viernes, 30 de marzo de 2018

INOPORTUNOS UMBRALES


     Y mientras yo le escribo de umbrales y ocasos, de las horas por venir y de las que seguramente no vendrán nunca, ella se acurruca en su rincón con vista al olvido. Sin embargo, ella sabe bien de lo que le hablo. Sabe perfectamente de esas horas sin chance, pues guarda para mí algunas entre las cosas perdidas y encontradas tarde. Tarde como estas horas.
     Le escribo sobre esos días que nunca llegaron a ser noche, que se quedaron en ese mismo umbral desierto, sin ella y sin nadie. Porque cuando no fue ella, no fue nadie. Y si ahora escribo nadie, lo hago porque quiero impresionarla, porque me gusta creer que ella me lee y, entonces, pretendo para ella que es ella o ninguna, que sin ella yo me muero, y que si me muero es por ella.
     Y algo de razón tiene, porque si no yo no estaría acá escribiéndole y vos no estarías ahí leyendo esto. Esto que es para ella. Por eso te digo: tené cuidado, porque quizás vos seas ella. Quizás vos seas esa de la que tanto vengo hablando, a la que tanto le dibujo umbrales donde buscarme un día cuando tal vez la abandonen unas seguridades que, a decir verdad, no sé bien en qué consisten. Que las imagino con la insolencia de quien no le importa verdaderamente. Porque a mí no me importa recrear sus pensamientos, sólo me interesa abonar sus fantasías, pasar mi lengua por los más húmedos de sus sueños y calcarlos con palabras, y entrelazar los dedos de mis manos con los de las suyas como hacen esos enamorados principiantes que son capaces de sacrificar su mundo por ese movimiento abismal -que es un abismo al que vale la pena saltar-. Un movimiento con aires suicidas que hace que los dedos de las manos salgan de los lados de la palma del otro y se abracen y se mezclen como si fuese una orgía mal organizada en donde todo vale. Porque vale todo cuando se quiere con valor, cuando se nada en contra de la corriente, cuando se intenta vencer a la muerte de la única manera posible: queriendo con la vida misma.
     Entonces, si por casualidad vos sos ella, seguí tu camino, pues es posible que no quieras encontrarme acá, en este umbral donde abandono el cinismo y la hipocresía y acepto que sí, que te quiero a pesar de los posibles llantos, de los inevitables dolores, de las barricadas que he venido construyendo y saltando como si fuese el último soldado de una batalla perdida, en la que un falso honor aun empuja a estos huesos contra un enemigo que no es nadie más que yo mismo que me encuentro de este lado de la línea Maginot defendiéndome de los umbrales vacíos, de los atardeceres postreros, de mi reflejo en el espejo con cara de estúpido enamorado de su propia creación.
     Así es, si vos sos ella, andate y no vuelvas. Hacelo ya, antes de que empiece a creer como un pobre idiota que estás mirando para este lado, que te ha tentando la curiosidad y ahora querés saber si ella sos vos. Vos: la que tengo entrelazada en los dedos de esta mano que te escribe (¿a ella o a vos?). No hace falta ni siquiera que me digas adiós o hasta nunca. No hace falta que trates de conmoverte u olvidarme pues ya no existo, sólo soy un pedazo de todo eso que nunca será debajo de tu umbral. Sólo soy un clavo oxidado perdido en la madera seca de las horas que nunca vendrán.
     Y, creéme, con eso me alcanza para seguir dibujándote inoportunos umbrales.

RR


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