martes, 16 de septiembre de 2014

AÑO 3001


     Vivo agazapado como un gato, esperando el momento de atacar algún resto de la ternura que pudo haber quedado expuesta en tu superficie, desplegando las uñas afiladas noche a noche con la piedra esmeril de tu recuerdo. No confíes en mí, no creas que porque cierro levemente los ojos te pierdo de vista. Tal vez desaparezcas de mi mirada pero los gatos tenemos otros sentidos. Debe ser también por eso que aún sigo dando vueltas por tu puerta, por ese sentido de pertenencia al medio, al lugar que me ampara de mí mismo y de las vidas de esos otros que me rodean y buscan acariciarme sin que realmente me interese. Todos me resultan prescindibles, menos vos, claro. Todos tratan de acercarme a sus regazos con llamados y seseos, pero yo ya no puedo explicarle a cada uno que solo bajo tu falda encuentro lo que quiero, que solo sobre tus rodillas surge un ronroneo espontáneo e inevitable.
      Y acá estoy otra vez, rondando las oscuridades y los misterios que no son tales. No hay misterios para vos y vos lo sabés. Tal vez por eso no me has cerrado la puerta de tu casa del todo y siempre queda alguna hendija por donde colarme imperceptiblemente solo para verte dormir, para caminar al costado de tu silueta que levanta las sábanas y marca el contorno del mapa de mis noches.
      De día soy uno más, uno de esos que nadie ve, un personaje indefinible sin nada para contar que merezca ser contado. De día duermo entre las palabras ajenas que hablan de los temas cotidianos, de la vida en otros tiempos y de la muerte en estos. De día soy el más cobarde de los hombres que camina por la calle mirando al suelo, temiendo levantar la vista y darme cuenta de que no podría sobrevivir a tu encuentro, que, si por una de esas maldiciones que persiguen a los miserables como yo, me topara con el vuelo de tu cabello en una mañana ventosa de primavera, no saldría con vida, sería arrasado por el vendaval, me deshojaría como unos de esos plumerillos que sueltan sus esperanzas hacia tierras desconocidas al primer soplido de un niño. Así quedaría yo, arrasado, desnudo y sin otra posibilidad que morirme apenas tus ojos se posaran sobre mi tallo quebrado.
      Pero de noche soy este que soy ahora, este vampiro que se alimenta de tu sangre, este despreciable esclavo de tus movimientos nocturnos. Soy un escritor sin chance de escribirte, soy un viajero detenido al margen de una ruta que podría llevarme al infinito pero que no logra vencer el infortunio de seguir esperando en vano. Mis noches van siempre a contramano de las tuyas. Mis noches son oscuras a pesar de la luna o del brillo de las luces de la calle. Mis noches duran lo que ellas quieren y pueden surgir a plena luz del día, sin importar qué hora sea. De noche soy ese gato en celo aullándole a los demonios, el representante de los hombres sin dueño que han elegido libremente en qué consumir cada una de sus vidas, contando los latidos uno a uno, vaciando cada copa con un brindis a la salud de una perdición, cantando canciones viejas que en cada acorde alimenten el fuego del infierno de los irredimibles.
      Y si no fuera por todo esto, yo podría ser un hombre más, un tipo común y corriente que ya te olvidó como tantos otros, uno más que se dedicó a robarle los besos a las bocas de otras mujeres, un ser con nombre propio y número de documento y unas ganas de maullar en cualquier regazo, de tomar el primer ómnibus que pase para recorrer cualquier camino, de soltar mis simientes en cualquier terreno. Pero hay algo, querida, que no me lo permite. Debe ser que, para algunos de nosotros, existe algo en este sur que nos condena al tango, a la poesía de Horacio Ferrer, a los fraseos de Piazzolla, que nos hace creer estúpidamente que solo hay una boca para soplarnos, solo un aliento capaz de desnudarnos, solo una sangre capaz de alimentar nuestras ansias. A decir verdad, no sé qué será, pero hay algo que no me permite terminar con tus noches por donde paseo invisible, algo que me obliga a custodiar esta última vida que me queda, a camuflarla entre palabras e imágenes de posibilidades imposibles para renacer cada día después de morir cada noche.

RR


Foto: Pablo Silicz

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