sábado, 24 de marzo de 2018

TOTAL NORMALIDAD


24 de marzo de 2018. 

    Amaneció hermoso y soleado en Mar del Plata después de una tormenta furibunda. No hay nada de qué asombrarse, al fin y al cabo, el clima de esta ciudad ha sido siempre un caos, como casi todo lo que aquí sucede. Así que... total normalidad. 
     Por ejemplo: a la vuelta del lugar en donde vivo está detenido en una casa con custodia de prefectura José Luis Wolk, quien fuera nada menos que el jefe del CCD "Pozo de Bandfield". Es decir, si se me permitiera tocarle el timbre y acceder a un encuentro con este tipo yo podría acercarme con una foto de Gabi y Jorge y preguntarle: "¿te acordás de ellos?, ¿los mataste vos o mandaste a otro?, ¿qué hiciste con su hijo o hija?, dale, hacé memoria y contame...". Pero no puedo. Sólo puedo seguir contándole a mi hija -ante la curiosidad que a ella le causa mi cara cada vez que paso por allí- quién es ese lobo manchado de sangre separado de nosotros por apenas unos metros, conservando para sí las respuestas a tantas preguntas que tantos tenemos todavía. Por eso intento que su asombro perviva, para que no caiga también ella en la normalidad.
     Unas cuadras más allá está el Bosque Peralta Ramos, un lugar precioso donde se respira aroma a hierba húmeda y se escucha el sonido de los pájaros por encima de todo. Ahí, hasta hace unos pocos días estuvo "detenido" Miguel Angel Etchecolatz, uno de los personajes más repulsivos y sanguinarios de los que se pueda tener memoria (memoria...). Tal vez no lo crean, pero cuando lo trajeron se enrareció el aire, una especie de aroma a azufre invadió la zona. Sin embargo, mientras la gente iba y volvía de la playa disfrutando sus vacaciones, algunos vecinos tragaron saliva, aguantaron el nudo en el estómago y se movilizaron para demarcar el círculo infernal donde la maldad se corporizaba. Hace unos día se lo llevaron otra vez a donde pertenece. Pero el tipo estuvo acá, como si nada. Algo que hace unos años parecía un delirio sacado de un cuento de Poe fue posible. Supongo que ya no es mucho lo que nos puede sorprender a algunos. Excepto la normalidad de ciertas cosas. 
     Hacia el norte, apenas se cruza la avenida Juan B. Justo por el camino de la costa, está la base naval Mar del Plata donde alguna vez funcionó un centro clandestino de detención. En la entrada, detrás del alambrado en donde desde hace tres meses y pico cuelgan los recuerdos, las oraciones y los pedidos de los familiares y amigos de los tripulantes de un submarino que navegará como un fantasma la conciencia de los funcionarios hasta el día de sus propias muertes, ahí, detrás de ese alambrado, hay un monumento que recuerda aquellos años oscuros y melévolos, y que cada tanto debe ser repintado porque es vandalizado por alguno de los tantos que sueñan con un acto oficial de desagravio. Más adelante, camino a Santa Clara del Mar, está el GADA 601, lugar donde también funcionó otro centro clandestino de detención. Misma situación. Misma normalidad. 
     Así podría seguir, haciendo un recorrido por todo el país marcando aquellos lugares donde para algunos la memoria vence al olvido y el pasado es una herida abierta. Sin embargo, estos mismos lugares y aquellos infames vecinos míos, conservan todavía una gran cuota de consentimiento, respaldo y hasta simpatía de parte de una gran parte de la sociedad argentina. Y no importa tanto si ese consentimiento, ese respaldo y esa simpatía son producto de la ignorancia, la desinformación, el miedo, el odio, la frustración o todo junto. No importa. Lo verdaderamente inconcebible es que todo eso no da señales de ceder, de menguar, de corregirse. Alrededor de cada uno de los sitios de la memoria sigue apareciendo como una maleza invencible las raíces de la injusticia con el tallo espinado del perdón y el olor rancio del olvido. En todas las esquinas veo esta maraña odiosa. En cualquier ámbito está uno expuesto a ser picado por una de estas plantas venenosas que se trepan como una enredadera por los muros de la conciencia colectiva ¿Cómo es posible? ¿En qué fangal nos hemos sumergido para llegar a vivir con normalidad la vecindad de la muerte?
     Desde hace dos años, el 24 de marzo no sólo se recuerda sino que se milita más que nunca. La batalla por la memoria ha dejado de ser un juego de espías y aquel enemigo que permanecía oculto en las sombras refunfuñando entre dientes su odio y su desprecio ha salido a la luz a mostrarse tal cual es, tal cual ha sido desde siempre. El enemigo tiene hoy nuevamente el aparato del estado a disposición, tiene los medios de comunicación siempre dispuestos a girar sus veletas hacia donde sople el viento de los negocios, tiene un infaltable séquito de alcahuetes miserables de lengua fiolosa, cerebro chato y corazón ausente, y tiene esta espantosa normalidad que se ha impuesto mediante argumentos falaces predicados día y noche como slogans publicitarios. 
     En cambio, del otro lado de la bendita grieta nos atrincheramos unos cuantos. Somos muchos, lo sé, pero evidentemente no somos todos los que deberíamos -es más, quizás nunca los seamos-. Pero cada vez que nos juntamos y salimos a la calle y nos amuchamos como para que nos duela un poco menos esto de poner una y otra vez el cuerpo, reafirmamos lo que somos y lo que queremos.  Es en la calle en donde infaliblemente vencemos al olvido, caminando junto a las madres, a las abuelas, a los hijos, a los nietos y hasta nuestros propios muertos. Sí, hemos perdido mucho, probablemente más de lo que hemos ganado. Pero no podemos volver a perder la calle ni aceptar callados otra vez con aquella perversa normalidad este cambalache de idiotas sin alma que insisten con el viejo cuento del perdón y la reconciliación nacional. La normalidad no puede ser jamás el olvido, la mentira y el engaño.

Que esa normalidad sea para ellos. Para nosotros será siempre MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA.

RR


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