lunes, 8 de septiembre de 2014

BOTAMANGA, GRAN CONDUCTOR


       La verdad es que, 
en realidad, nadie sabía cuándo era el cumpleaños de Botamanga Varela. Cada año, cuando comenzaba la primavera, se hablaba de cumpleaños, de los posibles festejos e, incluso, se planeaban partidos homenajes y fiestas sorpresa que finalmente nunca se llevaban a cabo. Botamanga jamás hizo referencia a su natalicio, él sabía ejercer la discreción y el recato como nadie, tanto dentro como fuera del campo de juego. Pero en una ocasión, alguien soltó el rumor de que ese día tan reservado por nuestro ilustre personaje era el 17 de octubre. Quizás haya sido ese cariño y ese respeto de conductor de las canchas, de líder carismático de los desposeídos de talento, de jefe y paladín de los derechos de los sacrificados trabajadores de la táctica y la estrategia que le era profesado lo que hizo relacionar esa fecha soleada de cada año con el aniversario del nacimiento del crack.
      Todo comenzó como un simple rumor a mitad de semana, pero para el viernes ya casi todos los detalles estaban organizados. No fueron sus  compañeros de equipo quienes llevaron adelante el agasajo sino los jugadores de los diferentes equipos rivales. Se comentaba que quienes más aprecio tenían por Botamanga era estos últimos, tal vez por el peso y la calidad eximia del juego que Botamanga Varela desplegaba en las canchas y que dejaba a los rivales ante la obligación moral de reconocer la superioridad magnánima de tan enorme poeta del balón, o quizás haya sido que aquellos querían devolverle con creces tantas gentilezas de marcas aguerridas que Botamanga aplicaba desentendido en las piernas de esos nobles contrarios cada jueves por la noche.
      Botamanga no debía enterarse de nada, él seguiría su rutina diaria de degustaciones pasteleras y análisis de la última fecha en cada uno de los reductos donde mostraba un conocimiento cabal, no sólo de los hechos meramente futbolísticos, sino de todos aquellos detalles que se desarrollaban en la periferia del juego. Nadie quería quedar afuera, todos deseaban colaborar para hacer de aquel día un momento extraordinario, una fecha memorable que quedara grabada en la retina de quienes presenciaran tan esperados festejos. Los compañeros de Botamanga se ocuparon concienzudamente de la cuestión culinaria pues conocían los gustos delicados de aquel archiduque de la gastronomía que era Botamanga. Sabían de la amplia capacidad de ingestión de Varela y, por eso, les pareció conveniente no demorarse en las modestas góndolas de las cadenas cárnicas y fueron directamente al grano, a tomar el toro por las astas (en este caso en particular, no fue un toro sino un precioso ejemplar de novillo, convencido a los empujones de dejar su manso pastoreo nocturno en un campo desconocido de Tamangueyú para subirse con cierto desgano al vehículo que lo trasladaría a su morada final donde el calor de las brasas lo dejaría a punto para nutrir a aquellos acérrimos enemigos del veganismo). Pero quienes más interés demostraban en los detalles eran sus camaradas rivales. Fueron ellos los encargados de llevar adelante las tareas de adornos conmemorativos, selección de la bebida y, sobre todo, los preparativos del verde cesped que albergaría la gesta futbolística posterior a la ingesta celebratoria. Todo eso sumando a la procuración de traumatólogos y ambulancias para lo que se planeaba como noventa minutos de intercambios amables de recuerdos imborrables.
      Aquel sábado de octubre todo estaba listo. Para lograr que Botamanga fuera voluntariamente al sitio del festejo sin sospechar, uno de los cómplices de aquella tierna sorpresa le envió a Varela un mensaje telefónico que lo anunciaba como ganador de medio kilo de bizcochitos de grasa en una panadería cercana al sitio programado. Botamanga apenas pudo contener la emoción de semejante noticia y entre lágrimas empujó su Dodge 1500 verde calle abajo hasta lograr que la primera carrera de compresión de la planta impulsora de su “american classic” explotara y diera marcha a ese ejemplar único de la ingeniería automotriz. Varela estuvo a punto de perder el control del vehículo cuando se detuvo a recoger un billete de dos pesos que surgió por debajo del mismo a su paso. Pero no,  nada podría detener a Botamanga de la consecución de un objetivo tan altruista como la gratuidad de medio kilo de bizcochitos de grasa. El Dodge derrapaba por los caminos de tierra en una alocada carrera bajo la diestra conducción de Varela que, en uno de esos instantes en donde sabía cómo demostrar su enorme coraje, llegó a sobrepasar sus propios límites cambiando a tercera velocidad y dejando en ridículo a un pobre y disminuido can de sólo dos patas que ladraba enardecido a su paso.
      ¡Qué gran momento se vivió cuando el augusto automóvil de Botamanga asomó gallardo por la entrada adornada con los colores del equipo de sus amores! Nadie podrá olvidar nunca aquel día, la emoción de Botamanga, las bellas palabras que se dijeron en su honor y la camaradería, amabilidad y buen compañerismo que todos demostraron cuando hubo que ayudar a la reparación del Dodge 1500 luego de que tan extremo esfuerzo húbole provocado la pérdida momentánea del puente trasero justo cuando llegaba a destino. Todo fue perfecto, las ensaladas frescas, los finos y delicados vinos que aromaron las copas y alegraron hasta el éxtasis a los presentes y el novillo tierno que se sacrificó en pos de un festejo memorable que no logró ser nublado ni interrumpido por nada, ni siquiera por la visita de la división de cuatrerismo y robo de ganado de la policía que, amablemente, tuvo la delicadeza de tomar la recaudación de la colecta que se organizó espontáneamente in situ para homenajearlos, retirándose agradecida con deliciosos emparedados de chorizo y algunas botellas bajativas.
      El final de la tarde trajo el epílogo de la fiesta y todos se retiraron felices y en paz, contentos y satisfechos de haber podido devolver a nuestro héroe tantas amabilidades, tantas muestras de solidaridad, tanto buen gusto. Porque Botamanga Varela había cosechado aquel día todo lo que había sembrado durante años en los encuentros futbolísticos que lo tenían como el principal protagonista. Por eso nadie había querido perderse la ocasión para devolverle los favores. Según consta en la planilla que se cerró al final del partido, fue un triunfo ajustado del equipo de los rivales, que contó, para esta ocasión, no sólo con los jugadores que acostumbraban participar del lado contrario al de Botamanga sino que también sus propios compañeros se turnaron para jugar en su contra y aprovechar para demostrarle todo el aprecio que en palabras nunca alcanza. Dicha planilla (conservada hoy entre los tesoros más apreciados del archivo de la vida de Botamanga, en su estado original y con las manchas de sangre y grasa vacuna de aquel día) hace sospechar acerca de cierta brusquedad de juego que habría colaborado en el presuroso final del partido antes de los treinta minutos del primer tiempo, luego de algunos insignificantes incidentes entre Varela y dos miembros del equipo rival, tres del propio, uno de los asadores del susodicho novillo, dos hermosas mujeres de procedencia desconocida y un policía que habría vuelto en busca de chimichurri.
      Botamanga descansó todo el resto de octubre aprovechando a recuperarse de la emoción del festejo, de la indigestión provocada por el cuarto de res que denodadamente se ocupó de degustar, y de dos fisuras de tibia y peroné que sufrió durante los hechos acaecidos durante el partido.
     Sí, señoras y señores, descansó el héroe pero no el mito; se acallaron las celebraciones pero no la leyenda; se silenciaron los insultos pero nada podrá empequeñecer la historia de Botamanga Varela: mi ídolo.

RR


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