Dicen que hubo una vez una reunión secreta en la que se discutió un informe que indicaba la supuesta existencia, según ciertos cálculos, de un universo paralelo en donde sucedían las mismas situaciones que en el nuestro pero por causas opuestas y con consecuencias antagónicas.
Así, en este lugar al cual se refería el documento, el sol salía a mitad de la noche sin romper nunca la oscuridad y la luna brillaba en el cielo celeste durante las horas de vigilia. Los peces arrojaban redes y líneas con anzuelos desde el mar y los ríos tratando de capturar a aquellas personas detenidas en sus orillas; personas con la mirada perdida en el horizonte, ansiosos de encontrar unas respuestas inexistentes para todo ese tipo de cuestiones metafísicas de dudosa relevancia; algunos hasta llegaban a caer en el engaño y picaban y se perdían en las profundidades de sus aguas (esto, a decir verdad, no parece diferenciarse demasiado de lo que sucede en nuestro universo).
En los partidos de fútbol, los goles que se festejaban eran los del equipo contrario, por lo tanto, el rival trataba por todos los medios de perder el juego para darle una alegría a sus simpatizantes y aguarles la fiesta a la hinchada adversaria que esperaba a la salida del estadio a sus contrincantes para felicitarlos estrechándolos con abrazos y saludos fraternales.
Uno de los hechos más llamativos de este universo paralelo ocurría, según el informe, en el ámbito de los gobiernos. Los gobernantes ejercían sus funciones desde oficinas vidriadas y transparentes ubicadas en las plazas y cada tanto recibían a los vecinos del barrio que se acercaban con frutas y tortas como si fuese una invitación al recreo, una especie de ritual para conjurar los engaños de los rufianes del dinero contando historias sobre aquellos vergonzosos e inmorales tiempos lejanos en donde todo era nada más que de unos pocos. (Esta quizás sea la particularidad que más hace dudar sobre la veracidad de la existencia de este universo.)
No obstante todo esto, lo más conversado en aquella reunión fue lo que expresaba el dossier acerca del comportamiento de los amantes. A los amantes del universo paralelo, según constaba en el informe, no les hacía falta llevar a cabo actos heroicos o hacer uso de promesas vanas o de confesiones inoportunas; no necesitaban, quienes participaban del amor compartido, escribir cartas aromadas con el celo del deseo, ni versos desesperados rogando por una compasión fútil. Ellos ya nacían enamorados, y durante su relación aplicaban todo su esfuerzo a tratar de separarse, a buscar la manera de resistirse a ese amor incontenible que los unía. Incluso hasta cuando el orgullo lograba engañarlos momentáneamente alambrando sus corazones con las púas de falsos rencores. Los protagonistas de las historias amorosas de aquel universo bregaban por hallar ese hueco interminable y fatal bien conocido por nosotros que habitamos este otro tan cruel y despiadado. En el fondo de sus fueros más íntimos deseaban alguna vez toparse, aunque sea casualmente, con ese agujero negro vacío de esperanzas tan habitual de este lado de la realidad: ese espacio y desolado gravitado por la fuerza irresistible del desamparo, que cuando atrapa a la desafortunada víctima la arroja lenta, despiadada y centrífugamente hacia la órbita del olvido del ser amado y, por consiguiente, a una especie de muerte en vida.
Se comenta que en aquella reunión, en medio de la discusión amable sobre este punto, se fue haciendo entre los presentes un silencio delator. Hasta se dice que hubo algunos signos de pesadumbre entre algunos asistentes, como si un rayo de luz atravesara los pasillos más nebulosos de sus memorias, quizás iluminando indiscretamente rostros olvidados y nombres tachados en corazones borroneados sobre las paredes descascaradas de unas habitaciones cerradas durante años. No cerradas por puro capricho, sino sólo con el egoísta propósito de sobrevivir a la anteriormente mencionada defunción vívida.
Nadie sabe a ciencia cierta si esa reunión y ese informe existieron o no. Y está bien que así sea. Lo que sí es permisible suponer es que, si ese universo paralelo existe, es muy probable que los amantes que lo habitan se comporten tal cual fue propuesto en dicha velada. Que ellos también intenten en un momento dado -aunque sea por razones antitéticas- romper los lazos que los unen dictatorialmente, que traten aunque sea de desmentir los impulsos que los empujan a desobedecer todas las prevenciones y los consejos, todas las precauciones y hasta el mandato natural del instinto de supervivencia en pos del amor. Por otra parte, resulta perfectamente factible que, a pesar del paralelismo que nos separa de estos personajes acaso míticos, exista probablemente una operación matemática capaz de probar un rasgo común a todos. A saber, que ellos sientan lo mismo que sentimos nosotros cuando amamos, la misma desesperación, la misma impaciencia, la misma carencia de temor ante la muerte, la sorprendente aparición de una valentía y un coraje antes desconocidos. Y, claro está, la misma sensación de ahogo ante la posibilidad de la extinción de un fuego que se pretende eterno con la subsecuente pérdida de nuestro sujeto amoroso .
Porque si hay algo que está más que comprobado y que nadie logrará desmentir nunca en ningún universo es que, tanto en aquel ajeno y de leyenda, como en este nuestro y certero, el origen mágico y misterioso y el resultado final del verdadero amor, de una u otra manera, es igual para todos.
RR
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