No te olvides que te estuve esperando y que aún conservo algunas cosas tuyas por acá.
No te olvides que todos los caminos conducen a Roma y sólo es cuestión de empezar a caminar.
No te olvides al cerrar los ojos, al tragar saliva y hacer fuerza para no llorar, que en esta casa tus lágrimas son bienvenidas. Y si por casualidad un día se te ocurre venir sin avisar, no habrá una fiesta en tu honor para que te rías sin saber por qué, sino que mejor nos sentaremos en silencio a mirar el cielo, a escuchar el rumor de la calle, del tiempo que pasa y se lleva las penas; hasta que llegue el momento de reírnos de verdad, a carcajadas, a pura encía, chocando los vasos y juntando las bocas.
No te olvides cuando estés a punto de saltar al vacío que tenés todo el derecho a hacerlo, a morir de dolor, a equivocarte y pedir perdón, a enojarte y perdonar, a querer y a que te quieran.
No creas en todo lo que dicen ni pienses que todo lo que decís es una verdad eterna; todos podemos cambiar de parecer.
No te olvides que cuando partiste aquel día quedó, de cara al futuro, un hueco recortado con tus formas, un cuaderno y una birome con tus cartas y un lado de la cama con tu olor a chiquilina caprichosa, a mujer de mi vida, a tango negro.
Y si una noche te sorprende el recuerdo, no trates de negar que ese hueco y ese cuaderno y esa cama aromada por la estela de tu cuerpo son irremediablemente tuyos y de nadie más; yo nunca intentaría removerlos de su lugar ni reemplazarlos. Ahí quedarán hasta que decidas reclamarlos o hasta que se los lleve lo que finalmente se lleva todo.
No te olvides que el amor no es rosa ni es poesía; el amor es dolor en el estómago, es nudo en la garganta, es desvelo, es locura; es, en todo caso, lo más humano de los humanos, y eso no debería ser jamás una causa para escondernos. Más bien eso debería ser la causa para salir a lucharlo, a buscarlo, a dejar los jirones de cualquier vida en el camino, a recoger el guante y batirse a duelo con la muerte, o a poner la cabeza en la horca dándole la mano al verdugo con una sonrisa de satisfacción en la boca.
Entonces, Preciosa, no te olvides.
Porque el tiempo nada tiene que ver con el amor.
Porque yo te quise cuando creía que tu amor sería eterno y te quiero aun ahora a pesar de que sólo fue un suspiro.
Sin embargo, no te olvides que nadie podrá escaparle jamás al olvido. Y que aunque te escriba que te quiero por el resto de mi vida, aunque las tardes te traigan cada día de regreso, aunque las noches te abandonen impunemente en mis sueños, aunque las mañanas me saluden amablemente con tu voz, ya no te espero.
No te olvides que todos los caminos conducen a Roma y sólo es cuestión de empezar a caminar.
No te olvides al cerrar los ojos, al tragar saliva y hacer fuerza para no llorar, que en esta casa tus lágrimas son bienvenidas. Y si por casualidad un día se te ocurre venir sin avisar, no habrá una fiesta en tu honor para que te rías sin saber por qué, sino que mejor nos sentaremos en silencio a mirar el cielo, a escuchar el rumor de la calle, del tiempo que pasa y se lleva las penas; hasta que llegue el momento de reírnos de verdad, a carcajadas, a pura encía, chocando los vasos y juntando las bocas.
No te olvides cuando estés a punto de saltar al vacío que tenés todo el derecho a hacerlo, a morir de dolor, a equivocarte y pedir perdón, a enojarte y perdonar, a querer y a que te quieran.
No creas en todo lo que dicen ni pienses que todo lo que decís es una verdad eterna; todos podemos cambiar de parecer.
No te olvides que cuando partiste aquel día quedó, de cara al futuro, un hueco recortado con tus formas, un cuaderno y una birome con tus cartas y un lado de la cama con tu olor a chiquilina caprichosa, a mujer de mi vida, a tango negro.
Y si una noche te sorprende el recuerdo, no trates de negar que ese hueco y ese cuaderno y esa cama aromada por la estela de tu cuerpo son irremediablemente tuyos y de nadie más; yo nunca intentaría removerlos de su lugar ni reemplazarlos. Ahí quedarán hasta que decidas reclamarlos o hasta que se los lleve lo que finalmente se lleva todo.
No te olvides que el amor no es rosa ni es poesía; el amor es dolor en el estómago, es nudo en la garganta, es desvelo, es locura; es, en todo caso, lo más humano de los humanos, y eso no debería ser jamás una causa para escondernos. Más bien eso debería ser la causa para salir a lucharlo, a buscarlo, a dejar los jirones de cualquier vida en el camino, a recoger el guante y batirse a duelo con la muerte, o a poner la cabeza en la horca dándole la mano al verdugo con una sonrisa de satisfacción en la boca.
Entonces, Preciosa, no te olvides.
Porque el tiempo nada tiene que ver con el amor.
Porque yo te quise cuando creía que tu amor sería eterno y te quiero aun ahora a pesar de que sólo fue un suspiro.
Sin embargo, no te olvides que nadie podrá escaparle jamás al olvido. Y que aunque te escriba que te quiero por el resto de mi vida, aunque las tardes te traigan cada día de regreso, aunque las noches te abandonen impunemente en mis sueños, aunque las mañanas me saluden amablemente con tu voz, ya no te espero.
RR
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