Hay una hoja en blanco en mi
biografía, todos ya me conocen -o creen conocerme-. Soy el más profano
de los traidores. He llegado donde nunca nadie había llegado, he
traicionado a la muerte misma y me he escabullido de los dolores y los
castigos. Algunos dicen que soy el peor de los miserables y no me he
arrimado hasta acá con la intención de desmentirlo, solo lo hago con el
propósito de completar mi historia, la que ya fue escrita entre noticias
de primera plana, abogados mercenarios y mercaderes de la moral. Todos
han acertado y todos han errado, todos han dicho la verdad con mentiras y
ninguno la ha dicho completa. Pero ha llegado el momento de plantarme
ante el único tribunal al cual me voy a someter voluntariamente; hoy me
toca a mí abrir este baúl escondido en los sótanos de las horas pasadas,
refugiado de las tristezas falsas y las alegrías de bisutería para
revolver entre una desesperación ocultada tenazmente por quienes creen
condenarme al hacer de mi nombre un sinónimo de perdición.
No
importa de dónde vengo, no importa si caminé las veredas de una niñez
tierna o desbarranqué por los acantilados de la miseria y la desolación.
Nada cambiaría eso. Yo soy el lugar común al que todos dicen ir pero al
que nadie va, porque eso significaría transgredir los límites impuestos
y sucumbir ante la mirada de un par de ojos elegidos por un azar
incomprensible.
La vida no es una avenida céntrica ni los barrios de señoras que compran el pan por la mañana, ven la novela por la tarde y esperan las noticias por la noche. La vida puede ser el peor de los infiernos o el más celestial de los paraísos. He sabido andar por los dos. Pasé por cada uno y me detuve en ambos por un trago de sangre, de la mía, de la que estoy entregando en este final. Toda la sangre derramada ha sido mía, no he matado a nadie y, a su vez, los he matado a todos, a los que me han perseguido, a los que han creído capturarme y a los que nunca me atraparán.
He sido condenado un millón de veces en juicios fraudulentos, meros espectáculos montados para satisfacer las cobardías y las petulancias, para seguir atados a la mentira pacíficamente, adornando las noches de juegos vanos y reuniones de amigos con conclusiones falsas pero enteramente satisfactorias para las mentes sujetas a reglas y a normas de convivencia y buenos vecinos. ¿Y ahora me piden justicia? No, no existe posibilidad ninguna de justicia en este mundo, solo venganza, desatar una tormenta implacable y arrojar sobre el tapete las pruebas irrefutables de la inutilidad de la vida sin mí y borrar con un solo suspiro el temor a la muerte inevitable. Porque yo soy la vida y la muerte mismas; porque yo puedo cambiar el mundo o mandar todo al diablo en un abrir y cerrar de ojos; porque yo, solo yo, puedo sabotear todos los planes y hacer fracasar todas las estrategias.
Y quizás haya quienes piensen que pueden esconderse de mí y seguir andando los caminos necios de la arrogancia. Pues bien, yo los desafío en este mismo instante a quitarse las máscaras moldeadas con el dinero empapado en la sangre que alimenta sus egos y dejar caer sus capas de reyes falsos y sus diademas de princesas que jamás lograrán sentir el placer de las putas, de las mujeres que erizan la piel y derrochan las miradas.
Yo soy Dios y el Diablo, la verdad y la mentira, lo que oculta y lo que deslumbra, el miedo y la calma, los singulares, los plurales y todos los tiempos; las cartas, los versos, la manos, los sexos; ella, él, nosotros y ese espacio en blanco que duele en el alma, ese silencio atroz que atormenta las fortalezas y corta las melodías más estremecedoras. Esta es mi historia. Y aunque nadie la lea, aunque nadie la escuche y la cubran de lujosas mentiras, solo existe una verdad: la que sostiene los árboles milenarios como la esperanza; la que siempre acechará detrás de las sombras y los engaños.
La vida no es una avenida céntrica ni los barrios de señoras que compran el pan por la mañana, ven la novela por la tarde y esperan las noticias por la noche. La vida puede ser el peor de los infiernos o el más celestial de los paraísos. He sabido andar por los dos. Pasé por cada uno y me detuve en ambos por un trago de sangre, de la mía, de la que estoy entregando en este final. Toda la sangre derramada ha sido mía, no he matado a nadie y, a su vez, los he matado a todos, a los que me han perseguido, a los que han creído capturarme y a los que nunca me atraparán.
He sido condenado un millón de veces en juicios fraudulentos, meros espectáculos montados para satisfacer las cobardías y las petulancias, para seguir atados a la mentira pacíficamente, adornando las noches de juegos vanos y reuniones de amigos con conclusiones falsas pero enteramente satisfactorias para las mentes sujetas a reglas y a normas de convivencia y buenos vecinos. ¿Y ahora me piden justicia? No, no existe posibilidad ninguna de justicia en este mundo, solo venganza, desatar una tormenta implacable y arrojar sobre el tapete las pruebas irrefutables de la inutilidad de la vida sin mí y borrar con un solo suspiro el temor a la muerte inevitable. Porque yo soy la vida y la muerte mismas; porque yo puedo cambiar el mundo o mandar todo al diablo en un abrir y cerrar de ojos; porque yo, solo yo, puedo sabotear todos los planes y hacer fracasar todas las estrategias.
Y quizás haya quienes piensen que pueden esconderse de mí y seguir andando los caminos necios de la arrogancia. Pues bien, yo los desafío en este mismo instante a quitarse las máscaras moldeadas con el dinero empapado en la sangre que alimenta sus egos y dejar caer sus capas de reyes falsos y sus diademas de princesas que jamás lograrán sentir el placer de las putas, de las mujeres que erizan la piel y derrochan las miradas.
Yo soy Dios y el Diablo, la verdad y la mentira, lo que oculta y lo que deslumbra, el miedo y la calma, los singulares, los plurales y todos los tiempos; las cartas, los versos, la manos, los sexos; ella, él, nosotros y ese espacio en blanco que duele en el alma, ese silencio atroz que atormenta las fortalezas y corta las melodías más estremecedoras. Esta es mi historia. Y aunque nadie la lea, aunque nadie la escuche y la cubran de lujosas mentiras, solo existe una verdad: la que sostiene los árboles milenarios como la esperanza; la que siempre acechará detrás de las sombras y los engaños.
RR
Foto: Pablo Silicz
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