domingo, 2 de diciembre de 2018

AUTOBIOGRAFÍA INCUMPLIDA (o cómo cambian las cosas los años)


     Yo, quien se ha arrimado hasta estas hojas que caerán de sus ramas antes del amanecer, declaro sin temor a equivocarme que en ellas seguramente será posible hallar los lugares de todos los hombres que he sido hasta ser quien soy, sus cielos, sus esquinas y su gente. 
     Sobre la superficie lisa que las componen andará pedaleando aquel niño de un pueblo colorido, tan gris en domingo como una nube de invierno, tan blanco en la memoria como el cabello de una abuela moviéndose como una mariposa en una inmensa cocina, tan celeste en verano como los ojos de una mujer a la que quise desde que la conocí cuando era todavía una niña, tan naranja en el oído como el ruido de un motor en una ruta, tan cercano a mi espíritu que aun nos mantenemos lejanamente unidos, inseparables como dos amigos que saben que no podrán volver a verse nunca como cuando caminaron a la par de los primeros años.
     De esas calles de niño surgirá un joven de cabello enrulado, estatura mediana y sueños de grandeza, de idas y vueltas por los sosiegos de un primer amor de sabor amargo y recuerdos dulces, de buenas intenciones y constantes fracasos por exceso de inocencia, de principios arrogantes y una carencia de tolerancia a veces inapelable, golpeando puertas cerradas y desconfiando porfiadamente de las abiertas, de padres separados por tantos años juntos, de una soledad construida meticulosamente sobre el sonido de unos acordes con los intervalos de recomendaciones ajenas -muy útiles, por cierto- para no morir en silencio.
     Y justo antes de las últimas horas remanentes en el tintero, apenas separado por el sonido de las teclas que escriben estas palabras, estará el padre de una niña que ahora duerme y que, una vez que despierte, desmentirá desfachatadamente toda la maldad de este mundo. Estará el mate amargo en primer plano despertando las zonas más borrosas de la memoria, ayudado por una guitarra, unos pocos libros y unos cuantos discos. Yendo más allá, debajo de una manta cocida con hilos sentimentales, habrá un viejo automóvil que para la mayoría es una incógnita, pero que, sin embargo, guarda secretamente un sinnúmero de respuestas. Viniendo más acá, estará la cama desarmada recuperándose de unos sueños que, por lo que ellos mismos declaran cada noche mientras duermo a duras penas, nunca renunciarán a presentarse, incluso cuando el desvelo los trate de contener, cuando parezca que soñar es algunas veces demasiado mucho y otras demasiado poco, según. Detrás de la ventana estará el canto de los pájaros y el ladrido de los perros y, sobre todo, el aullido lejano de los amores que me han dejado desecho e insomne, que vuelven siempre a cualquier hora a golpearme la puerta, a exigirme que los lleve a pasear entre los márgenes que me separan de la angustia y de la muerte. Esa misma muerte que vive pisándome los talones y me empuja a vivir con lo mínimo indispensable, con esa imprescindible esperanza de tener una revancha un día, con esa justa pero maldita culpa que me inunda a veces por tener más que una mayoría que no tiene nada, con casi ninguna certeza flotando en este mar de olas gigantes de dudas tan altas como la vida misma, con la necesidad urgente de encontrarle un nudo a una historia que escribo de a ratos buscando una supuesta claridad que nunca llega cuando se me viene la noche, con una intolerable falta de voluntad para hacer lo más fácil y una absurda valentía para nadar permanentemente en contra de la corriente.
     Por último, y cuando parece que ya no habrá más nada, con suerte estarás vos, lector anónimo. Vos que aceptás esta deslucida fantasía y cándidamente creés que existo más allá de esta hoja y de estos signos gramaticales. Unos jeroglíficos lamentables y poco creíbles que, sin que sepas bien por qué, te han traído de la mano hasta una moraleja inexistente. Porque -debo admitirlo- no hay ni habrá ninguna enseñanza o máxima alguna cuando, finalmente y tarde, te des cuenta de que has perdido tu valioso tiempo leyendo esto. Y es que, de mi parte, no hay para decir sobre mí nada. Ni siquiera lo escrito hasta este acantilado desde donde asoma una inminente despedida y que, bien cabe admitir, a nadie le importa. Es que, desgraciadamente (o no), no soy más que lo que escribo, y por más que lo escrito sea mucho menos que lo que me gustaría, es indudablemente mucho más que lo que verdaderamente soy. Ay, si tan sólo pudiera escribir algo más que lo que soy... 
     Ya ves, no hay caso, sigo siendo este y, para peor, sigo sin poder siquiera renunciar voluntariamente a todo lo que me falta. Eso que me haría quizás un escritor más avezado o menos cobarde, con el oficio suficiente para no delatarme siempre con las mismas penosas sinrazones, con los mismos pensamientos sin destino, con las mismas pasiones obnubiladas. Si por lo menos fuera aunque sea un tanto así más que esto que escribo permanentemente, tal vez no estaría acá a estas horas de la noche batallando en esta interminable retaguardia contra su recuerdo, trayéndote engañado hasta esta trinchera hecha de palabras con púas que mira constantemente hacia su recuerdo y que me separa de lo que indudablemente sería un salto mortal, un último deseo para un tipo que ya casi no tiene ninguno, excepto defender a capa y espada, verso a verso, el aire puro de aquel niño inocente, el fuego sagrado de ese joven rebelde y la tierra húmeda donde yacerá un día el padre de la niña.
     Ahora dejemos que amanezca, que el sol salga como cada día y despeje la quimera de la noche que sin querer nos ha dejado frente a frente como dos extraños esperando un punto final acaso momentáneo y circunstancial, pero que, como todos los finales, es inevitable. No obstante, probablemente vos y yo nos volvamos a encontrar en otro momento, quizás acobardados a la vera de algún párrafo perdido, o tal vez en la soledad de otras líneas parecidas a estas que clausuraré ya mismo para poder así continuar con la búsqueda de todo eso que me falta, todas esas cosas que se fueron con esa mujer a quien nunca nombro y que, por más que aun no me anime a confesarlo, ya no me hacen falta para vivir. Y, mucho menos, para morirme lejos de ella.

RR


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