Hoy, sin querer, he caído en la cuenta de que ya no te escribo como antes, como si no hubiese un mañana. Es como si al haberte olvidado hubiese aceptado prescindir de tu recuerdo. Y no es así.
Claro, ¿cómo podrías vos saberlo si ya no te escribo como antes, como si no hubiese un mañana? Pero yo sí lo sé -y creo que todos lo saben, o al menos lo suponen-. Yo lo sé positivamente porque me veo cada tanto en la penosa situación de hablar de vos con la nada y no tener nada que contarle ni nada que cantarle, nada de nada. Al menos antes, cuando te escribía, como de la nada siempre me brotaba algo, algo que contarte, algo que cantarte.
Y ya ves cómo me pone esto de no escribirte, cómo me saca de ese lugar anónimo -o más bien apócrifo-, casi ignoto, casi imperceptible, casi casi. Me saca al sol y me seca la humedad de estos huesos que crujen y se expresan por medio de clics y clocs y unos dolores permanentes que me hacen pensar en la gravedad que me aguarda en un mañana que empezó a existir a partir del día en que dejé de escribirte.
No, no es lo mismo, ya te lo he escrito antes. Si fuese lo mismo, seguramente hoy no estaría aquí escribiendo y mis rodillas no darían el concierto que dan cada vez que me agacho a recoger los restos de mis dolores pasados, aquellos que no venían acompañados de un mañana, sino, más bien, se iban acomodando de a poco en el pasado. Así es como te escribía antes, sin mañana y con una esperanza enorme de pasado sin futuro, de pasado pisado a paso lento, con la noche clara y el sueño oscuro y la mente acogotando al alma hasta una bandera blanca. Hasta la noche siguiente.
Algunos dicen que así escriben los poetas, atormentados, desesperanzados, desahuciados, y quién sabe cuántos otros "des". En mi caso, y ya que hablamos de antes, yo escribía para vos, aún sabiendo que habría quien no comprendería que vos eras tu, que yo era "sho", y que el bondi fileteado de tango al que me había subido no me llevaba a ningún lado. A veces me pregunto si no hubiese sido más útil bajarme en alguna esquina desconocida y esperar un autobús que me llevara hacia una fantasía de personajes de lenguaje neutro y sin connotaciones personales. Tal vez de esa manera hubiese podido sentarme a mirar el paisaje hasta bajarme en un mañana mucho más prometedor que este al que he arribado escribiendo como ya no suelo hacerlo.
Por eso hoy, así nomás y sin ningún compromiso mutuo, creo que es un buen momento para escribirte (como ahora) que no me he olvidado de hacerlo como lo hacía antes; como así tampoco he dejado nunca de recordarte como seguramente lo haré siempre. Lo que sucede, querida mía, es que este país no nos da respiro a quienes intentamos asomarnos insolentes a la poesía, aunque sea simulando que nos morimos por causas un poco más altruistas que la desgracia de los pobres y la miseria de los ricos. Y entonces, me han venido otros dolores y otros lamentos, me han sorprendido viejas traiciones de la mano de los mismos traidores. Y como si eso fuera poco, de la noche a la mañana, me han vuelto a matar mis muertos. A todo eso sumale la vida que inevitablemente insiste en pasarme por al lado y me deja amaneciendo otras mañanas, o borracho en otros nombres durante la noche. Y todo por haberme salvado raspando de tu olvido, lo que no hizo más que alimentar esta incógnita de no saber de qué mierda me sirvió.
En síntesis, y para no hacerte perder más el tiempo, si no te escribo ya como antes, como si no hubiese un mañana, debe ser porque te he querido mucho y te he besado tan poco. O, en todo caso, porque lo que antes era, ya no es. Y mañana será otro día.
(¡chan, chan!)
RR
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