miércoles, 12 de diciembre de 2018

DELIRIOS DE UN DANTE CUALQUIERA


     Me pregunto si cuando esté muerto sentiré la muerte pisándome los talones como la siento ahora que estoy vivo. Será que acaso voy a sentir la vida buscando reencarnarse en alguna de mis costillas. Me pregunto estas cosas todo el tiempo sin razón alguna y sin llegar nunca ninguna conclusión; como si fuese yo la única persona en este mundo consciente de la muerte; como si la muerte tuviese en mí su única víctima (por llamarlo de alguna manera) en todo el universo.
     Me pregunto qué será de mí cuando, después de cerrar los ojos, los abra y me encuentre frente a una luz, o en un túnel, o a lo que carajo sea. ¿Habrá alguien más allí? ¿Me recibirán eventualmente mis antepasados, o tal vez Federico, mi perro de la niñez? ¿Se tomará lista en alguna ventanilla para corroborar que quien avanza por ese pasillo es la persona correcta y no un error burocrático, un muerto que fue citado antes de tiempo sin derecho ya a reclamar nada, sin poder entrar ni poder salir, quedando atrapado en una especie de limbo dantesco? ¿Y si el Dante tenía razón? ¿Y si debo recorrer un infierno para llegar a un cielo -o viceversa-? ¿Habrá algún Virgilio esperando por mí? ¿Tendré la desgraciada fortuna de arrastrar por ese mundo el dolor de ya no ser, debiendo buscar a mi Beatriz aun después de muerto? Y de ser así, ¿la reconoceré en caso de encontrarla? Al fin y al cabo, aun no la encontré de este lado de la luz -aunque siempre supuse que la reconocería inmediatamente fuera donde fuera que estuviese, pasara el tiempo que pasara hasta encontrarla-. ¿Será posible esto? 
     Y qué más da que lo sea o no. Sea como sea, moriré yo y morirá ella y se seguirán repitiendo las beatrices y los dantes y las búsquedas y los limbos de no encontrarse. Claro, no es lógico pensar que mi búsqueda es única. Es más, posiblemente mi Beatriz esté buscando ahora a su Dante mientras yo la busco a ella (y hasta es probable que su Dante esté buscando a su vez a una Beatriz que busca otro Dante, y así hasta el infinito).
     Es que no encontrarse en la tierra, o en el cielo o el infierno, debe ser seguramente ni más ni menos que el famoso limbo. Porque a ningún amante le importa un comino si su amor vuela por un paraíso diáfano o se arrastra por las brasas del averno. No, definitivamente a ninguno le importa eso. ¡A mí no me importa! Los amantes queremos encontrarnos donde sea. Las llamas más ardientes del reino de Lucifer nunca podrán desanimar a quien busca a su amor, a su Beatriz o a su Dante. Así tampoco, ningún paraíso valdrá absolutamente nada no estando su amante en él. ¿Pues entonces? Entonces nada. 
     Vivimos en un limbo permanente, y por eso deseamos vivir siempre y cuando ella o él esté en alguna parte, a la vuelta de la esquina, en otra ciudad, en otro país, en donde sea, pero que esté, sólo para que el limbo tenga un sentido. Y si ese amor está del otro lado del túnel, atravesaremos la luz gustosos para encontrarlo. No hay cielo ni infierno donde no el amor no se encuentra, donde no está presente, ostensible y corpóreo. Únicamente existen donde el amor está a nuestro lado. De otra manera, es un limbo espantoso de incertidumbre, un mar sin costa donde amarrar un barco a la eterna deriva.
     Y siguiendo con este razonamiento me pregunto entonces, ¿estará ella acá o allá? ¿Deberé continuar esta búsqueda cuando mi luz se apague? ¿Es acaso este permanente suspiro de la parca en mi nuca una señal hacia dónde debo dirigir mis pasos, o es que no solamente yo, sino todos, sentimos ese "cliqueo" de reloj contando la cuenta regresiva como si fuésemos un boxeador desparramado en la lona que se debate entre levantarse o quedarse en el piso, preguntándose si el verdadero y único acto de valentía no será asumir la derrota? 
     Nadie se escapa de la muerte (lo de los cuernos, no estoy tan seguro) pero, sin embargo, sí existe una manera de justificarla cuando es ella y no un tercero quien decide el momento. A veces tengo dudas de que la muerte se lleva a todos y que, en realidad, hay quienes son arrojados a ella por obra y desgracia de un cobarde, de un traidor o, simplemente, de un estúpido. No obstante, quiero pensar que la muerte no es traicionera, que nos da tiempo para buscar en este limbo, y que cuando la búsqueda concluye en un encuentro, o se acaba el tiempo de búsqueda de este lado, nos lleva al otro. 
     Pero seguramente habrá quienes propongan que mis delirios han llegado demasiado lejos, que no hay ni Beatriz ni Dante, que existen otras razones, otros motivos, otras circunstancias mucho más "reales" o comprobables que creerse protagonista de la Divina Comedia. Seguramente habrá quien categóricamente esgrima que estamos acá por un designio divino y de acuerdo a él nos movemos o ejercemos el libre albedrío. De la misma manera, también habrá quien diga que nada de eso tiene sentido, que no hay más que lo que somos, que nacemos, nos reproducimos y morimos; así nomás, sin nada oculto ni nada que deba ser justificado o explicado por fuera de la biología. Está bien, que cada uno viva y muera a su manera: esperando encontrarse con Dios para seguir formando parte de un todo, o asumiendo sin demasiadas vuelta poéticas que el final es la mismísima nada, un montón de huesos que desaparecerán en la tierra.
     Nada de eso cambiará por el momento estos delirios que sí, que han llegado demasiado lejos. Porque yo sigo en este limbo y Beatriz no aparece. Porque la muerte me pisa los talones y los cobardes y los traidores que manejan este mundo le siguen arrojando cadáveres como quien le tira galletitas a un elefante en un circo. Si hasta los estúpidos se han ganado más respeto de la gente que el mismísimo Dante. Pobre Dante, su Divina Comedia excede hoy la cantidad de caracteres permitidos para poder recordarle a Beatriz que, donde sea que se encuentre, lo espere un poco más; que no siga dando vueltas a la esquina; para decirle que Virgilio está a su lado guiándolo por el limbo inescrutable de los que buscan sin cesar, de los que no temen morir antes de tiempo pues seguirán buscando en el más allá. Pobre Dante que ha sido transformado en un objeto, en un fetiche de quienes nunca se internarán en la profundidad de su aventura y, mucho menos, serán capaces de llevar adelante una búsqueda similar.
     Sin embargo, y ahora que ya casi no me queda más tiempo, antes de cerrar los ojos por última vez, declaro sin temor a equivocarme: pobres los otros, pobres ellos, los que pretenden desmentir al Dante, los que se conforman con un cielo santo porque le temen a un infierno de pecadores. Pobre ellos que han abandonado la búsqueda del amor para proveerse una vida de placeres perecederos, de fortuna tergiversada, de ambiciones desmedidas, de lucro incesante. Pobres ellos que se burlan de los inmortales: los poetas y los locos con medios melones en la cabeza que inventaron el amor y lo pusieron a disposición de los valientes, de los que no les interesa redimir sus almas en el cielo ni temen ser castigados eternamente en el infierno; los que caminan este limbo entre efímeras felicidades y amargos desencuentros aunque convencidos de que en alguna parte, de este lado o del otro, está su Beatriz. 
     Ahora, amigos y amigas, los dejo. No más espacio para más preguntas. La muerte ha llegado pero mi búsqueda continúa.

RR


Ilustración: pintura de Salvador Dalí

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