miércoles, 15 de octubre de 2014

UNA ABSURDA SENSACIÓN


     Es lo que es y no lo que podría ser o lo que ha sido. Porque cuando te levantás de la cama solo el piso te sostiene, ni los sueños ni las probabilidades, sólo la tierra y su verdad de polvo que será polvo después de aquel nosotros a oscuras entre los susurros y la luz que se escurría por la persiana. Y pisás la calle y te topás con la realidad y las angustias; y caminás las veredas y te sentís afortunada por la sombra que te cubre en la plaza y te ofrece un banco para mirar con intriga las historias que desfilan delante de tus ojos brillosos que temen el vacío. No temas, no huyas, no ansíes la vida eterna y sin dolores y sin espinas. No le escapes a la muerte porque todos le pertenecemos y, al final, tratando de escondernos de ella nos terminamos escondiendo de la vida, de los amores que duran sólo unos días, de las manos ajadas de los pobres de este mundo que han sido entregados a la mentirosa bienaventuranza de los cielos por los miserables y los hipócritas que hacen y deshacen las desgracias. No le niegues el color de tus ojos a los que te rodean con su silencio, ellos también buscan el consuelo para sus dolores y sus penas, ellos ofrecen su alegría embarrada de soledades por un mendrugo de atención que les alimente el alma, que les aliviane el peso de sus pies abrasados por este infierno que sembramos entre todos.
      Y si te ha quedado algo, es preferible cuidarlo sin preguntas, sin intentar extraerle un jugo que se pudrirá apenas suelte su gusto dulce. Tal vez vos creas que nos separan los años o los vientos pero, en realidad, lo que nos separa es lo mismo que nos junta, un azar presuroso, el deseo de creernos invencibles por un momento, por ese efímero tiempo en que el orgasmo nos cubre de omnipotencia y nos mata y nos resucita dejándonos sin ganas de andar revolviendo entre los pensamientos buscando razones innecesarias. No hacen falta razones para querer a nadie. No hace falta que saques cuentas, que traces ejes cardinales y ejecutes complicadas ecuaciones para darte cuenta de que no existe ninguna otra cosa que lo que se amotina entre tus piernas, que lo que te llena el estómago de ansiedades, que lo que te empuja a subirte a una hamaca como una niña y pintar en el balanceo el cielo con una sonrisa de oreja a oreja, inexplicable e impune. Y si eso te parece poco y no te alcanza no serás culpable de nada ni habrá un juicio en tu contra. Volverás a los sueños y a los príncipes, al bien y al mal; bajarás la cuesta y se apagarán las luces de colores y sostendrás en las conversaciones venideras que si no fue, es porque no debió ser, que querer debería ser mucho más que ese miedo a perder la cabeza que ahora te carcome el pecho enviándote derechito a esa silla detrás de la ventana que da al mundo, al de los muertos de miedo con quienes suelo acompañarme para pasar mis noches, esperando que al día siguiente se me ocurra algo para escribir y, quizás, justificar esta absurda sensación de quererte.

RR


Foto: Flor del Irupé

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