miércoles, 6 de agosto de 2014

A VECES LOS DÍAS


      No creo que te sorprendas a esta altura, ya no queda casi nada para sorprenderse, ni de vos, ni de mí. En todo caso, lo mío fue una metamorfosis forzada, un despellejamiento a cielo abierto en donde tuve que dejar la piel del pasado antes de que creciera la del presente y, mientras tanto, andar así por la calle, ardiendo la carne, dejando mediocres rastros de palabras ensangrentadas. Porque sí, porque yo antes era ese que te buscaba por todos los laberintos y todos los acertijos. Yo era ese de la palabra lista para envolver tu cuello, para dormir en tu oído, el de la sonrisa agazapada; era tu oportunidad de sentirte poderosa, de pararte en cualquier lado a llorar y tener a alguien que te alcance un pañuelo o un abrazo. ¿Te acordás? Yo era esa sombra de noche tras tus pasos y tu sexo tímido, ese que al bajar la espuma se quedaba mirándote con ganas de besarte aunque no correspondiera, aunque lo único que hubiese para hacer verdadera justicia fuese dejarte sola para que te llevase el diablo. ¿De qué me sirve ocultarlo ahora? Yo era un tipo con más ganas que verdades, con demasiadas preguntas para las respuestas disponibles. Yo me dormía pensando en vos y en tu noche y tu cama, y me quedaba tóntamente tranquilo soñando con la mañana que te despertaría con un sol que ingenuamente creía que era compartido por los dos. Yo era puro entusiasmo, innecesario y también un poco desubicado para tus formas y tus quehaceres. Yo era uno de esos cuatro de copas a los que no le importa dilapidar el tiempo en apuestas perdidas creyéndose un siete de espadas, desconociendo las reglas pero sin apelar a las trampas. Me subí a un bondi que no me pertenecía pensando que siendo un cuatro de copas podía cantar truco igual. Y si hubiese tenido que buscarte, lo hubiese hecho por donde sea, con ese falso orgullo del que cree que sabe lo que quiere. Así es, yo antes era otro, otro que ya no existe ni para vos, ni para mí, ni para nadie.
      Hoy ya no soy aquel (que, al fin de cuentas, nunca fui), ni siquiera parecido. Hoy aquel es sólo una huella borrosa de un pasado ido, un fósil inservible para ningún museo, un negativo guardado que no será revelado nunca, un poema a medio terminar, una canción olvidada. Hoy me quiero dar por vencido, aunque sea sólo por hoy. Todos deberíamos tener derecho a una vez en la vida morirnos y dejarnos ir, sacarnos la careta y sentarnos a tomar una copa con los fantasmas y los sabuesos que nos persiguen para cazarnos y colocarnos como trofeos en las paredes de las habitaciones desde donde acostumbran a opinar los cínicos. Una especie de alto el fuego que nos deje mirar al horizonte sin buscar nada. Hoy quisiera mirarte sin esperar nada, apreciar la forma de tus labios sin sentir esa sensación de batalla perdida, de rendición incondicional, mirarte a los ojos y decirte “está bien, adiós”. Hoy me quisiera quedar acá, dejar que esta canción de hombres y pecados me lleve, que me desate las manos y que ellas escriban lo que quieran, dejar de preocuparme por si estará bien que lo diga o si no, si no será mejor callar las palabras. Quiero dejarlas, que hagan un desastre y rompan todas las formalidades y todos los protocolos y todos los deberes. Que te vayan a buscar si quieren, no me importa, yo me voy a quedar acá, comiéndome la manzana y esquivando las flechas, haciendo oídos sordos a los silencios. Porque lo que duelen no son las palabras, lo que duele son los silencios, las voces que se apagan en la distancia, los gritos que se mueren sin remedio. Hoy quiero mentirles a todos y dejarme engañar, decir que ya no me importa, que me da lo mismo todo, que si fuese por mí me iría para siempre, aún sabiendo que ese siempre me va a perseguir toda la vida.

RR





Ilustración: obra de la serie "Arlequines" del artista plástico Omar Tonero

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