Debe ser porque todavía hoy me gusta sentarme a escuchar música como si fuese música, como si el tiempo estuviese hecho únicamente para eso. ¿Adónde iría a para el tiempo sino? ¿Adónde irían a para las horas que perdemos tratando de ganar tiempo? ¿Adónde fueron a parar los besos que guardamos para más adelante? Y ahora que más adelante ya se fue y ya no tengo aquella ternura que brillaba en tus labios, ni las melodías que bailaban a tu lado en la penumbra de mi sala que hoy amaneció solitaria, me siento una vez más a escuchar, a tratar de rescatar los buenos tiempos que aún perduran entre soledades desoladas y las horas que se queman lentamente al amparo del fraseo de los hombres sabios; a sentir ese aroma a palabras frescas que comienza a poblar el ambiente. Y me dieron ganas de escribirte, de soltar las palabras mensajeras que siempre esperan pacientes en su cajita a que las libere, a que pierda la vergüenza y asuma erróneamente tu silencio como un grito que me llama para amontonarlas sin demasiada gracia en una hoja virgen junto con la esperanza de que un poco de aquel aroma se escape por la ventana y llegue hasta tu cama esta noche cuando el silencio te hunda en el sueño. Dejame, yo sé que no es así, que todo es producto de mis delirios y que nunca me has llamado; yo sé que ya te has ido y que ni siquiera lo has hecho huyendo de mí, que probablemente pases cada día por mi lado y no me de cuenta porque… bueno, tu recuerdo ya no posee ni el olor ni el gusto a mujer de mi vida que a mí me gustaba tanto y que se ha perdido entre otoños y primaveras. Dejame que te escriba aunque sea que el reflejo que olvidaste en el espejo del baño me ha servido en esos oscuros días de lluvia que empapan el ánimo para iluminar esta fantasía de poeta exiliado que huye de sus propios versos para sobrevivir. Dejame… Si, al fin y al cabo, lo más probable es que ese aroma se pierda entre tantos que vuelan desde miles de ventanas como la mía que, aunque da al mar, me lo oculta sabiamente detrás de los edificios que me rodean para que siga yendo hacia él, para que siga yendo hacia vos con la insistencia del enamorado ciego que jamás aceptará su infortunio, que por más que llueva y llueva, nunca resignará esta música y estos besos.
RR
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