En esa época éramos como dos niños sobre una calesita, ¿te acordás? Vos en tu caballito rosa subiendo y bajando y yo detrás persiguiéndote en un jeep medio destartalado tratando de alcanzarte, procurando llegar a tu corazón con un ramo de margaritas en la mano o algo para ofrecerte que no fuera la delicada angustia que me provocaban tus lejanías ocasionales. Era el juego del gato y el ratón, era buscar un haz de luz detrás de la furia que obnubilaba tus tardes cuando mi boca se abría de más empujando la fantasía de que éramos novios o amantes, cuando trataba por todas los medios de capturar una mariposa para dejar de ser yo un gusano bajo tierra. Pero no éramos nada de eso, solo éramos dos especies en la misma selva, dos pájaros compartiendo un nido precario mientras duraba la tormenta, mientras los rayos iluminaban el cielo intermitentemente, solo como para iluminar las buenas cosas y dejar las malas en la oscuridad. Pero tarde o temprano el sol vuelve a salir y la mierda sale a flote y el amor se hace un ancla que hay que saber cuándo subir y cuándo bajar, cuándo es necesario soltarlo y echarse de cabeza al agua y reír sin compromisos, por honor a la risa misma, para ahuyentar las penas y las broncas que a veces nos poseen.
En esa época vos no eras lo que yo soñaba, eras mucho más, eras lo que yo vivía, lo que me mataba de amor obsesivo e injustificado. Y yo solo era un juguete, un jeep destartalado persiguiéndote por tus vueltas, por tus bajadas y subidas, tratando de manotear la sortija para poder dar una vuelta más en tu cama e intentar capturar tu sonrisa que hoy ya ni recuerdo y que me niego recordar.
Ya sé, no hace falta que me respondas, hace tiempo que dejé de ir a la plaza. Preferí quedarme mirando la tormenta con los discos y las cartas que se arrumban abandonadas en las lágrimas de las lecturas ajenas. Preferí bajarme finalmente del carrusel y dejarte cabalgar como Adela, una estrella clandestina, un personaje anónimo en un libro que quizás un día se escriba aquí mismo, donde los rayos te iluminaron de noche sobre tu caballito haciéndome creer que te había alcanzado.
En esa época vos no eras lo que yo soñaba, eras mucho más, eras lo que yo vivía, lo que me mataba de amor obsesivo e injustificado. Y yo solo era un juguete, un jeep destartalado persiguiéndote por tus vueltas, por tus bajadas y subidas, tratando de manotear la sortija para poder dar una vuelta más en tu cama e intentar capturar tu sonrisa que hoy ya ni recuerdo y que me niego recordar.
Ya sé, no hace falta que me respondas, hace tiempo que dejé de ir a la plaza. Preferí quedarme mirando la tormenta con los discos y las cartas que se arrumban abandonadas en las lágrimas de las lecturas ajenas. Preferí bajarme finalmente del carrusel y dejarte cabalgar como Adela, una estrella clandestina, un personaje anónimo en un libro que quizás un día se escriba aquí mismo, donde los rayos te iluminaron de noche sobre tu caballito haciéndome creer que te había alcanzado.
RR
Foto: Pablo Silicz
No hay comentarios:
Publicar un comentario