Entonces, y resumiendo toda esta cuestión, no
se trata de lo que yo quiero, sino de resolver este juego de quién es
quien. Se trata de llegar a rozar los límites del deseo que se esconde
bajo tus faldas, de arrojar la balanza por un acantilado y dejar de
sopesar las chances. Porque la única posibilidad es dar vuelta la hoja y
seguir leyendo y avanzar en esta historia. Porque de nada serviría
decirte que te quise cuando todavía te quiero, como de nada valdría morirme
a tus espaldas si voy a resucitar dolorosamente frente a vos cada vez
que te traigan el viento y las olas. Y si los recuerdos duelen, pues que
duelan. ¿Cómo podría ser de otra manera? ¿Cómo podrían no doler si han
quedado un montón de huecos entre besos y adioses, entre promesas y
cobardías?
Por eso me he sentado a escribirte una vez más, para
tratar de llenar los huecos, para saludarte desde el futuro, desde una
valentía que aún no existe y que es solo un plan mal dibujado en una
servilleta sucia para poder algún día olvidarte. Y si pasás por esta
hoja, por favor, dejame una nota a pie de página para saber que te has
ido para siempre, que es inútil seguir almacenando verbos en cuadernos
secretos y regando las flores marchitas que viven orgullosas su otoño
permanente.
Mientras tanto, cuidate y sé feliz. No le hagas caso a tus miedos ni a mis súplicas, no son buenos consejeros. Soltá aquella risa que adornaba tu boca cuando necesitabas nuevamente la compañía que echabas de tu lado creyendo que ibas a poder sobrevivir al amor. Porque no, chiquita, nadie sobrevive al amor, ni siquiera la muerte, que al final abandona a sus víctimas vivas en los corazones persistentes de los que intentan arrojarse de las fotos viejas para no conservar rastros inmortales de besos tibios y manos húmedas.
Y yo seguiré rondando tu furia y tu escondite, seguiré habitando estos barrios lúmpenes de frases gastadas y repetidas, jugando como desde el primer día a este juego de palabras que nunca alcanzan para llenar los espacios que quedan huérfanos de sentido y que esperan el fin de la persistencia y un adiós definitivo.
(Entre paréntesis, adiós.)
Mientras tanto, cuidate y sé feliz. No le hagas caso a tus miedos ni a mis súplicas, no son buenos consejeros. Soltá aquella risa que adornaba tu boca cuando necesitabas nuevamente la compañía que echabas de tu lado creyendo que ibas a poder sobrevivir al amor. Porque no, chiquita, nadie sobrevive al amor, ni siquiera la muerte, que al final abandona a sus víctimas vivas en los corazones persistentes de los que intentan arrojarse de las fotos viejas para no conservar rastros inmortales de besos tibios y manos húmedas.
Y yo seguiré rondando tu furia y tu escondite, seguiré habitando estos barrios lúmpenes de frases gastadas y repetidas, jugando como desde el primer día a este juego de palabras que nunca alcanzan para llenar los espacios que quedan huérfanos de sentido y que esperan el fin de la persistencia y un adiós definitivo.
(Entre paréntesis, adiós.)
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