domingo, 9 de diciembre de 2018

USTED Y YO #7

(Sobre expectativas y deseos)

     Entiéndame, querida, usted no es una expectativa. Usted tiene de mí algo más que un futuro conjugado a gatas o, como ya le dije una vez, apenas.
     Usted sobrevuela desde hace algo más que un verano las horas frías del invierno que pasan cansinas desde que el sol sale tarde por la mañana hasta que se oculta temprano por la tarde, dejando para algunos de nosotros no mucho más que el recuerdo de unas nubes grises, un poco de viento helado y unas cuantas hojas amontonadas en la vereda. Y le aseguro que, si no fuera porque sé que el verano hará lo imposible por reivindicar el goce natural de estos acalorados deseos, habría unos cuantos abandonos más en mi haber que se harían notar inexcusables en mis letras. Estas letras que, como yo mismo he podido notar -y también he tenido que asumir-, cada vez son más espaciadas, menos especiadas y prácticamente igual de desabridas e insignificantes.
     Pero usted -por si es que nadie se lo ha declarado todavía- es más primavera que otra cosa. Un espacio intermedio de isobaras e isotermas donde, igual que la lluvia, se declara imprescindible para reverdecer aquello que en este permanente otoño viene en franca decadencia. Claro, tampoco es cuestión de hacer de algunas licencias poéticas un cúmulo de engaños. Y es que este territorio mío de pocas luces y variadas oscuridades no es de ninguna manera una selva tropical. Es más bien una arboleda gris (pintada de ocres y amarillos en el mejor de los casos) que ve pasar la luz entre sus ramas secas sin poder capturar ni un sólo fotón que pudiera sacudir una fotosíntesis postergada año tras año.
     Pero no nos pongamos melodramáticos. Estamos aquí para hablar de usted y no de mí. Y usted tal vez no entienda de lo que le hablo. Yo, querida mía, le hablo de aspiraciones, no de expectativas. Yo le hablo de lo que quiero, no tanto de lo que es posible. Yo le escribo de lo que usted no posee y que a mi me sobra: deseos por usted. 
     Yo deseo con usted lo inesperado o lo inevitable; lo imposible o lo irremediable; lo inocultable o lo indefendible. Cualquier cosa que usted decidiera dejar en esta noche o la siguiente sobre el anden donde esperan hace ya un tiempo unas expectativas siempre exageradas. Porque, déjeme que le diga, nadie nunca desea humildemente, y menos yo que la deseo a usted con la más imperdonable de las pretensiones. Sí, querida. La deseo y también la pretendo, la declaro culpable abiertamente durante mis soliloquios inconfesables, y cuando como ahora llega la hora de negar su presencia, la escribo mentirosamente en algún incongruente relato como este que termina diciendo más de mí que de usted. Usted a quien yo deseo.
     Así es, yo soy quien la desea sin necesidad de horóscopos anunciando probabilidades para el día de la fecha. La deseo sin oráculos, sin profecías y mucho menos, sin ninguna razón ostensible o aparente excepto sus ojos acaso sombríos. ¡Vamos! ¿Quién necesita razones para desear? Yo la deseo sin esas expectativas que usted menciona, sin esa esperanza que seguramente usted negará obstinada -pero justa- en silencio, ocultándose por la noche y apareciendo por sorpresa cualquier día, a cualquier hora y en cualquier lugar para dejarme una vez más sin aliento. Y entonces, por el mismo camino inhóspito que la trae de vez en cuando, usted desaparecerá sin decir adiós. 
     Y así, ya sin expectativas, este deseo de verano volverá a secarse al sol hasta que usted decida volver con su primavera.

RR


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