Es lo que es y no lo que podría ser o
lo que ha sido. Porque cuando te levantás de la cama solo el piso te
sostiene, ni los sueños ni las probabilidades, sólo la tierra y su
verdad de polvo que será polvo después de aquel nosotros a oscuras entre
los susurros y la luz que se escurría por la persiana. Y pisás la calle
y te topás con la realidad y las angustias; y caminás las veredas y te
sentís afortunada por la sombra que te cubre en la plaza y te ofrece
un banco para mirar con intriga las historias que desfilan delante de
tus ojos brillosos que temen el vacío. No temas, no huyas, no ansíes la
vida eterna y sin dolores y sin espinas. No le escapes a la muerte
porque todos le pertenecemos y, al final, tratando de escondernos de
ella nos terminamos escondiendo de la vida, de los amores que duran sólo
unos días, de las manos ajadas de los pobres de este mundo que han sido
entregados a la mentirosa bienaventuranza de los cielos por los
miserables y los hipócritas que hacen y deshacen las desgracias. No le
niegues el color de tus ojos a los que te rodean con su silencio, ellos
también buscan el consuelo para sus dolores y sus penas, ellos ofrecen
su alegría embarrada de soledades por un mendrugo de atención que les
alimente el alma, que les aliviane el peso de sus pies abrasados por
este infierno que sembramos entre todos.
Y si te ha quedado algo, es
preferible cuidarlo sin preguntas, sin intentar extraerle un jugo que
se pudrirá apenas suelte su gusto dulce. Tal vez vos creas que nos
separan los años o los vientos pero, en realidad, lo que nos separa es
lo mismo que nos junta, un azar presuroso, el deseo de creernos
invencibles por un momento, por ese efímero tiempo en que el orgasmo nos
cubre de omnipotencia y nos mata y nos resucita dejándonos sin ganas de
andar revolviendo entre los pensamientos buscando razones innecesarias.
No hacen falta razones para querer a nadie. No hace falta que saques
cuentas, que traces ejes cardinales y ejecutes complicadas ecuaciones para
darte cuenta de que no existe ninguna otra cosa que lo que se amotina
entre tus piernas, que lo que te llena el estómago de ansiedades, que lo
que te empuja a subirte a una hamaca como una niña y pintar en el
balanceo el cielo con una sonrisa de oreja a oreja, inexplicable e
impune. Y si eso te parece poco y no te alcanza no serás culpable de
nada ni habrá un juicio en tu contra. Volverás a los sueños y a los
príncipes, al bien y al mal; bajarás la cuesta y se apagarán las luces
de colores y sostendrás en las conversaciones venideras que si no fue,
es porque no debió ser, que querer debería ser mucho más que ese miedo a
perder la cabeza que ahora te carcome el pecho enviándote derechito a
esa silla detrás de la ventana que da al mundo, al de los muertos de miedo
con quienes suelo acompañarme para pasar mis noches, esperando que al
día siguiente se me ocurra algo para escribir y, quizás, justificar esta
absurda sensación de quererte.
RR
Foto: Flor del Irupé
No hay comentarios:
Publicar un comentario