viernes, 22 de junio de 2018

¿CUÁNDO?


     Cuando corre el río debajo del puente y debajo del río corren los peces y los que se arrojaron al río a buscar un puente para llegar hasta el fondo de lo imposible. Tal vez porque desde lo imposible casi siempre me vienen unas ganas tremendas de seguir siendo -o de ya no ser, depende de dónde sople el viento-, de dejar de ser fondo de río para reír por cualquier pavada detenida en la baranda de un puente que, esta claro, ya no puede llevarme a ningún lado.

     Cuando encima cae la lluvia que degrada la sequedad del pasto amarillento, que empieza a recobrar su verde pasado cuando le llovían las gotas y los soles y los atardeceres cálidos. Hasta que llegó el crudo invierno trayendo de la mano al frío, arrastrando al viento helado y bombardeando al pobre pasto indefenso de una lluvia inmisericorde y fatal capaz de opacar sus mejores brillos; capaz de encerrar hasta al más decidido de los suicidas y ponerlo a sufrir su condena hasta que la muerte lo separe de ella.

     Cuando vienen sin que los llame esos pensamientos con pretensiones sentimentales y les presento batalla y pierdo amargamente teniendo que entregar todo lo que tengo que no es nada, que sólo son un par de versos mansos que dejarán su plácida mansedad para transformarse en la obra cruel de un Mister Hyde persiguiéndome por los rincones, azuzando tu nombre y tu desnudez que no podría ser más maravillosamente diabólica y que no tiene perdón de Dios. Y yo, que no soy muy creyente, tendré que arrodillarme a escribir con una piedra el resto del poema en la vereda de una casa que haré de cuenta que es la tuya mientras la gente pasará y me mirará y no sabrá que me he quedado sin razones verdaderas para evitar escribirte y que entonces he decidido entregarme sin justificaciones estúpidas ni excusas miserables a la tarea de ser aunque sea este pobre imbécil que pagará lo que haya que pagar por querer sin presentir.

     Cuando las olas se acercan curiosas a los bordes de los acantilados buscando entre las piedras una confesión de mi parte que vos bien sabés que a esta altura sobra. Pero el mar, que sabe casi todo, no sabe que si se acerca demasiado revolverá las algas y entonces se enturbiará una pretendida transparencia que dejará ver aquello que parecía celeste desde el cielo pero que en realidad es un mero reflejo de mi deseo de estirar mi brazo para traerte a pisar la arena. Aquello que ya ni siquiera es aquello, que es esto, todo esto, puro ego lastimado, pura vanidad sin frasco donde guardarla, puro desconcierto ante el tiempo que ha dejado de significar tiempo y ahora es una eternidad inalcanzable, un marco para una tela sin color, un espacio vacío para no poner nada. Porque ya no queda nada. Porque ya no hay nada que valga lo que valen tus ojos impagables como el azul de este cielo transparente igual al de mis tontas fantasías. Transparente como el negro de la noche que te ubica en un lugar tan cercano a mis ilusiones que lastima. Lastima cuando muerde mi lástima que no tendría que ser pero es.

     Cuando lo que me queda son nada más que los pequeños placeres de un hombre común que cree amar a una mujer que de común no tiene nada, que es una de esas mujeres con gusto a especialidad de la casa de donde se ausenta. Una casa que tranquilamente podría ser esta que sabe más de tu lejanía que de mi propia presencia. Y esta casa sabe de vos y también sabe a vos porque cada tanto le canto canciones que hablan de tu gusto a mar revuelto y turbio, a pasto verde de pura lluvia torrencial, de pura revancha perdida. Y a mí no me queda otra que aferrarme a la imposibilidad de volver el tiempo atrás para seguir componiendo una eternidad descompuesta en dos partes, la mía y la tuya. La mía que no vale nada sin la tuya que la cuestione. Y la tuya que sin la mía puede sentirse afortunada de ser un minuto y así vivir para contarlo.

     Y hasta acá llego con esta cuenta, pues he prescindido finalmente de todo lo que alguna vez fue parte ostensible de tu recuerdo: el dónde, el cómo, el por qué. Sólo me quedaban estos pocos cuando dando vueltas entre los dedos de una mano, la misma que me alcanza para contar lo que me queda de cuando te quería. Y así, un cuando me ha llevado a otro y sin darme cuenta me ha sorprendido el final de este texto sin que ni siquiera me haya quedado espacio para una despedida digna o para escribirte aquellos últimos versos que escribí en la vereda de esa casa que hice mía por unas noches, cuando todavía me quedaban algunos retazos de esa clase de esperanza inocultablemente ridícula que hace que tipos como yo terminemos escribiendo versos inverosímiles para mujeres con otros por qué, con otros cómo, con otros dónde y hasta con otros cuándo. 

RR


No hay comentarios:

DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...