martes, 23 de septiembre de 2014

USTED Y YO


     Yo vería con buenos ojos que usted se acercara a esta hoja esta noche y dejara las marcas de sus dedos alrededor de mis palabras.
   Yo aceptaría de muy buen grado sus enojos o sus sonrisas por la impertinencia que demuestro en cada acento, en cada coma; por la irresistible tentación de apostar a enamorarla bailándole alrededor de su mirada.
    Yo entendería, sin necesidad de explicaciones, que usted tuviera que retirarse antes de la hora en que mis ganas venzan, antes de que ya haya sido suficiente el recorrido de mis fantasías por sus realidades y el deseo se duerma hasta el próximo encuentro. 
     Yo sostendría incólume la bandera y los ideales que la persiguen por los márgenes y las cotas, por las utopías y los desenfrenos, que hacen de usted la vanguardia y el sujeto que revoluciona mis ansias.
      Yo emprendería la batalla por el dominio del reino que usted reina, de los campos que usted cabalga, de los sueños que usted me despierta. 

     Yo le propondría las preguntas que usted guste hacer para armar con ellas las respuestas que necesite sobre mi persona, sobre lo poco y nada que me importa la opinión ajena, los chismosos y sus chismes, los odiosos y sus odios y todo lo que dicen que es esta locura de quererla así.      
     Yo entablaría una conversación amable con usted que me permitiese encontrar el pasillo de su mente que me lleve a las habitaciones de su sexo y, quizás, hurgar en los cajones los secretos de su alma. 
     Yo quisiera quererla mientras usted quiera; y, más que ninguna otra cosa, yo quisiera olvidarla cuando ya no.
      Yo preferiría la simpleza de un sí o un no, de un beso que despejara todas las dudas y todos los miedos aunque la muerte nos persiguiera con el cronómetro en la mano y Dios siguiera sin aparecer en la foto.
      Yo saltaría todos los charcos y todas las sogas, trataría de hamacar sus ilusiones que, a veces, no logran despegar de la tierra y arrojaría la piedra para acompañarla al cielo. 

     Yo desenterraría el tesoro oculto de los sabios y lo tiraría al fuego para no saber nada y lanzarme a conocerla por completo, a hundir las manos en el fangal de sus dolores, a suscribirme a sus fracasos, a derribar la veleta y aprovechar cualquier viento. 
     Yo, querida mía, le escribiría un poema constante y ocultaría mi nombre y negaría sus versos para no develar la sospecha, para no interrumpir su soledad resguardada en el silencio, para no levantar las perdices de los recuerdos. Para que usted no sepa nunca que quien aún la quiere detrás del vidrio opaco del olvido, soy yo.

RR


Foto: Andrea Alegre

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