miércoles, 8 de octubre de 2014

ENSAYO DE UNA CARTA SIN DESTINO


     Me di cuenta inmediatamente, soy un negador pero no un tonto. Se sentía ese olor a azufre, ese olor a diablo, a serpiente venenosa. Me andaba rondando acechante, esperando el momento justo, como cuando creo tener todo bajo control y me siento inmune y omnipotente, imposible de ser alcanzado. Andaba revoloteando como una nota de suicidio, como un sello que pondría final a la comedia de enredos y casualidades provocadas. Yo la dejaba andar, la miraba con recelo tratando de tomar distancia aunque aceptando que, tarde o temprano, no iba a ser posible huir, no iba a poder esconderme en falsas esperanzas o en la poesía del ocaso. Estaba seguro de que ni siquiera el personaje se salvaría. Cuando llegara, no iba a ser ni tarde ni temprano, iba a ser ella, escupida a la cara con violencia, como debe ser.
     Me miró a los ojos y me dijo: "¿adónde vas?, ¿de quién huís?" No supe qué contestarle porque, sinceramente, no lo sabía. Había emprendido una cacería y ahora me daba cuenta de que, en realidad, la presa era yo. Creía ser como el Curro, que iba tras sus pasos como un penitente pero, en verdad, estaba huyendo, estaba alejándome lo más posible de su influencia. Cada día vagaba a oscuras perdido en maniobras militares que me permitieran esquivar el bombardeo, caminando un campo minado que yo mismo había sembrado pasionalmente. Pero ella se acercó a mí como si nada, para ella era lo más natural del mundo, en cambio para mí, era… ya ni sé qué era. Me preguntó si la estaba esperando y no me animé a decirle ni que sí, ni que no. No existía ninguna posibilidad de no arruinar todo diciendo algo. ¿Para qué hablar cuando lo que yo quería de ella no eran sus palabras, no era esa articulación de vocales y consonantes que producían sonidos que en ese momento solo arrojarían aquel maravilloso silencio al exilio definitivo? Callé, y en mí se produjo el más inmenso de los estruendos.
     Solo me quedó asumir que la mierda me había tapado y que ahí estaba yo, sin saber quién era ella en realidad, qué era lo que buscaba y, lo peor de todo, quién era yo. Cerré la boca y la acepté creyendo que tenía alguna otra posibilidad, que si quería aún podía seguir escondiéndome, recorriendo los pasillos de las borracheras, asomándome a las habitaciones oscuras en donde ella me aguardaba pero sin entrar en ninguna, burlándome de ella y desconociendo su implacable destino. Finalmente, se paró frente a mí y sin siquiera un prólogo me dijo:

     "No huyas, todo es falso: los hipócritas que acompañan el cortejo cuando ya es tarde; el amor sin castigos y sin dolores; los veranos perpetuos y los cielos despejados eternamente; la sonrisa de la máscara del payaso y los conejos blancos en la galera del mago; las respuestas que brotan mágicamente de las oficinas de los consejeros, de los consultorios de los psicólogos, de las mesas de los tarotistas fraudulentos.
No se encuentran las verdades en la política y mucho menos en los políticos. No hay razón para aferrarse a los llantos prematuros o a los tardíos. No es la patria, la vida ni el elemento; ni el sudor de la frente puede justificar el sufrimiento del pobre y desgraciado. No es el derecho de piso un derecho, ni la nobleza se encuentra en los títulos. No le hacen falta armas a los gendarmes de la libertad de consciencia. No existen propietarios de la tierra excepto los árboles y las flores.
Si Dios existiera, confiaría más en los ateos que en las religiones o en las sectas, en los grupos de fanáticos que proclaman una fe asesina, sorda y muda. Porque no es posible la confianza ciega, ni el amor incondicional, ni la amistad indiscriminada. Porque la sabiduría espera paciente en los errores y se oculta sabia en los aciertos y en el destino. Porque solo la vida nos salva de la muerte. Porque solo la muerte nos salva de la vida. Porque nadie se salva de caminar con el corazón roto por las calles de la indiferencia."


     Me andaba rondando la verdad, la de las patas largas, la de la luz eterna que ilumina las tinieblas del engaño que supuestamente ayuda a vivir. Y cuando se fue se llevó todo y tuve que empezar de nuevo porque el mundo había cambiado como cambia la tierra yerma cuando la tormenta cae y levanta las semillas y las hojas secas y lava las cabezas de aquellos como yo que ya no pueden vivir de amores extintos y marchitos en las horas pasadas, en los recuerdos inútiles, en los besos fantasmagóricos que acechan mentirosos y dictan poemas mortales y un millón de cartas de despedida que, como esta, nunca llegarán a destino.

RR



Foto: Hugo Grassi

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