viernes, 15 de junio de 2018

UN MENSAJERO


     Buen día, señorita, perdón por la inconveniencia. No se asuste, sólo soy un mensajero, un chasqui de otros tiempos al que le fue dada la responsabilidad de entregarle estos viejos papeles que hablan de usted. Así como le cuento, fui instruido para dejar en sus manos unos besos conservados durante años en palabras, detrás de las sombras de quién se dedicó a proteger su siembra (la suya), a regar pacientemente la que se decía que era la flor más hermosa nunca vista. 
     Una vez que me haya retirado, usted podrá hacer con ellos lo que le plazca pero, si me permite la observación, no los deseche ni los abandone, no servirá de nada, ellos siempre encontrarán la manera de volver a usted. Tal vez una noche cualquiera, sin que usted pueda prevenirse, las palabras y los besos logren meterse sigilosamente entre sus sábanas hasta penetrar en sus sueños con el único objetivo de provocar fuegos faustos, imágenes paganas de seres creados por la mitología del amor. Seres como esos que en las leyendas urbanas se baten a duelo con los malvados apóstoles del desencuentro. Tampoco creo que pueda, sin una gran dificultad, mandar los besos al pozo profundo y oscuro de la indiferencia, o arrojar las palabras violentamente por la ventana más elevada del infortunio. Aunque usted no me crea, palabras como estas poseen alas; alas iguales a estas que mueven mis pies, es por eso que logran volar abrazándose a los vientos para así quedarse rondando el silencio de las ausencias y las estaciones: los helados inviernos y las lluviosas primaveras, los veranos de corazones cálidos y los otoños desnudos e íntimos. 
     Algo más: estos besos que usted sostiene ahora en sus manos no son unos besos cualquiera. No, ellos son únicamente suyos, no encajan en ninguna otra boca ni sirven para otras camas. Ellos son su destino y su karma. Usted, señorita, podrá cerrar sus ojos y sus oídos y sus manos, pero será inútil. Ellos encontrarán, tarde o temprano, la manera de ingresar sin permiso en su alma. Porque ellos son persistentes y obstinados. Porque ellos no morirán por su desprecio, tan sólo se acomodarán en un rinconcito de su vida y la acompañarán hasta que usted muera.  Entonces, ahí sí, estos besos morirán con usted, en usted y por usted. 
     No trate de indagar sobre mi origen o mi paradero, eso no importa en este asunto, haga de cuenta de que soy menos que un fantasma. O que, en todo caso, es la vida misma quien se presenta ante sus ojos a acomodar los anaqueles secretos de los amores perdidos. Según he podido saber, es en esos anaqueles donde aparecieron un día estos papeles amarillentos llenos de historias anónimas mal redactadas. Unas hojas descoloridas que, al mirarlas con un poco más de detenimiento, se nota claramente que están todas salpicados una y otra vez por un nombre borrado con determinación y angustia usando pedacitos de unas esperanzas que fueron desgastándose hasta desaparecer. Ese nombre, señorita, es el suyo. 
     Ahora, ya es tiempo de volver a mi camino, mi tarea ha sido cumplida. Cuando cierre la puerta a mis espaldas tendrá usted tiempo para pensar y decidir, pero únicamente lo que sienta será lo que podrá hacer. Déjeme decirle sólo una última cosa: he dejado ahora en sus manos las palabras y los besos, pero recuerde, es usted la poseedora de algo mucho más valioso: la mano, la tinta y el corazón del remitente. 
     Adiós.

RR


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