Quisiera pedirte un último favor. Me gustaría pedírtelo sin tener que dar estúpidas razones que, como bien sabrás, en algunos casos sobran y en otros no alcanzan. En este caso las razones ni siquiera existen porque son en realidad una lista de pequeñas fantasías, de trucos baratos, de estratagemas deshonestos que buscaron hasta hoy atraer la atención de quien, a decir verdad, menos aun existe.
Porque debo confesarte con cierto pesar que la realidad finalmente muestra que no existen tus ojos coloreados de acuerdo a la ocasión como no existe tu pubis manifiesto guardando deseos que, por otra parte, tampoco existen. No existe esa boca dibujada con la ayuda de Cortázar a puro dedo debajo de las yemas que nunca logró coincidir casualmente con la tuya y se quedó esperando en el cielo de esa rayuela que te obsequié un día. No existen tus hombros por encima de tus pechos que reposan a la vuelta de tu espalda sosteniendo incólume tus años que, como te advertí alguna vez, pasan indefectiblemente. No, querida, no existe nada de eso. Y es una pena porque eso me lleva a la conclusión de que, entonces, tampoco existe verdaderamente un cielo abierto como este sobre el techo de tu casa, este ridículo firmamento que armé precariamente con agua de mar y nubes de algodón para adornar tu ventana cuando el ocaso lo tiñera de rojo, y al que de vez en cuando, quizás para aportarle cierto dramatismo poético, hice llover a la hora del mate o de la siesta, o cuando te pudiste sentir enormemente sola rodeada de sobres vacíos. Sobres que, por otra parte, lamento comunicarte que tampoco existen.
Sin embargo, aun así me gustaría pedirte este favor luego de admitir que, a pesar de todo esto y sin vergüenza alguna, te he querido como si existieses, como si mi espera hubiera sido el calendario que regía tu vida, como si tu vida hubiese hablado el idioma en el que escribo, como si lo que escribo valiera aunque sea un poquito más que el silencio que acompañarán estas últimas palabras. No obstante, no hace falta que me concedas este favor porque, al fin y al cabo, todo es un invento mío: vos, yo y todas las posibilidades de ser o no ser que he redactado con más pretensiones que verdades. Por lo tanto, yo escribiré mi deseo y esta vez me guardaré de escribir tu respuesta para liberar a tu personaje del fastidio y el tedio de la indiferencia reiterada.
Me gustaría pedirte que seas vos la autora de mi olvido, que de tu mente se borren una a una mis palabras y todas mis inútiles travesías por los sueños que nunca serán soñados, que quedarán en la puerta del subconsciente juntando polvo hasta deshacerse como se deshacen los huesos con el tiempo. Me gustaría que fueras vos quien apague esta luz y, desenroscando la lámpara, la arrojes al vacío de la inexistencia. Y si por la ventana alguna vez asomaran rebeldes las esperanzas de un nuevo amanecer, pues deberás ser vos quien se encargue de cerrar presurosamente el postigo y asegurar el pestillo para apagar los posibles focos rebeldes capaces de hacerme volver a intentar un desembarco sobre uno de los lados de tu cama. Quisiera que cuando cierre esta hoja no haya posibilidades de regresar, que todas las posibles entradas a tus sentidos se clausuren como una bóveda para evitar futuros contratiempos y malos entendidos.
Esta es tu oportunidad. Yo te saludaré desde el punto final y echaré al fuego todas aquellas promesas de buscarte por cielo y tierra, de dejarte mis huellas marcadas sobre la piel para declararme voluntariamente culpable de haberte querido. Es todo lo que te pido antes de asumir el fracaso de mis pocas y agotadas luces. Antes de volver una vez más a las sombras.
Esta es tu oportunidad. Yo te saludaré desde el punto final y echaré al fuego todas aquellas promesas de buscarte por cielo y tierra, de dejarte mis huellas marcadas sobre la piel para declararme voluntariamente culpable de haberte querido. Es todo lo que te pido antes de asumir el fracaso de mis pocas y agotadas luces. Antes de volver una vez más a las sombras.
RR
No hay comentarios:
Publicar un comentario