afilamos las hachas y escupimos para arriba todas las verdades y vomitamos el orgullo y la estupidez; una vez que hicimos todo eso, miramos por la ventana al cielo, nos desvestimos en silencio y apostamos hasta la última gota de sangre sin saber en realidad hasta dónde llegaríamos con eso que dicen que es el amor.
RR
lunes, 12 de marzo de 2018
YO, ARGENTINO...
¡No me mate, no soy negro!
No me mire inquisidor y desconfiado cuando paso por la calle porque yo, como dijo el presi, soy como todos nosotros, descendiente de europeos. Españoles, tanos, judíos, etcétera. Todos pobres refugiados cagados de hambre que bajaron del barco en este sur lejano y apartado y fueron anotados prolijamente en la nueva Historia, para liberarla lo antes posible de unos indígenas patas sucias que debían ser borrados inmediatamente del mapa.
¡No me mate, no soy pobre!
Yo no ando por ahí mendigando ni juntando cartones con mis hijos a cuestas. Tampoco voy por la vida pariendo hijos para cobrar planes o subsidios. Yo pago el IVA y la jubilación y los servicios porque me dijeron que lo que pago es lo que valen. Por lo tanto los seguiré pagando hasta que no me quede nada. Y si me tengo que cagar de frío en invierno o tomar agua caliente de la canilla porque me cortaron la luz y la heladera no funciona, lo voy a hacer, con tal de que no vuelvan más esos negros de mierda. Con tal de que no me confundan nunca con esos coyas que ocupan las veredas para vendernos verduritas y porquerías, que sonríen como si les alcanzara nomás con estar vivos, con ver a sus niños y niñas felices de guardapolvo blanco, listos para intentar por enésima vez ser parte de algo mejor que el índice de pobreza.
¡No me mate, no soy indio!
Ya le dije, soy europeo, soy blanco, soy cristiano o, en el peor de los casos, judío, pero siempre merecedor de un poco de piedad cristiana (siempre y cuando no sea ni negro ni pobre). Y a mí que no me vengan con el cuento de los pueblos originarios porque eso es prehistoria, eso es una herejía más de los zurdos y los demócratas liberales de un pasado laxo y permisivo. ¡Qué me vienen a mí con puntas de flecha y tierras ancestrales! Nada de eso existe, nada de eso somos. ¿O es que acaso hay quien desee la barbarie?
¡No me mate, no soy inmigrante!
No, no soy inmigrante. Mis bisabuelos lo fueron pero no vas a comparar, por favor... Ellos no eran ilegales indocumentados -o eso me gusta creer-. Ellos vinieron a trabajar, a sembrar la patria de blancura, a corregir los desvíos y la corrupción de la mazorca, de los caudillos rebeldes que se querían quedar con el escudo y la bandera. Por eso, ¡menos mal que vinieron! Menos mal, porque gracias a ellos tenemos cultura, orden y progreso para defendernos de la horda de negros, de pobres y de indios que intentan invadir este sagrado territorio, este apéndice de la vieja Europa que resiste orgulloso como alguna vez lo hizo aquel "vigía de occidente". Eso somos, si señor: la luz de un faro para todos los hombres de bien que quieran habitar el suelo argentino, invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia.
¡No me mate, no soy un obrero!
Yo soy apenas un trabajador asalariado pero libre, y como tal, no quiero mantener con mis impuestos ni sindicalistas ni vagos ni ñoquis. Acá hay que laburar, ¡LA-BU-RAR! Calladitos la boca y agachando el lomo. Porque a este país lo sacamos adelante entre todos. ¡¿Qué es eso de andar reclamando y haciendo huelga?! ¿Dónde se ha visto semejante cosa? Y si gobiernan los ricos, mejor, porque ellos no necesitan robar. En cambio los otros... Nosotros tenemos que estar juntos, todos los argentinos de bien debemos unirnos con la alegría que nos caracteriza detrás del objetivo de recuperar la patria de las manos de esos negros pobres indios obreros peronistas y comunistas que se la pasan cacareando solidaridades y creyéndose con derechos a no sé qué.
Entonces, por favor señor policía, no me mate. No me tire por la espalda su petulante ignorancia, no descargue su violencia machista sobre mí como si fuera una de esas minas que reniegan del matrimonio y de la maternidad, no me dé otro palazo en esta cabeza aturdida de noticias catastróficas acerca de lo que se nos viene si usted no mata a los que ya no escarmientan, si no pone a cada uno en su lugar de obediente votante responsable de unas políticas que nadie en su sano juicio votaría pero que muchos como yo, como todo ciudadano legal argentino, no duda en hacerlo una y otra vez, todas las veces que haga falta. Vamos, no lo haga, oficial. No le de otro tiro a mi esperanza de vivir modestamente de mi esfuerzo sin meterme con nadie, sin que me importe un pito la vida de los otros; sin participar de ninguna marcha, de ninguna movilización, de ningún reclamo; sin juntarme con esa chusma periférica que ha contaminado con su insolente presencia todos nuestros hermosos paisajes alambrados llenos de montañas, lagos, bosques y llanuras. Recuerde que yo estoy con usted, que yo tampoco llego a fin de mes pero quiero sentirme seguro y respetado y reconocido por mis esfuerzo, por mi lealtad, por mi sacrificio. Usted sabe que estamos del mismo lado, que nuestra misión es la misma, que los dos formamos parte de esta linea de peones blancos dando batalla, poniendo el cuerpo, aguantando el embate permanente de estos ejércitos de revolucionarios marxistas ateos arrastrados como corderitos por el populismo y sus promesas demagógicas. No crea que estoy tratando de usarlo como hacen todos, yo no soy como ellos, yo soy diferente. A decir verdad, no sé muy bien qué soy, pero créame que no soy un piojo resucitado como dicen ellos. Apunte hacia allá, hacia la oscuridad de los desesperados, hacia la marginalidad de los desposeídos, hacia las villas de los olvidados. Por favor, baje el arma y siga de largo; haga lo que hago yo todos los días para mantener mi pobreza con la mísera dignidad de los miserables, hágase el boludo. Vamos, repita conmigo: yo, argentino. Por favor, se lo ruego, se lo suplico... (¡bang!)
RR
jueves, 8 de marzo de 2018
ELLAS
La mujer que vive en estas páginas no es una sola, es más bien el legado de varias. Como así también habrán sido varios los autores de lo que cada una de ellas pudiera haber leído alguna vez empujada, probablemente, por la natural curiosidad del gato que vigila los restos de su presa una vez que esta yace moribunda en el suelo.
No, no ha habido una única mujer, un solo nombre, un cuerpo único trazado con las mismas curvas, un solo par de ojos del mismo color y con la profundidad de una sola mirada. No he podido nunca mantenerme fiel a una sola ausencia, ni he logrado sostener la constancia persiguiendo un único olvido. Debe ser que, como le sucede a un tal Manuel en una obra que disfruto mucho, me gustan todas ellas. Y en el fondo creo que ellas lo saben. A pesar de que no les interese en lo más mínimo, lo saben.
Y cada una tiene lo suyo, como cada quien, como cada cual. Pero hay un rasgo que las junta a todas a la hora de las palabras vanas que aquí se arrojan desmesuradamente: ninguna ha necesitado jamás para ser, nada de lo que yo les he escrito. Ellas son ellas no gracias mí, sino a pesar de mí. En cambio, yo no soy yo, sino gracias a ellas.
No han sido ellas las que me han pedido -ni siquiera insinuado- que ocupara un solo segundo de mi vida en escribirles. Ellas, sin importar lo que yo alegue, nunca se han escondido de mí, ni jamás se han asomado tímidamente sobre los márgenes que delimitan, como horizontes, mis fracasos permanentes de sus claros amaneceres y sus seductores ocasos. Más bien, han permanecido fieles a sí mismas, a sus deseos y a sus intereses; a sus espacios y a sus estrellas. Ellas van y vienen en sus propios mundos saludando a los más afortunados y evitando a los que, como en mi caso, nos cruzamos en sus caminos con una torpeza proverbial y unas ínfulas de poetas trágicos que nos dejan inmediatamente fuera de juego. Eso sí, yo seré lo que seré, pero cuando el punto final cae definitivo e inapelable sobre la última oración, yo junto mis palabras, mis intenciones y mis escasas posibilidades y me vuelvo silbando bajito hacia donde mis oscuridades y mis fantasmas me aguardan pacientes. Y si bien lo hago para salvar mi pellejo, también lo hago para no contaminar sus recuerdos con ese asqueroso fastidio de otros que reclaman derechos y exigen cuidados desde la vereda de enfrente. Esos otros que hoy mascullarán su veneno y mirarán con desprecio a las mujeres que salgan orgullosas a ser ellas sin necesidad de nosotros.
Pero cuidado, porque estos energúmenos sin remedio andarán merodeando por ahí; los machos y los taitas, los patriotas de la misoginia y el maltrato, los defensores del sentido común y los usurpadores de las libertades individuales. Todos ellos han sido y aun son los perros guardianes de una esclavitud todavía muy en boga. Son ellos (y algunas ellas también, admitámoslo) quienes se adjudican y promueven y practican la licencia de derechos sobre lo que no tienen ninguno. Son ellos los caraduras atrevidos que quieren ordenarlas a ellas en el lugar que, dicen, les corresponde en la cadena de mando que ellos mismos encabezan. Son ellos los que pretenden legislar sus derechos y sus obligaciones. Son ellos los que quieren decidir lo que ellas pueden hacer de sus cuerpos, de sus mentes, de sus vidas.
Sin embargo, ellas volverán a darles un lección, a darnos una lección a todos. Ellas, todas y ni una menos: las hijas respetuosas, las novias recatadas, las esposas fieles, las madres abnegadas e incansables, las secretarias de los grandes ejecutivos, las amantes de los reyes, las musas de los poetas, las víctimas de los femicidas van a estar en la calle desobedeciendo las órdenes, corrigiendo la Historia, mostrándonos el camino hacia un mundo un poco mejor que este fangal en el que vivimos. Un mundo donde ser mujer sólo sea cuestión de lo que cada mujer quiera ser; de lo que desee para ella misma y para las otras como ella, para sus cuerpos, para sus mentes, para sus vidas. Y mientras ellas anden por la calle ocupando de prepo el espacio que les corresponde y que les ha sido negado sistemáticamente, yo me pondré a un lado respetando su lucha y atendiendo sus reclamos sin agregar ni un sólo comentario, asintiendo, apoyando y acompañando con un respetuoso silencio sus fines y sus medios, sus estrategias y sus objetivos, sus miedos y sus lágrimas.
Por eso hoy las dejaré en paz a ellas, a las mujeres de mis horas perdidas, a las que constantemente invito insolente a participar de esas noches sin luna que tanto acontecen en mi ventana. Para que no sientan ni la más mínima brisa que pudiera distraer sus tormentas. Porque hoy puede ser un gran día para aprender algo de una vez por todas, cuando truenen sus escarmientos y me obliguen a dejar de lado por un momento este penoso papel de poeta de cinco pesos que las escribe y las borra y las necesita mucho más de lo que ellas me necesitan a mí.
RR
viernes, 2 de marzo de 2018
YA PRONTO SERÁS
Sí, debo confesar que al separarme de él me sentí libre. Libre de sus dolores y sus miserias, de sus angustias y de sus porvenires. Me fui tras ella tratando de negar su cobardía, me arrojé a una persecución que en su momento él creyó inútil pero que yo considero inevitable.
Lo dejé solo, lo sé. Lo abandoné como a un perro enfermo y nunca más lo volví a ver. En cambio a ella la observé hasta el último día de su vida -que, claro, fue el último también de la mía-. Me abracé a su destino como sólo lo hacen esos enamorados que dejan la leche en el fuego y se van detrás de los aromas frescos de los despertares. Me arrojé como un polizonte en su bote y navegué junto a ella todos sus mares y todos sus ríos y hasta sus humildes arroyos, esos que nadie considera a la hora de escribir versos pero que sobre sus márgenes abrigan sombras de sauces llorones que descuelgan sus ramas sobre el agua sucia que cubre el barro y atraviesa puentes pequeños en los campos de los pueblos perdidos.
Un día supe que murió, solo en una habitación que daba al sur, ese punto cardinal que inevitablemente atrae a los que huyen, a los que ya no pueden más y buscan un refugio para ellos y sus brújulas que parecen no querer cambiar jamás su norte. Y claro, su norte apuntaba siempre a ella. A ella y a mí que me había colgado de sus faldas, que esperaba en un costado de su existencia para arrimarme sigilosamente a su cuello fino y delicado a oler su aroma de mujer, de amor imposible; una especie de justicia tardía que quizás le llegara un día a él en su escondite, en su guarida secreta adornada de canciones en su nombre, teñida de versos que la añoraban y la esperaban con la esperanza invencible y cruel del poeta.
Sin embargo, y para hacer verdadera justicia, yo no tenía otra opción más que montarme a su risa y a sus ojos de chocolate, a su alegría infantil y a su orgasmo de puta en celo, a su recuerdo atrapado en todas esas fotos que él guardaba debajo de la cama en una pequeña cajita de cartón que atesoraba y cuidaba como cuidan las hembras de sus cachorros. Quizás ese haya sido el error fatal. Porque él fue guardando sus días y sus noches en esa caja y olvidándose lentamente de mí que nunca había faltado a ninguna de sus citas con el desconsuelo o con alguna injustificable alegría; que nunca me corrí de su lado, ni siquiera en esas noches sin luna que invitaban al suicidio. Ahí estaba yo, fabricándome una silueta y sirviéndole una copa para pasar el rato mientras ella lo saludaba desde la tierra arrasada del olvido manifiesto. Ahí estaba yo, sin un reproche ni ninguna de esas frases inútiles que pronuncian los que no entienden que a veces el silencio lo dice todo. Ahí estaba yo...
Y desde ahí escribí esta carta para quienes un día quisieran enterarse de esta historia, la de él y ella. Y tal vez yo no sea más que una sombra, más que una ilusión de la luz, pero en mí hicieron trinchera sus deseos y sus ganas, y la extinta valentía de quien prefirió las palabras a la carne, las rimas a los besos, la oscuridad al deseo insoportable de la piel. Sí, yo fui su sombra y creí tontamente que podía salvarlo de la derrota. Pero no pude, lo siento, no pude. Y su derrota fue inevitablemente la mía, y su muerte me dejó solo errando por las noches de ella que ya tiene otros brazos y otra sombra para entibiar su cama y los rincones de sus tardes grises. ¿Acaso debí haberme quedado con él aceptando como un fiel compañero su destino perdido en vez de lanzarme a una tarea imposible? No lo sé. Ojalá alguien pudiera decirle que lo lamento, que permaneceré aquí. Pues tarde o temprano, ella también se volverá finalmente una sombra.
RR
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