¿Adónde habrá ido a parar todo lo que dejamos aquella noche en aquel
banco de cara a un mar oscuro? Si nada se gana ni nada se pierde y todo
se transforma, ¿en qué se habrá transformado el calor de mis manos que
se morían de ganas de, aunque sea, rozar un dedo que asomaba de las
mangas de tu campera negra? ¿A qué poema habrán ido a parar mis ansias
incontenibles de abrazarte y que vos muy segura sometiste? ¿Dónde
estarán sepultadas las pisadas de los merodeos nocturnos de mis cartas?
Y no es que me interese ir a edificarle un altar al pasado, mejor
dejarlo donde está. Es sólo que ahora que te he olvidado, el olvido se
ha llevado un pedazo de mí, una ingenuidad defendida a puro corcel, a
capa y espada, golpe a golpe, verso a verso (aquella estúpida defensa
que ejercía desafiante de quien no necesitaba ni quería ser defendido,
solo dejado en paz). Debe ser esta sensación de desamparo que me produce
ver tu pedestal vacío lo que me lleva a escribirte una vez más, a
buscar un cambio de domicilio que me recuerde el día que ya no pude
encontrarte, aquel cuando la puerta se abrió y lo único que pude hacer
fue pedirle perdón por la molestia a la anciana que estaba delante mío
sin ninguna información sobre tu paradero. Sin embargo, pude ver tu
nombre aún en el botón del timbre y eso alcanzó para traerte de vuelta a
estas hojas que hoy ya han perdido la memoria, que me preguntan sin
cesar a quién le escribo porque ya no te reconocen, porque ya no ven
aquel brillo tan especial en mis ojos cuando asoman en mi recuerdo tus
piernas encerrando la suavidad de tu vulva pequeña, sosteniendo tu
vientre y tus pechos como dos tulipanes, tu cuello y tus ojitos
misteriosos llenos de aquel fulgor salvaje que hoy es para ellas nada
más que una leyenda de mi imaginación.
Y me pregunto si no será que te estaré escribiendo de nuevo por las dudas, por si te caíste en el pozo del tiempo, por si la capucha voló de tu cabeza y todos tus sueños se mojaron de golpe con la lluvia, tornándose ilegibles como un diario mojado. Me pregunto si no será que me gustaría saber que estás bien, que has encontrado refugio para tus broncas, para la furia que se agolpaba impune en tus labios y me ponía contra las cuerdas. Y entonces, me detengo en cada mate a pensar una oración que te pueda servir de consuelo -si es que lo necesitás, claro-. Pero, a la vez, también quisiera acercarte una copa para brindar por la felicidad que hoy quizás te abraza en una cama o a la salida del trabajo. Y no logro encontrarte, no logro recuperar aquellos pasos, aquellas ansias, aquel calor que se ha muerto de frío. Todo se ha hecho borroso y perecedero, me he vuelto un cínico, un sarcasmo de mí mismo. Ya ni siquiera salgo a tratar de no encontrarte. Sólo me ha quedado la costumbre de ir por las tardes a charlar con Doña Cata, la anciana que gentilmente me recibe cada jueves y que me cuenta de su juventud y de sus amores, de un hombre que la quiso sin que ella lo supiera. Y entre recuerdos y anécdotas de sus años pasados yo recupero de las paredes los rastros de tus olores, el sonido de tu risa que aún permanece escondido en las bisagras que se burlan de esa ingenuidad que únicamente aparece los jueves con Doña Cata, apenas toco el timbre de la memoria y todo se hace pregunta: ¿dónde estarás?, ¿dónde bailan ahora tus aires de muñeca brava?, ¿dónde habrán ido a parar los legajos de tus juicios sumarios a quienes dejaron de importarte? Preguntas y más preguntas.
Ahora mejor guardar cada cosa en su lugar, no quisiera ya perder más nada, aunque sé que es inevitable, que así como los vientos bajan las hojas muertas de los árboles y las arrastran hacia el mar, el tiempo se lleva las horas y nunca las devuelve. Este hoy ya casi se ha ido y de a poco se va transformando en ayer. Mañana será otro día y podré mirar por la ventana los tilos que empiezan a brotar nuevamente, los días que se alargan haciéndonos creer falsamente que tenemos más tiempo disponible del que realmente tenemos. Hay que aprovechar, nunca se sabe cuál será el último verano para ventilar las habitaciones.
Ya casi es jueves, y por la tarde vivo el mejor momento de la semana, ese donde voy hasta ese timbre y visito a esa mujer que no sabe que hay un hombre que aún la quiere.
Y me pregunto si no será que te estaré escribiendo de nuevo por las dudas, por si te caíste en el pozo del tiempo, por si la capucha voló de tu cabeza y todos tus sueños se mojaron de golpe con la lluvia, tornándose ilegibles como un diario mojado. Me pregunto si no será que me gustaría saber que estás bien, que has encontrado refugio para tus broncas, para la furia que se agolpaba impune en tus labios y me ponía contra las cuerdas. Y entonces, me detengo en cada mate a pensar una oración que te pueda servir de consuelo -si es que lo necesitás, claro-. Pero, a la vez, también quisiera acercarte una copa para brindar por la felicidad que hoy quizás te abraza en una cama o a la salida del trabajo. Y no logro encontrarte, no logro recuperar aquellos pasos, aquellas ansias, aquel calor que se ha muerto de frío. Todo se ha hecho borroso y perecedero, me he vuelto un cínico, un sarcasmo de mí mismo. Ya ni siquiera salgo a tratar de no encontrarte. Sólo me ha quedado la costumbre de ir por las tardes a charlar con Doña Cata, la anciana que gentilmente me recibe cada jueves y que me cuenta de su juventud y de sus amores, de un hombre que la quiso sin que ella lo supiera. Y entre recuerdos y anécdotas de sus años pasados yo recupero de las paredes los rastros de tus olores, el sonido de tu risa que aún permanece escondido en las bisagras que se burlan de esa ingenuidad que únicamente aparece los jueves con Doña Cata, apenas toco el timbre de la memoria y todo se hace pregunta: ¿dónde estarás?, ¿dónde bailan ahora tus aires de muñeca brava?, ¿dónde habrán ido a parar los legajos de tus juicios sumarios a quienes dejaron de importarte? Preguntas y más preguntas.
Ahora mejor guardar cada cosa en su lugar, no quisiera ya perder más nada, aunque sé que es inevitable, que así como los vientos bajan las hojas muertas de los árboles y las arrastran hacia el mar, el tiempo se lleva las horas y nunca las devuelve. Este hoy ya casi se ha ido y de a poco se va transformando en ayer. Mañana será otro día y podré mirar por la ventana los tilos que empiezan a brotar nuevamente, los días que se alargan haciéndonos creer falsamente que tenemos más tiempo disponible del que realmente tenemos. Hay que aprovechar, nunca se sabe cuál será el último verano para ventilar las habitaciones.
Ya casi es jueves, y por la tarde vivo el mejor momento de la semana, ese donde voy hasta ese timbre y visito a esa mujer que no sabe que hay un hombre que aún la quiere.
RR
Foto: Pablo Silicz
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