jueves, 8 de marzo de 2018

ELLAS


     La mujer que vive en estas páginas no es una sola, es más bien el legado de varias. Como así también habrán sido varios los autores de lo que cada una de ellas pudiera haber leído alguna vez empujada, probablemente, por la natural curiosidad del gato que vigila los restos de su presa una vez que esta yace moribunda en el suelo.
     No, no ha habido una única mujer, un solo nombre, un cuerpo único trazado con las mismas curvas, un solo par de ojos del mismo color y con la profundidad de una sola mirada. No he podido nunca mantenerme fiel a una sola ausencia, ni he logrado sostener la constancia persiguiendo un único olvido. Debe ser que, como le sucede a un tal Manuel en una obra que disfruto mucho, me gustan todas ellas. Y en el fondo creo que ellas lo saben. A pesar de que no les interese en lo más mínimo, lo saben.
     Y cada una tiene lo suyo, como cada quien, como cada cual. Pero hay un rasgo que las junta a todas a la hora de las palabras vanas que aquí se arrojan desmesuradamente: ninguna ha necesitado jamás para ser, nada de lo que yo les he escrito. Ellas son ellas no gracias mí, sino a pesar de mí. En cambio, yo no soy yo, sino gracias a ellas.
     No han sido ellas las que me han pedido -ni siquiera insinuado- que ocupara un solo segundo de mi vida en escribirles. Ellas, sin importar lo que yo alegue, nunca se han escondido de mí, ni jamás se han asomado tímidamente sobre los márgenes que delimitan, como horizontes, mis fracasos permanentes de sus claros amaneceres y sus seductores ocasos. Más bien, han permanecido fieles a sí mismas, a sus deseos y a sus intereses; a sus espacios y a sus estrellas. Ellas van y vienen en sus propios mundos saludando a los más afortunados y evitando a los que, como en mi caso, nos cruzamos en sus caminos con una torpeza proverbial y unas ínfulas de poetas trágicos que nos dejan inmediatamente fuera de juego. Eso sí, yo seré lo que seré, pero cuando el punto final cae definitivo e inapelable sobre la última oración, yo junto mis palabras, mis intenciones y mis escasas posibilidades y me vuelvo silbando bajito hacia donde mis oscuridades y mis fantasmas me aguardan pacientes. Y si bien lo hago para salvar mi pellejo, también lo hago para no contaminar sus recuerdos con ese asqueroso fastidio de otros que reclaman derechos y exigen cuidados desde la vereda de enfrente. Esos otros que hoy mascullarán su veneno y mirarán con desprecio a las mujeres que salgan orgullosas a ser ellas sin necesidad de nosotros. 
     Pero cuidado, porque estos energúmenos sin remedio andarán merodeando por ahí; los machos y los taitas, los patriotas de la misoginia y el maltrato, los defensores del sentido común y los usurpadores de las libertades individuales. Todos ellos han sido y aun son los perros guardianes de una esclavitud todavía muy en boga. Son ellos (y algunas ellas también, admitámoslo) quienes se adjudican y promueven y practican la licencia de derechos sobre lo que no tienen ninguno. Son ellos los caraduras atrevidos que quieren ordenarlas a ellas en el lugar que, dicen, les corresponde en la cadena de mando que ellos mismos encabezan. Son ellos los que pretenden legislar sus derechos y sus obligaciones. Son ellos los que quieren decidir lo que ellas pueden hacer de sus cuerpos, de sus mentes, de sus vidas.
     Sin embargo, ellas volverán a darles un lección, a darnos una lección a todos. Ellas, todas y ni una menos: las hijas respetuosas, las novias recatadas, las esposas fieles, las madres abnegadas e incansables, las secretarias de los grandes ejecutivos, las amantes de los reyes, las musas de los poetas, las víctimas de los femicidas van a estar en la calle desobedeciendo las órdenes, corrigiendo la Historia, mostrándonos el camino hacia un mundo un poco mejor que este fangal en el que vivimos. Un mundo donde ser mujer sólo sea cuestión de lo que cada mujer quiera ser; de lo que desee para ella misma y para las otras como ella, para sus cuerpos, para sus mentes, para sus vidas. Y mientras ellas anden por la calle ocupando de prepo el espacio que les corresponde y que les ha sido negado sistemáticamente, yo me pondré a un lado respetando su lucha y atendiendo sus reclamos sin agregar ni un sólo comentario, asintiendo, apoyando y acompañando con un respetuoso silencio sus fines y sus medios, sus estrategias y sus objetivos, sus miedos y sus lágrimas. 
     Por eso hoy las dejaré en paz a ellas, a las mujeres de mis horas perdidas, a las que constantemente invito insolente a participar de esas noches sin luna que tanto acontecen en mi ventana. Para que no sientan ni la más mínima brisa que pudiera distraer sus tormentas. Porque hoy puede ser un gran día para aprender algo de una vez por todas, cuando truenen sus escarmientos y me obliguen a dejar de lado por un momento este penoso papel de poeta de cinco pesos que las escribe y las borra y las necesita mucho más de lo que ellas me necesitan a mí.

RR


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno. ¡Este espacio es sólo para Ellos? O Nosotras tambien podemos publicar?

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