¿Aceptarías mi mano solo para
dar una vuelta a la manzana? ¿Aceptarías esta confesión de que hasta
hoy no me había animado a arrimarme vos y que, probablemente, mañana ya
no me anime? ¿Aceptarías que la única promesa que puedo sostener a esta
altura es que ya no habrá promesas posibles, que lo que te diga hoy
quizás no lo pueda sostener mañana? Porque, vos sabés, todos cambiamos;
porque si yo fuera ahora el mismo que estaba sentado acá hace una
hora probablemente vos no estarías sentada ahí, leyendo lo que aquel
temeroso personaje extinto en el tiempo no pudo escribir y sí pudo este
profesional del salto al vacío, este doctor honoris causa en sobrevolar
los fracasos. Me pregunto si entenderás que lo que tengo son sólo ganas y
que ya no creo que nada requiera más que eso, que esperando las señales y
las profecías de los devotos del destino terminé creyendo que las
tormentas eran malas y que la tristeza de una tarde de domingo era una
desgracia. Y me hundí en ella y jalé el gatillo y ahí, medio muerto, me
di cuenta de que bajo la peor de la lluvias posibles vale también el
chapoteo y el llanto de la comedia, vale maldecir al destino y
traicionarlo lavando las heridas en el barro.
Ahora tal vez bajes
la mirada y tapes con los párpados tus ojos de cielo y escondas las
palabras innecesarias, y está bien, yo dejaré por ahora esta hoja en
blanco sobre tu mesa como si fuese un plano por si un día te dan ganas
de remontar algunas de esas horas que pasan volando por tu ventana,
tomarlas del hilo de tu tiempo y traerlas hasta el mar, a pisar la
arena, a ver como cada nueva ola borra las huellas pasadas y pisadas y no deja nada en pie, sólo las algas más persistentes que
son las mismas que despliegan el verde más intenso en las peores
sudestadas o en las más apaciguadas de las mareas.
Pero para eso, vos deberás adornar por última vez las tumbas y dejarlas morir en paz para que no se conviertan en las tuyas, en las que duerman silenciosos los despertares que aun te aguardan, las botellas con sus corchos aún intactos, las miradas que todavía recorren tu cuerpo envilecido de dolores pero que, sin embargo, aún puede sostener el peso de la esperanza en que finalmente, cuando estés por dar vuelta en la última esquina, haya valido la pena.
Pero para eso, vos deberás adornar por última vez las tumbas y dejarlas morir en paz para que no se conviertan en las tuyas, en las que duerman silenciosos los despertares que aun te aguardan, las botellas con sus corchos aún intactos, las miradas que todavía recorren tu cuerpo envilecido de dolores pero que, sin embargo, aún puede sostener el peso de la esperanza en que finalmente, cuando estés por dar vuelta en la última esquina, haya valido la pena.
RR
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