viernes, 31 de octubre de 2014

ESTA MÚSICA


      Debe ser porque todavía hoy me gusta sentarme a escuchar música como si fuese música, como si el tiempo estuviese hecho únicamente para eso. ¿Adónde iría a para el tiempo sino? ¿Adónde irían a para las horas que perdemos tratando de ganar tiempo? ¿Adónde fueron a parar los besos que guardamos para más adelante? Y ahora que más adelante ya se fue y ya no tengo aquella ternura que brillaba en tus labios, ni las melodías que bailaban a tu lado en la penumbra de mi sala que hoy amaneció solitaria, me siento una vez más a escuchar, a tratar de rescatar los buenos tiempos que aún perduran entre soledades desoladas y las horas que se queman lentamente al amparo del fraseo de los hombres sabios; a sentir ese aroma a palabras frescas que comienza a poblar el ambiente. Y me dieron ganas de escribirte, de soltar las palabras mensajeras que siempre esperan pacientes en su cajita a que las libere, a que pierda la vergüenza y asuma erróneamente tu silencio como un grito que me llama para amontonarlas sin demasiada gracia en una hoja virgen junto con la esperanza de que un poco de aquel aroma se escape por la ventana y llegue hasta tu cama esta noche cuando el silencio te hunda en el sueño. Dejame, yo sé que no es así, que todo es producto de mis delirios y que nunca me has llamado; yo sé que ya te has ido y que ni siquiera lo has hecho huyendo de mí, que probablemente pases cada día por mi lado y no me de cuenta porque… bueno, tu recuerdo ya no posee ni el olor ni el gusto a mujer de mi vida que a mí me gustaba tanto y que se ha perdido entre otoños y primaveras. Dejame que te escriba aunque sea que el reflejo que olvidaste en el espejo del baño me ha servido en esos oscuros días de lluvia que empapan el ánimo para iluminar esta fantasía de poeta exiliado que huye de sus propios versos para sobrevivir. Dejame… Si, al fin y al cabo, lo más probable es que ese aroma se pierda entre tantos que vuelan desde miles de ventanas como la mía que, aunque da al mar, me lo oculta sabiamente detrás de los edificios que me rodean para que siga yendo hacia él, para que siga yendo hacia vos con la insistencia del enamorado ciego que jamás aceptará su infortunio, que por más que llueva y llueva, nunca resignará esta música y estos besos.

RR


Foto: Flor del Irupé

miércoles, 29 de octubre de 2014

DOS PALABRAS


     Hoy está el horno para bollos y la cama para cucharita; el bien no viene por el mal y las pájaros comen y se quedan insolentes a contarme de tus ganas de soñar.
     Hoy tengo un montón de cuchillos afilados listos para cortarme las venas y ningún palo o astilla para colgar una bandera blanca y rendirme ante el deseo de volver a buscarte y así darme por vencido y, aún vencido, ganar esta guerra contra una paz a fuerza de olvido que solo puede servir para ocultar lo nuevo debajo de este sol que se esconde malicioso.
      Hoy no me importa con quien andás porque sé quien sos por más que ya no quieras saber de mí. Hoy ha muerto el rey y ha quedado el trono vacío y me doy cuenta de que todos los caminos conducen a tu boca y no me importa ni Roma, ni Mahoma ni esa montaña inmóvil que ni siquiera el amor mueve.
      Hoy no es por hache ni por be, es porque el cántaro te lo dan roto para que esa 
maldita fuente llena de falsas esperanzas fabricadas con los talles y las medidas de los que te las venden no se vacíe nunca.
      Hoy he abierto los ojos y he visto que los cuervos que he criado me sonríen amablemente y mi más fiel compañero es este perro rabioso al que nunca me atrevería a matar porque la rabia a veces me ha salvado la vida.
      Hoy me siento un tonto porque me consuelo viendo a otros como yo que buscan y buscan y no encuentran; y cada vez que se van a Sevilla y vuelven, la silla sigue estando vacía recordándoles que no todo se transforma, que a veces no se gana nada y algunas cosas se pierden para siempre.
      Hoy, si me preguntás, preferiría no prevenir nada y enfermarme con aquella tristeza que empañó la ventanilla del colectivo al despedirnos; tal vez porque ya se hizo nunca antes que tarde y veo que, al final, han pasado más de cien años y el mal dura, y nos ha terminado convenciendo de que más vale enjaular a los pájaros para no creer que podemos volar.
      Hoy me doy cuenta de que he perdido las mañas junto con el pelo y de que estoy perdiendo también el tiempo, porque hay heridas que no se curan nunca y sangran de por vida; porque por más que trate de entender siempre me faltarán palabras.
      Entonces, hoy he decidido no callar más y me he puesto a escribirte y así otorgarte todo, hasta el crédito por lo escrito, sólo para confesarte que lavaría tus manos y tu cara con las mías y me bebería cualquier agua que me pusieras delante y que tuviera el sabor dulce de tu sexo.
      Hoy, hermosa, podría haber evitado todo este palabrerío vergonzante y haberte escrito dos palabras, solamente dos palabras, que dijeran mucho más que las mil imágenes de tus ojos que guardo inútilmente .

RR


Ilustración: Pablo Silicz

lunes, 27 de octubre de 2014

SERÁ POR EL VIENTO, O TAL VEZ…


      Tal vez porque te quiero de antes de quererte es que te suelto la mano y me vuelvo a abrazar a mi pálido destino. Porque los acordes de esta melodía no son ninguna novedad para mí y ya forman parte de la música que me acompaña en el recorrido por este laberinto que transito perdido.
      Tal vez porque ya no espero nada de nadie, y menos de mí mismo, sólo la neblina de palabras que me rodea de vez en cuando para armar este juego de cartas para los amigos y los amores, para los valientes desahuciados que insisten en lanzarse al vacío y querer como si no supieran el final.
      O quizás porque no alcanzan los recuerdos del agua fresca bajo los eucaliptos a la salida de un pueblo perdido en el campo o la mirada constante de unos ojos claros en el recuerdo, sino que hacen falta también la risa de la medianoche que transpira en una cama y hasta la angustia sabia que reconcilia los amores.
      Si es porque hubo razones o circunstancias, ventajas y desventajas, oportunidades inoportunas, nadie lo sabe. Pero no será porque no debimos o no pudimos o no quisimos, será porque decidimos tachar lo escrito antes de hacer de esto una novela y hacer un bollo con la hoja y arrojarlo al fuego, y con eso salvar a aquellos niños que se miraban con intriga de futuro. Porque las cosas nunca son lo que pueden, lo que deben o lo que quieren; las cosas, querida, son como son y, en el final de la historia, nunca va a quedar ni más ni menos que lo que hubo.
      Y el viento seguirá soplando.

RR


Foto: Guillermina Raggio

viernes, 24 de octubre de 2014

MEJOR EL CIELO


       Y eso que ves ahí es mi pasado, no lo guardo pero él insiste en quedarse. Se ha acomodado en un rincón de la memoria y cada tanto tiene la desfachatez de hacerme comentarios y reproches. Cómo si sirviera de algo, cómo si fuese posible sentarnos a discutir en igualdad de condiciones. Claro, así cualquiera... Si yo pudiese alcanzarlo a él como él puede alcanzarme a mí podríamos tener una discusión seria y con argumentos, con la posibilidad hasta de pedirnos disculpas llegado el caso. Pero él es inalcanzable y necio, pocas veces amistoso y las más de las veces, un acérrimo enemigo.
     Más allá está mi futuro. Como cualquiera tiene sus días, algunas veces claros y luminosos, y otras oscuros y tormentosos. Yo sólo lo saludo amablemente pero sin darle demasiada importancia, al fin y al cabo, es probable que no nos conozcamos nunca, que jamás lleguemos a darnos la mano o dirigirnos la palabra. Creo que en ocasiones me hace algunas señas como llamándome, como si buscara atraerme hacia él por algún pasaje específico de dirección unívoca. Mirá, no te voy a mentir, me he sentido tentado varias veces en mandarlo a cagar y que se arregle sin mí, que se busque otro para darle discursos sobre la mejor manera de llegar a conocernos. Bastante ya tengo con el pasado que se esconde y se burla de mis derrotas como para tener que aguantar un manual de instrucciones de algo que ni siquiera existe.
      En cambio, acá nomás, a la vuelta de esta hoja, estamos mi presente y yo. No te voy a decir que nos llevamos maravillosamente bien pero hasta ahora hemos logrado reconciliarnos después de cada uno de esos altercados inevitables llenos de reproches y maldiciones. Hay días en que caminamos separados y otros en los que nos juntamos y nos tomamos una copa juntos desdeñando a aquellos dos que siempre tienen algo para decir, que no pueden mantener sus bocas cerradas y desenvainar el silencio que corte las opiniones inútiles, los consejos relativos y las esperanzas falaces. Con mi presente nos reímos a carcajadas y cuando la noche empieza a acabarse nos miramos con los ojos brillosos sin que haga falta decir nada, escuchamos la música que siempre elige él y, al final del último acorde, nos saludamos amablemente o, como ha pasado otras veces, cada uno vuelve a su lugar bajando la cabeza y saliendo despacio sin tener adonde ir, pues invariablemente terminaremos bajo el mismo techo. Como verás, no somos gran cosa, no tenemos grandes planes y, aún peor, un montón de arrepentimientos, algunos huecos vacíos con olor a mujer y algunas cartas sin enviar que cada tanto nos sentamos a leer sólo para tentar a la mala suerte. Tal vez sería una buena idea juntarnos los cuatro algún día, vos y tu presente y yo y el mío, cocinar algo y sentarnos en el patio a mirar el cielo que hasta ayer era celeste de día y negro de noche y seguramente mañana también lo será, sin importar las nubes ni las tormentas, sin importar lo que hagamos o lo que hayamos hecho, sin que haya ninguna posibilidad de modificar el pasado o calcular el futuro. ¿Para qué tanta historia y tantas predicciones, tanto archivo y tanto horóscopo? Mejor mirar al cielo que es eterno y dejar caer la ropa y capturar los besos guardados en las flores de las tumbas y volar de boca en boca para que no se pudran entre los deseos reprimidos de ayer y la muerte segura de mañana.

RR


Foto: Hugo Grassi

martes, 21 de octubre de 2014

UNA DERROTA MÁS


      Ella no esperaba nada de mí, sólo el abandono, sólo ese último beso antes de pasar a ser un recuerdo, el silbido de un viento que revolviera la memoria y pasara su mano ligera por debajo de su falda. Y yo no quería dejarla, quería guardarla entre mis tesoros más preciados, lejos de los cristales rotos de las desgracias. Yo quería quererla porque sí, porque los ratos sin ella eran pequeñas eternidades incoloras, inodoras e insípidas. (¿De qué sirve la eternidad si los demás se nos mueren alrededor? ¿De qué sirve vivir para siempre recostados en un tiempo infinito que no puede ser otra cosa que una espera inútil por algo que quizás no suceda nunca?)
      Me esforcé sin necesidad y sin motivos, sin grandes esperanzas ni posibles recompensas. Busqué sentarme a su lado cuando paraba de correr por las calles huyendo de los amores que le pedían lo que sólo la muerte separa; le dí la mano en cada una de esas calles y dibujé soles detrás de las nubes que la sobrevolaban; y le cobijé las gotas de las lluvias para que bajaran tibias por sus mejillas disimulando las lágrimas de los dolores traicioneros que no olvidan ni perdonan. Me convertí en su enemigo necesario, en una razón concisa y precisa para no querer nada conmigo, algo que le permitiera excusarse de las respuestas amables y poder dejar salir sus espinas sin complejos. Y como no soy muy bueno para estas cosas, no hice nada de otro mundo, nada que no hubiera hecho cualquiera en mi situación, salté sobre ella sin pensarlo y extraje en cada pinchazo un perfume, y en las gotas de sangre que dejaba en cada salto guardaba algunas estúpidas esperanzas de lograr tal vez tocarla y sentir la piel de gallina que hacía caso omiso de sus ganas de permanecer intocable. Y en vez de huir buscando la supervivencia me adueñé del destino de su desprecio y su indiferencia personificando a un hombre enamorado que no encontraba consuelo más que en escribirle, en perseguirla por los espacios en blanco abandonados en hojas sin dueño, en atardeceres inexistentes, en recuerdos falsos robados de las conversaciones de otros.
      Y entonces, un día me acerqué y sin penas y sin glorias salté de mi órbita y me arrojé a su cielo como uno más entre todas las víctimas de las colisiones universales, como una más entre todas las estrellas que nadie conoce y que desaparecen sin que nadie se entere, como uno más entre todos los amores que aún no se encuentran y se pierden para siempre. Dispuesto a negar las probabilidades y las apuestas sostuve en la caída que si me tocaba perder, no perdería nada, quizás algunas horas de sueño o algunos días que pudieran convertirse en los peores de mi vida o, tal vez, un par de años que dinamitaran el resto que me quedara por vivir. Perdería la respiración agitada al verla, el nudo que rodeaba mi voz apenas escuchaba la suya, ese pequeño hueco en el pecho lleno de ecos de su nombre silenciado. Pero eso no era nada, eso no era perder, eso era ganar. Porque sólo se puede ganar en la derrota, sólo sería posible conquistarla cuando se fuera, cuando mi alma la capturara en su ausencia para no soltarla nunca más, cuando su mirada se fundiera en mis ojos entre lágrimas y maldiciones. Y vencí cuando pude despojarme del peso de su recuerdo arrojándolo al precipicio de la derrota definitiva. Vencí cuando pude derrocar la tiranía del amor burgués que le pone precios y recompensas a los sentimientos, que elabora complicadas ecuaciones con probabilidades y conveniencias. Vencí cuando finalmente morí a sus pies y renací entre las piernas de una mujer desconocida que me proponía una nueva derrota, un nuevo fracaso de todas las precauciones que, cuando se quiere, no sirven para nada.

RR


Foto: Andrea Alegre

miércoles, 15 de octubre de 2014

UNA ABSURDA SENSACIÓN


     Es lo que es y no lo que podría ser o lo que ha sido. Porque cuando te levantás de la cama solo el piso te sostiene, ni los sueños ni las probabilidades, sólo la tierra y su verdad de polvo que será polvo después de aquel nosotros a oscuras entre los susurros y la luz que se escurría por la persiana. Y pisás la calle y te topás con la realidad y las angustias; y caminás las veredas y te sentís afortunada por la sombra que te cubre en la plaza y te ofrece un banco para mirar con intriga las historias que desfilan delante de tus ojos brillosos que temen el vacío. No temas, no huyas, no ansíes la vida eterna y sin dolores y sin espinas. No le escapes a la muerte porque todos le pertenecemos y, al final, tratando de escondernos de ella nos terminamos escondiendo de la vida, de los amores que duran sólo unos días, de las manos ajadas de los pobres de este mundo que han sido entregados a la mentirosa bienaventuranza de los cielos por los miserables y los hipócritas que hacen y deshacen las desgracias. No le niegues el color de tus ojos a los que te rodean con su silencio, ellos también buscan el consuelo para sus dolores y sus penas, ellos ofrecen su alegría embarrada de soledades por un mendrugo de atención que les alimente el alma, que les aliviane el peso de sus pies abrasados por este infierno que sembramos entre todos.
      Y si te ha quedado algo, es preferible cuidarlo sin preguntas, sin intentar extraerle un jugo que se pudrirá apenas suelte su gusto dulce. Tal vez vos creas que nos separan los años o los vientos pero, en realidad, lo que nos separa es lo mismo que nos junta, un azar presuroso, el deseo de creernos invencibles por un momento, por ese efímero tiempo en que el orgasmo nos cubre de omnipotencia y nos mata y nos resucita dejándonos sin ganas de andar revolviendo entre los pensamientos buscando razones innecesarias. No hacen falta razones para querer a nadie. No hace falta que saques cuentas, que traces ejes cardinales y ejecutes complicadas ecuaciones para darte cuenta de que no existe ninguna otra cosa que lo que se amotina entre tus piernas, que lo que te llena el estómago de ansiedades, que lo que te empuja a subirte a una hamaca como una niña y pintar en el balanceo el cielo con una sonrisa de oreja a oreja, inexplicable e impune. Y si eso te parece poco y no te alcanza no serás culpable de nada ni habrá un juicio en tu contra. Volverás a los sueños y a los príncipes, al bien y al mal; bajarás la cuesta y se apagarán las luces de colores y sostendrás en las conversaciones venideras que si no fue, es porque no debió ser, que querer debería ser mucho más que ese miedo a perder la cabeza que ahora te carcome el pecho enviándote derechito a esa silla detrás de la ventana que da al mundo, al de los muertos de miedo con quienes suelo acompañarme para pasar mis noches, esperando que al día siguiente se me ocurra algo para escribir y, quizás, justificar esta absurda sensación de quererte.

RR


Foto: Flor del Irupé

miércoles, 8 de octubre de 2014

ENSAYO DE UNA CARTA SIN DESTINO


     Me di cuenta inmediatamente, soy un negador pero no un tonto. Se sentía ese olor a azufre, ese olor a diablo, a serpiente venenosa. Me andaba rondando acechante, esperando el momento justo, como cuando creo tener todo bajo control y me siento inmune y omnipotente, imposible de ser alcanzado. Andaba revoloteando como una nota de suicidio, como un sello que pondría final a la comedia de enredos y casualidades provocadas. Yo la dejaba andar, la miraba con recelo tratando de tomar distancia aunque aceptando que, tarde o temprano, no iba a ser posible huir, no iba a poder esconderme en falsas esperanzas o en la poesía del ocaso. Estaba seguro de que ni siquiera el personaje se salvaría. Cuando llegara, no iba a ser ni tarde ni temprano, iba a ser ella, escupida a la cara con violencia, como debe ser.
     Me miró a los ojos y me dijo: "¿adónde vas?, ¿de quién huís?" No supe qué contestarle porque, sinceramente, no lo sabía. Había emprendido una cacería y ahora me daba cuenta de que, en realidad, la presa era yo. Creía ser como el Curro, que iba tras sus pasos como un penitente pero, en verdad, estaba huyendo, estaba alejándome lo más posible de su influencia. Cada día vagaba a oscuras perdido en maniobras militares que me permitieran esquivar el bombardeo, caminando un campo minado que yo mismo había sembrado pasionalmente. Pero ella se acercó a mí como si nada, para ella era lo más natural del mundo, en cambio para mí, era… ya ni sé qué era. Me preguntó si la estaba esperando y no me animé a decirle ni que sí, ni que no. No existía ninguna posibilidad de no arruinar todo diciendo algo. ¿Para qué hablar cuando lo que yo quería de ella no eran sus palabras, no era esa articulación de vocales y consonantes que producían sonidos que en ese momento solo arrojarían aquel maravilloso silencio al exilio definitivo? Callé, y en mí se produjo el más inmenso de los estruendos.
     Solo me quedó asumir que la mierda me había tapado y que ahí estaba yo, sin saber quién era ella en realidad, qué era lo que buscaba y, lo peor de todo, quién era yo. Cerré la boca y la acepté creyendo que tenía alguna otra posibilidad, que si quería aún podía seguir escondiéndome, recorriendo los pasillos de las borracheras, asomándome a las habitaciones oscuras en donde ella me aguardaba pero sin entrar en ninguna, burlándome de ella y desconociendo su implacable destino. Finalmente, se paró frente a mí y sin siquiera un prólogo me dijo:

     "No huyas, todo es falso: los hipócritas que acompañan el cortejo cuando ya es tarde; el amor sin castigos y sin dolores; los veranos perpetuos y los cielos despejados eternamente; la sonrisa de la máscara del payaso y los conejos blancos en la galera del mago; las respuestas que brotan mágicamente de las oficinas de los consejeros, de los consultorios de los psicólogos, de las mesas de los tarotistas fraudulentos.
No se encuentran las verdades en la política y mucho menos en los políticos. No hay razón para aferrarse a los llantos prematuros o a los tardíos. No es la patria, la vida ni el elemento; ni el sudor de la frente puede justificar el sufrimiento del pobre y desgraciado. No es el derecho de piso un derecho, ni la nobleza se encuentra en los títulos. No le hacen falta armas a los gendarmes de la libertad de consciencia. No existen propietarios de la tierra excepto los árboles y las flores.
Si Dios existiera, confiaría más en los ateos que en las religiones o en las sectas, en los grupos de fanáticos que proclaman una fe asesina, sorda y muda. Porque no es posible la confianza ciega, ni el amor incondicional, ni la amistad indiscriminada. Porque la sabiduría espera paciente en los errores y se oculta sabia en los aciertos y en el destino. Porque solo la vida nos salva de la muerte. Porque solo la muerte nos salva de la vida. Porque nadie se salva de caminar con el corazón roto por las calles de la indiferencia."


     Me andaba rondando la verdad, la de las patas largas, la de la luz eterna que ilumina las tinieblas del engaño que supuestamente ayuda a vivir. Y cuando se fue se llevó todo y tuve que empezar de nuevo porque el mundo había cambiado como cambia la tierra yerma cuando la tormenta cae y levanta las semillas y las hojas secas y lava las cabezas de aquellos como yo que ya no pueden vivir de amores extintos y marchitos en las horas pasadas, en los recuerdos inútiles, en los besos fantasmagóricos que acechan mentirosos y dictan poemas mortales y un millón de cartas de despedida que, como esta, nunca llegarán a destino.

RR



Foto: Hugo Grassi

viernes, 3 de octubre de 2014

ILUSIONES DE UN FALSO POETA


      
Que si era mucho o poco no lo íban a saber nunca, ni cuando se metieran las manos disimuladamente por debajo de las ropas, ni cuando se dieran el beso final al caer la tarde. Si, al fin y al cabo, ni ella lo había buscado a él, ni él a ella. Ni se morirían por no compartir la muerte, ni podrían vivir eternamente para contarlo. Entonces, lo poco era mucho y lo mucho, finalmente era nada. Porque todo terminaba siempre en una cama, en las zonas más húmedas de la geografía que rodeaba la memoria, con los sabuesos que perseguirían sus míseras seguridades para atraparlas y, sin juicio previo, dejarlas colgadas de una rama exponiéndose a la realidad de la distancia y las ansiedades.
      Tal vez por eso él decidió refugiarse en ese silencio de palabras con gusto a ella, a su voz pequeña y frágil escapándose del teléfono, viajando a los saltos de estrella en estrella para posarse sobre su oído con la suavidad de una pluma desmintiendo las cálculos y los resultados, las poesías y los versos. Y si se dejó llevar fue porque quiso, porque entre las horas detenidas pudriéndose en una alacena que guardaba los deseos de la mujer de su vida, él prefirió cocinar con los ingredientes que ella dejaba sobre la mesa antes de irse por la mañana. Preparar un tentempié para acompañar los ratos de su ausencia, los de la imaginación abrigando los sentidos. Esos momentos a solas en donde se dedicaba a crear una laguna para que volaran sus patos -los de ella- llevándose sus dolores al fondo oscuro del sueño.
      Y ella se entredormía contenta creyéndolo un poeta, un arriero de palabras salvajes que se montaba a su recuerdo para juntarlas en una hoja para ella. Ahora bien, haciendo honor a la verdad, él no era ese jinete ilustrado. Él sólo acompañaba la manada, quedando casi siempre avergonzado y en evidencia ante la incapacidad que agenciaba por no llegar a destino nunca, por perderse siempre en esos mapas claros y concisos del olvido de las mujeres que pasan y se llevan todo. Sin embargo, él le seguía la corriente para no contradecirla y se apropiaba, sin que ella lo percibiera, de la prosa ajena, de los cafés franceses que visitaba Oliveira, de la huída oscura de Lavalle tratando de salvar su cabeza, del destino de Morel en una isla desierta rodeado de gente que no lo ve.
      Gente como ellos, invisibles para el resto del mundo que no es capaz de participar de este juego de tira y afloje, de seducción y despecho. Pero que es el mismo mundo que los junta ahora frente al mar a mirar como han pasado los años, como lo que ayer no pudo ser, hoy quién sabe; como este hoy que ya se está yendo los encuentra jugando a las escondidas juntos. De a ratos escondiéndose de los dolores y las penas. De a ratos besándose como dos chicos que recién se conocen en la puerta de un edificio de un pueblo cualquiera.

 

RR


Foto: Guillermina Raggio

DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...