jueves, 18 de diciembre de 2014

ÚLTIMO AFORISMO DE PRIMAVERA


      Hay adioses que no se dicen, despedidas innecesarias, besos que se llevan de vuelta en la boca y que ahí quedarán para siempre. Hay lugares que no se vuelven a andar y aunque se anden nuevamente, nunca serán aquellos andados, nunca tendrán aquellos aires ni aquellas pretensiones.
     Nunca se vuelve al primer amor, a la chiquilla de ojos verdes y sonrisa pequeña que derrochaba esperanzas desde un segundo piso hasta que un día dio vuelta la moneda y mostró la otra cara, la de un adiós inexistente hasta ese momento, inimaginable como el infinito, la promesa rota, la vaguedad indefinible del amor eterno, tan inverosimil y necesario como Dios.
      Se deja al primer amor y se va hacia el segundo que siempre tendrá la impronta del primero, del único, del de toda la vida. Y el segundo viene a redimir sueños que ya se daban por muertos, viene luchando contra el cinismo asesino de la sonrisa simple y descuidada encarcelada detrás de la reja de la sabiduría y la ciencia. Viene el segundo amor que expulsa los rencores con el primero y nos junta a todos como buenos vecinos, como a viejos compañeros de escuela que afortunadamente han olvidado quién se sentaba último y quién arrojaba las tizas. Pero cuando se va el segundo se vuelve al dolor del primero, a la desolación y al desencanto, al discurso fácil de la igualdad y las matemáticas, las leyes que gobiernan lo ingobernable y rigen razones sin lógica alguna.
       Pero el amor vuelve, terco y testarudo, en otras bocas y en otros ojos, en algún encuentro casual o en alguna noche que se ve sorprendida por los sexos que solo habían llegado hasta ahí con el único motivo de abrazarse por un rato y juntar gemidos y humedades sin intención ninguna de redactar versos o cartas de amor. Porque el amor es tirano como el tiempo. El amor es un viejo zorro que se cuela por los recovecos más inesperados, que entra en ella disimuladamente por su vulva y sin pedir permiso asalta su corazón estableciendo un nuevo centro de mando que arrasa con cualquier plan premeditado. También puede suceder que florezca de los laureles de la conquista narcisista y vanidosa de él que será ventilada en un partido de naipes entre anécdotas falsas y el inconfesable y secreto remordimiento por no animarse a huir de ese lugar e ir a buscarla, a dejar el escudo y la lanza de falso guerrero para rendirse ante el gusto a ella que es la conquistadora y no la conquistada.
       Entonces, tal vez sea mejor callarme y recordala, a ella y a todas, a la chiquilla de ojos verdes y boca pequeña y a las de todos los otros colores y tamaños que habitaron mi corazón o lo merodearon a la distancia, también a aquellas que no pude ni siquiera ahuyentarlas con mis promesas y mis tontas esperanzas de ser el hombre de sus vidas y ofrecerles escudos y lanzas, solo los adioses silenciados y transformados en historias tan falaces como esta que dice que ya no me acuerdo de sus rostros y de sus aromas, de sus direcciones y de los caminos que recorrí durante meses siguiendo sus rastros después de haberlas perdido para siempre. A ellas que las encuentro en cada primavera, justo antes de comenzar el verano que las trae como olas suaves de corrientes cálidas a esta isla desierta donde habito de cara a este mar tormentoso y revuelto que parece que se traga todo. Menos los amores.

RR


Foto: Hugo Grassi

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