No vine a pedir tu mano, ni siquiera me acerqué a tratar de enamorarte. Solo decidí salir a pasear por los alrededores de tu corazón. Si me ves acá en esta hoja es porque vengo desde hace tiempo arrastrando las consonantes de tu nombre, nadando en el brillo de las vocales que, en esa simple combinación de letras, le ponen un palo en la rueda a mi tiempo que se detiene como sin saber hacia donde ir, como despojado de esa necesaria inercia mortal que lo incline al más allá.
Y, entonces, algo me dijo: "vamos, tenés que ir". Y acá estoy, suplicando no tener que suplicar, esperando que salgas de tu casita de caracol para invitarte a desandar el pasillo que conduce a la noche que espera siempre por un par de locos que se ganen las estrellas. Ellas brillan para todos, pero brillan aún más para los locos y los amantes, que, al fin y al cabo, sufren los mismos síntomas.
Verás, para que quede entre nosotros: no hace falta que empaques grandes esperanzas ni que le pongas un título a tu silencio o declares tus intenciones, no hacen falta formalidades si en realidad lo que busco no es otra cosa que disfrutar de la tormenta que se crea sobre mí cuando te veo pasar; arrojar el paraguas y saltar del umbral hacia la calle para empaparme de cualquier posibilidad que me ofrezca alguna casualidad ajena que te haga tropezar con mi torpeza. No hace falta que me sonrías o me des la mano, aunque sería un placer degustar tus gustos y gestar tus gestos y abrazarme a tu indiferencia y envolverla de estos deseos de desnudar tu desnudez con una mano en tu cintura y la otra en el infinito que nos separa.
Pero mejor así, como sin querer; atraído hacia vos sin que vos lo sepas, sin que yo me acobarde una vez más y logre finalmente acercarme a la ingravidez de tu luna y a tus páramos de mujer fatal; a tus ansias y a los detalles que surgen de tu voz suave cuando se escucha a lo lejos cayendo sobre un pentagrama divino. Silencios que prometen y promesas que se silencian bajo una lluvia solo mía que asoma detrás de la ventana y que una vez más me ha empujado hasta este umbral debajo del alero a escribirte empapado.
Hoy es una tarde cualquiera de cualquier día, de cualquier mes, de cualquier año, que se ha detenido una vez más en la rueda de mi tiempo. Esta rueda siempre atascada con el mismo palo cuando por mi mente nadan las mismas vocales y se arrastran las mismas consonantes y me llueve la misma lluvia.
RR
Foto: Pablo Silicz
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