jueves, 28 de junio de 2018

CONFESIONES DE UN SILENCIO


     Me adelanté a ella unos pasos, me detuve, me dí vuelta y la besé. La besé como nunca había escrito que la besaría, como nunca la había besado antes entre medio de aquellas frases teñidas con los ocres del otoño o la brisa del verano. La besé con devoción, sin dejar ni un mínimo resquicio entre su boca y la mía por donde se colara el pasado. La besé lentamente como intentando una especie de salón de baile dentro del espacio que se ampliaba a boca de jarro. Un espacio cerrado y húmedo que les permitiera a las lenguas abrazarse en un bolero o en una de esas milongas que a veces sirven de excusa para aferrarse sin vergüenza a la cintura y a los hombros, para apretar los sexos, para cerrar los ojos y desanudar los nudos de la garganta. Así, fue, la besé y lo arruiné todo, mi vida y la de ella.
     Ella me creyó un impostor, un invasor de sus horas que equivocadamente creía saber con qué llenar sus soledades, las de ella; un narcisista sin modales buscando alguna recompensa. Y claro, ella se alejó. Me empujó a la invicibilidad del saludo cortés, del beso en la mejilla. Sin embargo, ya era tarde. Mi vida y yo nos habíamos hecho adictos a su boca, a ese extraño contacto entre pétalos de flores diferentes, de aromas diversos. Y así también, como era de esperarse, me volví adicto a su mano en mi nuca, a su vientre apoyado firme sobre el mío, al dolor de su despedida.
     En poco tiempo, entre ansiedades y desesperación, me fui convirtiendo en esto que soy ahora: un escritor de cartas y reclamos, un profesional en el arte de ese silencio que descoloca al resto de los mortales. Es que todos me piden que calle este silencio, que abandone el recuerdo de su boca, ya que al fin y al cabo, dicen, su boca es igual a la de cualquiera.
     Pero están equivocados. Su boca no es cualquiera. Su boca, dibujada como un recorrido ondulado y rojizo entre sus cachetes, es la que detiene mi tiempo que no transcurre cuando la espero por las tardes nada más que para verla pasar; su boca es la de la risa que acompaña las complicidades y los gestos de los personajes que, con gestos solidarios pero insuficientes, buscan consolarme; su boca es la de ella, a quién vengo comprometiendo cada noche en cada palabra que se va detrás suyo, solas, sin necesidad de indicaciones mías o mapas adicionales. Su boca, así dibujada, es la de aquel capítulo siete, la que crece debajo del dedo; la que con egoísmo y pedantería se eleva entre las demás y anula cualquier intento mío por escaparme de ella, de esa boca. Y su boca es también lo que ella dice, ese hola tierno, esa verdad que detesto y ese insulto que merezco por no aceptar otro grito que no sea el de su boca, por no querer oír los sonidos de los dientes de otras bocas tiritando en una mañana helada.
     Por eso la besé. Y apenas solté sus labios huí de ella y me vine a vivir acá, donde sobreviven los cobardes. Y al final, yo que había elegido vivir en un mundo de palabras para ella, vivo en permanente silencio. El silencio más aterrador, el silencio más insoportable y menos querido. Vivo solo en este refugio construido de mañanas de esperanzas, de tardes de desengaños y de noches interminables. Este lugar inhóspito se ha ido transformado en mi cárcel, en el lugar donde naufrago voluntariamente buscando algo que finalmente me mate; si es posible, de un golpe tan fuerte que el estruendo también mate definitivamente a este silencio para que no me persiga eternamente.
     Dicen que hay bocas que están dispuestas a entregar sus frutos por doquier, besos que florecen entre los cardos y los muertos, que sobreviven a las pestes y a los abandonos. Debe ser así. Yo, sin embargo, he dejado morir los míos en el fondo de esta casa, a la luz de la ventana que da al patio donde de noche se ve la Cruz del sur. 

     Ya no creo que haga falta seguir sosteniendo que esta marea me favorece y que, finalmente, va a limpiar mi costa. Ya no hace falta seguir en la búsqueda de un convencimiento falso e innecesario. Ya no hace falta, hermosa, que te siga hablando a través de cartas y de flores, de canciones y medianoches de borracheras. Sólo hace falta animarme a abandonar esta agonía y suicidarme en tu mirada olvidada sobre mi cuerpo maltratado y vencido, sobre esos versos que vienen sin que nadie los llame, sin que nadie los reciba, sin que nadie los quiera. Y no creo que deba alzar ya cada noche una copa y brindar a tu salud cuando la mía me ha abandonado, cuando ya no queda  ni un solo glóbulo blanco en mi sangre que logre inmunizarme de quererte desde la locura que provoca el reconocimiento de que no hay nadie a mi alrededor que logre apartarme de la desgracia de un amor sin carne y sin hueso, sin poder morderte o echarte de mi lado para salvarme de vivir así. Ya no creo en nada, ni en vos ni en mí y menos en Dios. Sólo me queda creer que al menos ya sé de qué me estoy muriendo y que no está tan mal para un mundo en donde la gente pocas veces se atreve a mirar a la vida a los ojos, a exigirle una explicación y se muere de gripe, atropellados por algún auto o en el abandono de la vejez. A mí, querida, sólo me bastó una boca, la tuya; y luego un beso y unas palabras en tu nombre, y más tarde este silencio brutal. Fue sólo eso lo que hizo falta para convencerme de que todo aquello que me proponían incesantemente quienes intentaron alguna vez salvarme nunca funcionaría. Pues, hiciera lo que hiciera, nunca elegiría esconderme detrás de otros amores sin nombres para salvarme del tuyo.

RR


viernes, 22 de junio de 2018

¿CUÁNDO?


     Cuando corre el río debajo del puente y debajo del río corren los peces y los que se arrojaron al río a buscar un puente para llegar hasta el fondo de lo imposible. Tal vez porque desde lo imposible casi siempre me vienen unas ganas tremendas de seguir siendo -o de ya no ser, depende de dónde sople el viento-, de dejar de ser fondo de río para reír por cualquier pavada detenida en la baranda de un puente que, esta claro, ya no puede llevarme a ningún lado.

     Cuando encima cae la lluvia que degrada la sequedad del pasto amarillento, que empieza a recobrar su verde pasado cuando le llovían las gotas y los soles y los atardeceres cálidos. Hasta que llegó el crudo invierno trayendo de la mano al frío, arrastrando al viento helado y bombardeando al pobre pasto indefenso de una lluvia inmisericorde y fatal capaz de opacar sus mejores brillos; capaz de encerrar hasta al más decidido de los suicidas y ponerlo a sufrir su condena hasta que la muerte lo separe de ella.

     Cuando vienen sin que los llame esos pensamientos con pretensiones sentimentales y les presento batalla y pierdo amargamente teniendo que entregar todo lo que tengo que no es nada, que sólo son un par de versos mansos que dejarán su plácida mansedad para transformarse en la obra cruel de un Mister Hyde persiguiéndome por los rincones, azuzando tu nombre y tu desnudez que no podría ser más maravillosamente diabólica y que no tiene perdón de Dios. Y yo, que no soy muy creyente, tendré que arrodillarme a escribir con una piedra el resto del poema en la vereda de una casa que haré de cuenta que es la tuya mientras la gente pasará y me mirará y no sabrá que me he quedado sin razones verdaderas para evitar escribirte y que entonces he decidido entregarme sin justificaciones estúpidas ni excusas miserables a la tarea de ser aunque sea este pobre imbécil que pagará lo que haya que pagar por querer sin presentir.

     Cuando las olas se acercan curiosas a los bordes de los acantilados buscando entre las piedras una confesión de mi parte que vos bien sabés que a esta altura sobra. Pero el mar, que sabe casi todo, no sabe que si se acerca demasiado revolverá las algas y entonces se enturbiará una pretendida transparencia que dejará ver aquello que parecía celeste desde el cielo pero que en realidad es un mero reflejo de mi deseo de estirar mi brazo para traerte a pisar la arena. Aquello que ya ni siquiera es aquello, que es esto, todo esto, puro ego lastimado, pura vanidad sin frasco donde guardarla, puro desconcierto ante el tiempo que ha dejado de significar tiempo y ahora es una eternidad inalcanzable, un marco para una tela sin color, un espacio vacío para no poner nada. Porque ya no queda nada. Porque ya no hay nada que valga lo que valen tus ojos impagables como el azul de este cielo transparente igual al de mis tontas fantasías. Transparente como el negro de la noche que te ubica en un lugar tan cercano a mis ilusiones que lastima. Lastima cuando muerde mi lástima que no tendría que ser pero es.

     Cuando lo que me queda son nada más que los pequeños placeres de un hombre común que cree amar a una mujer que de común no tiene nada, que es una de esas mujeres con gusto a especialidad de la casa de donde se ausenta. Una casa que tranquilamente podría ser esta que sabe más de tu lejanía que de mi propia presencia. Y esta casa sabe de vos y también sabe a vos porque cada tanto le canto canciones que hablan de tu gusto a mar revuelto y turbio, a pasto verde de pura lluvia torrencial, de pura revancha perdida. Y a mí no me queda otra que aferrarme a la imposibilidad de volver el tiempo atrás para seguir componiendo una eternidad descompuesta en dos partes, la mía y la tuya. La mía que no vale nada sin la tuya que la cuestione. Y la tuya que sin la mía puede sentirse afortunada de ser un minuto y así vivir para contarlo.

     Y hasta acá llego con esta cuenta, pues he prescindido finalmente de todo lo que alguna vez fue parte ostensible de tu recuerdo: el dónde, el cómo, el por qué. Sólo me quedaban estos pocos cuando dando vueltas entre los dedos de una mano, la misma que me alcanza para contar lo que me queda de cuando te quería. Y así, un cuando me ha llevado a otro y sin darme cuenta me ha sorprendido el final de este texto sin que ni siquiera me haya quedado espacio para una despedida digna o para escribirte aquellos últimos versos que escribí en la vereda de esa casa que hice mía por unas noches, cuando todavía me quedaban algunos retazos de esa clase de esperanza inocultablemente ridícula que hace que tipos como yo terminemos escribiendo versos inverosímiles para mujeres con otros por qué, con otros cómo, con otros dónde y hasta con otros cuándo. 

RR


viernes, 15 de junio de 2018

UN MENSAJERO


     Buen día, señorita, perdón por la inconveniencia. No se asuste, sólo soy un mensajero, un chasqui de otros tiempos al que le fue dada la responsabilidad de entregarle estos viejos papeles que hablan de usted. Así como le cuento, fui instruido para dejar en sus manos unos besos conservados durante años en palabras, detrás de las sombras de quién se dedicó a proteger su siembra (la suya), a regar pacientemente la que se decía que era la flor más hermosa nunca vista. 
     Una vez que me haya retirado, usted podrá hacer con ellos lo que le plazca pero, si me permite la observación, no los deseche ni los abandone, no servirá de nada, ellos siempre encontrarán la manera de volver a usted. Tal vez una noche cualquiera, sin que usted pueda prevenirse, las palabras y los besos logren meterse sigilosamente entre sus sábanas hasta penetrar en sus sueños con el único objetivo de provocar fuegos faustos, imágenes paganas de seres creados por la mitología del amor. Seres como esos que en las leyendas urbanas se baten a duelo con los malvados apóstoles del desencuentro. Tampoco creo que pueda, sin una gran dificultad, mandar los besos al pozo profundo y oscuro de la indiferencia, o arrojar las palabras violentamente por la ventana más elevada del infortunio. Aunque usted no me crea, palabras como estas poseen alas; alas iguales a estas que mueven mis pies, es por eso que logran volar abrazándose a los vientos para así quedarse rondando el silencio de las ausencias y las estaciones: los helados inviernos y las lluviosas primaveras, los veranos de corazones cálidos y los otoños desnudos e íntimos. 
     Algo más: estos besos que usted sostiene ahora en sus manos no son unos besos cualquiera. No, ellos son únicamente suyos, no encajan en ninguna otra boca ni sirven para otras camas. Ellos son su destino y su karma. Usted, señorita, podrá cerrar sus ojos y sus oídos y sus manos, pero será inútil. Ellos encontrarán, tarde o temprano, la manera de ingresar sin permiso en su alma. Porque ellos son persistentes y obstinados. Porque ellos no morirán por su desprecio, tan sólo se acomodarán en un rinconcito de su vida y la acompañarán hasta que usted muera.  Entonces, ahí sí, estos besos morirán con usted, en usted y por usted. 
     No trate de indagar sobre mi origen o mi paradero, eso no importa en este asunto, haga de cuenta de que soy menos que un fantasma. O que, en todo caso, es la vida misma quien se presenta ante sus ojos a acomodar los anaqueles secretos de los amores perdidos. Según he podido saber, es en esos anaqueles donde aparecieron un día estos papeles amarillentos llenos de historias anónimas mal redactadas. Unas hojas descoloridas que, al mirarlas con un poco más de detenimiento, se nota claramente que están todas salpicados una y otra vez por un nombre borrado con determinación y angustia usando pedacitos de unas esperanzas que fueron desgastándose hasta desaparecer. Ese nombre, señorita, es el suyo. 
     Ahora, ya es tiempo de volver a mi camino, mi tarea ha sido cumplida. Cuando cierre la puerta a mis espaldas tendrá usted tiempo para pensar y decidir, pero únicamente lo que sienta será lo que podrá hacer. Déjeme decirle sólo una última cosa: he dejado ahora en sus manos las palabras y los besos, pero recuerde, es usted la poseedora de algo mucho más valioso: la mano, la tinta y el corazón del remitente. 
     Adiós.

RR


lunes, 11 de junio de 2018

COMO ANTES


     Hoy, sin querer, he caído en la cuenta de que ya no te escribo como antes, como si no hubiese un mañana. Es como si al haberte olvidado hubiese aceptado prescindir de tu recuerdo. Y no es así. 
     Claro, ¿cómo podrías vos saberlo si ya no te escribo como antes, como si no hubiese un mañana? Pero yo sí lo sé -y creo que todos lo saben, o al menos lo suponen-. Yo lo sé positivamente porque me veo cada tanto en la penosa situación de hablar de vos con la nada y no tener nada que contarle ni nada que cantarle, nada de nada. Al menos antes, cuando te escribía, como de la nada siempre me brotaba algo, algo que contarte, algo que cantarte.
     Y ya ves cómo me pone esto de no escribirte, cómo me saca de ese lugar anónimo -o más bien apócrifo-, casi ignoto, casi imperceptible, casi casi. Me saca al sol y me seca la humedad de estos huesos que crujen y se expresan por medio de clics y clocs y unos dolores permanentes que me hacen pensar en la gravedad que me aguarda en un mañana que empezó a existir a partir del día en que dejé de escribirte.
     No, no es lo mismo, ya te lo he escrito antes. Si fuese lo mismo, seguramente hoy no estaría aquí escribiendo y mis rodillas no darían el concierto que dan cada vez que me agacho a recoger los restos de mis dolores pasados, aquellos que no venían acompañados de un mañana, sino, más bien, se iban acomodando de a poco en el pasado. Así es como te escribía antes, sin mañana y con una esperanza enorme de pasado sin futuro, de pasado pisado a paso lento, con la noche clara y el sueño oscuro y la mente acogotando al alma hasta una bandera blanca. Hasta la noche siguiente.
     Algunos dicen que así escriben los poetas, atormentados, desesperanzados, desahuciados, y quién sabe cuántos otros "des". En mi caso, y ya que hablamos de antes, yo escribía para vos, aún sabiendo que habría quien no comprendería que vos eras tu, que yo era "sho", y que el bondi fileteado de tango al que me había subido no me llevaba a ningún lado. A veces me pregunto si no hubiese sido más útil bajarme en alguna esquina desconocida y esperar un autobús que me llevara hacia una fantasía de personajes de lenguaje neutro y sin connotaciones personales. Tal vez de esa manera hubiese podido sentarme a mirar el paisaje hasta bajarme en un mañana mucho más prometedor que este al que he arribado escribiendo como ya no suelo hacerlo.  
     Por eso hoy, así nomás y sin ningún compromiso mutuo, creo que es un buen momento para escribirte (como ahora) que no me he olvidado de hacerlo como lo hacía antes; como así tampoco he dejado nunca de recordarte como seguramente lo haré siempre. Lo que sucede, querida mía, es que este país no nos da respiro a quienes intentamos asomarnos insolentes a la poesía, aunque sea simulando que nos morimos por causas un poco más altruistas que la desgracia de los pobres y la miseria de los ricos. Y entonces, me han venido otros dolores y otros lamentos, me han sorprendido viejas traiciones de la mano de los mismos traidores. Y como si eso fuera poco, de la noche a la mañana, me han vuelto a matar mis muertos. A todo eso sumale la vida que inevitablemente insiste en pasarme por al lado y me deja amaneciendo otras mañanas, o borracho en otros nombres durante la noche. Y todo por haberme salvado raspando de tu olvido, lo que no hizo más que alimentar esta incógnita de no saber de qué mierda me sirvió.
     En síntesis, y para no hacerte perder más el tiempo, si no te escribo ya como antes, como si no hubiese un mañana, debe ser porque te he querido mucho y te he besado tan poco. O, en todo caso, porque lo que antes era, ya no es. Y mañana será otro día.

(¡chan, chan!)

RR


jueves, 7 de junio de 2018

UNIVERSO PARALELO (creer o reventar)


     Dicen que hubo una vez una reunión secreta en la que se discutió un informe que indicaba la supuesta existencia, según ciertos cálculos, de un universo paralelo en donde sucedían las mismas situaciones que en el nuestro pero por causas opuestas y con consecuencias antagónicas.
     Así, en este lugar al cual se refería el documento, el sol salía a mitad de la noche sin romper nunca la oscuridad y la luna brillaba en el cielo celeste durante las horas de vigilia. Los peces arrojaban redes y líneas con anzuelos desde el mar y los ríos tratando de capturar a aquellas personas detenidas en sus orillas; personas con la mirada perdida en el horizonte, ansiosos de encontrar unas respuestas inexistentes para todo ese tipo de cuestiones metafísicas de dudosa relevancia; algunos hasta llegaban a caer en el engaño y picaban y se perdían en las profundidades de sus aguas (esto, a decir verdad, no parece diferenciarse demasiado de lo que sucede en nuestro universo).
     En los partidos de fútbol, los goles que se festejaban eran los del equipo contrario, por lo tanto, el rival trataba por todos los medios de perder el juego para darle una alegría a sus simpatizantes y aguarles la fiesta a la hinchada adversaria que esperaba a la salida del estadio a sus contrincantes para felicitarlos estrechándolos con abrazos y saludos fraternales.
     Uno de los hechos más llamativos de este universo paralelo ocurría, según el informe, en el ámbito de los gobiernos. Los gobernantes ejercían sus funciones desde oficinas vidriadas y transparentes ubicadas en las plazas y cada tanto recibían a los vecinos del barrio que se acercaban con frutas y tortas como si fuese una invitación al recreo, una especie de ritual para conjurar los engaños de los rufianes del dinero contando historias sobre aquellos vergonzosos e inmorales tiempos lejanos en donde todo era nada más que de unos pocos. (Esta quizás sea la particularidad que más hace dudar sobre la veracidad de la existencia de este universo.)
     No obstante todo esto, lo más conversado en aquella reunión fue lo que expresaba el dossier acerca del comportamiento de los amantes. A los amantes del universo paralelo, según constaba en el informe, no les hacía falta llevar a cabo actos heroicos o hacer uso de promesas vanas o de confesiones inoportunas; no necesitaban, quienes participaban del amor compartido, escribir cartas aromadas con el celo del deseo, ni versos desesperados rogando por una compasión fútil. Ellos ya nacían enamorados, y durante su relación aplicaban todo su esfuerzo a tratar de separarse, a buscar la manera de resistirse a ese amor incontenible que los unía. Incluso hasta cuando el orgullo lograba engañarlos momentáneamente alambrando sus corazones con las púas de falsos rencores. Los protagonistas de las historias amorosas de aquel universo bregaban por hallar ese hueco interminable y fatal bien conocido por nosotros que habitamos este otro tan cruel y despiadado. En el fondo de sus fueros más íntimos deseaban alguna vez toparse, aunque sea casualmente, con ese agujero negro vacío de esperanzas tan habitual de este lado de la realidad: ese espacio y desolado gravitado por la fuerza irresistible del desamparo, que cuando atrapa a la desafortunada víctima la arroja lenta, despiadada y centrífugamente hacia la órbita del olvido del ser amado y, por consiguiente, a una especie de muerte en vida.
     Se comenta que en aquella reunión, en medio de la discusión amable sobre este punto, se fue haciendo entre los presentes un silencio delator. Hasta se dice que hubo algunos signos de pesadumbre entre algunos asistentes, como si un rayo de luz atravesara los pasillos más nebulosos de sus memorias, quizás iluminando indiscretamente rostros olvidados y nombres tachados en corazones borroneados sobre las paredes descascaradas de unas habitaciones cerradas durante años. No cerradas por puro capricho, sino sólo con el egoísta propósito de sobrevivir a la anteriormente mencionada defunción vívida.
     Nadie sabe a ciencia cierta si esa reunión y ese informe existieron o no. Y está bien que así sea. Lo que sí es permisible suponer es que, si ese universo paralelo existe, es muy probable que los amantes que lo habitan se comporten tal cual fue propuesto en dicha velada. Que ellos también intenten en un momento dado -aunque sea por razones antitéticas- romper los lazos que los unen dictatorialmente, que traten aunque sea de desmentir los impulsos que los empujan a desobedecer todas las prevenciones y los consejos, todas las precauciones y hasta el mandato natural del instinto de supervivencia en pos del amor. Por otra parte, resulta perfectamente factible que, a pesar del paralelismo que nos separa de estos personajes acaso míticos, exista probablemente una operación matemática capaz de probar un rasgo común a todos. A saber, que ellos sientan lo mismo que sentimos nosotros cuando amamos, la misma desesperación, la misma impaciencia, la misma carencia de temor ante la muerte, la sorprendente aparición de una valentía y un coraje antes desconocidos. Y, claro está, la misma sensación de ahogo ante la posibilidad de la extinción de un fuego que se pretende eterno con la subsecuente pérdida de nuestro sujeto amoroso . 
     Porque si hay algo que está más que comprobado y que nadie logrará desmentir nunca en ningún universo es que, tanto en aquel ajeno y de leyenda, como en este nuestro y certero, el origen mágico y misterioso y el resultado final del verdadero amor, de una u otra manera, es igual para todos.

RR


sábado, 2 de junio de 2018

SÁBADO


No te olvides que te estuve esperando y que aún conservo algunas cosas tuyas por acá.
No te olvides que todos los caminos conducen a Roma y sólo es cuestión de empezar a caminar.
No te olvides al cerrar los ojos, al tragar saliva y hacer fuerza para no llorar, que en esta casa tus lágrimas son bienvenidas. Y si por casualidad un día se te ocurre venir sin avisar, no habrá una fiesta en tu honor para que te rías sin saber por qué, sino que mejor nos sentaremos en silencio a mirar el cielo, a escuchar el rumor de la calle, del tiempo que pasa y se lleva las penas; hasta que llegue el momento de reírnos de verdad, a carcajadas, a pura encía, chocando los vasos y juntando las bocas.
No te olvides cuando estés a punto de saltar al vacío que tenés todo el derecho a hacerlo, a morir de dolor, a equivocarte y pedir perdón, a enojarte y perdonar, a querer y a que te quieran.
No creas en todo lo que dicen ni pienses que todo lo que decís es una verdad eterna; todos podemos cambiar de parecer.
No te olvides que cuando partiste aquel día quedó, de cara al futuro, un hueco recortado con tus formas, un cuaderno y una birome con tus cartas y un lado de la cama con tu olor a chiquilina caprichosa, a mujer de mi vida, a tango negro.
Y si una noche te sorprende el recuerdo, no trates de negar que ese hueco y ese cuaderno y esa cama aromada por la estela de tu cuerpo son irremediablemente tuyos y de nadie más; yo nunca intentaría removerlos de su lugar ni reemplazarlos. Ahí quedarán hasta que decidas reclamarlos o hasta que se los lleve lo que finalmente se lleva todo.
No te olvides que el amor no es rosa ni es poesía; el amor es dolor en el estómago, es nudo en la garganta, es desvelo, es locura; es, en todo caso, lo más humano de los humanos, y eso no debería ser jamás una causa para escondernos. Más bien eso debería ser la causa para salir a lucharlo, a buscarlo, a dejar los jirones de cualquier vida en el camino, a recoger el guante y batirse a duelo con la muerte, o a poner la cabeza en la horca dándole la mano al verdugo con una sonrisa de satisfacción en la boca.
Entonces, Preciosa, no te olvides.
Porque el tiempo nada tiene que ver con el amor.
Porque yo te quise cuando creía que tu amor sería eterno y te quiero aun ahora a pesar de que sólo fue un suspiro.
Sin embargo, no te olvides que nadie podrá escaparle jamás al olvido. Y que aunque te escriba que te quiero por el resto de mi vida, aunque las tardes te traigan cada día de regreso, aunque las noches te abandonen impunemente en mis sueños, aunque las mañanas me saluden amablemente con tu voz, ya no te espero. 

RR


DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...