Y eso que ves ahí es mi pasado, no lo guardo pero él insiste en quedarse. Se ha acomodado en un rincón de la memoria y cada tanto tiene la desfachatez de hacerme comentarios y reproches. Cómo si sirviera de algo, cómo si fuese posible sentarnos a discutir en igualdad de condiciones. Claro, así cualquiera... Si yo pudiese alcanzarlo a él como él puede alcanzarme a mí podríamos tener una discusión seria y con argumentos, con la posibilidad hasta de pedirnos disculpas llegado el caso. Pero él es inalcanzable y necio, pocas veces amistoso y las más de las veces, un acérrimo enemigo.
Más allá está mi futuro. Como cualquiera tiene sus días, algunas veces claros y luminosos, y otras oscuros y tormentosos. Yo sólo lo saludo amablemente pero sin darle demasiada importancia, al fin y al cabo, es probable que no nos conozcamos nunca, que jamás lleguemos a darnos la mano o dirigirnos la palabra. Creo que en ocasiones me hace algunas señas como llamándome, como si buscara atraerme hacia él por algún pasaje específico de dirección unívoca. Mirá, no te voy a mentir, me he sentido tentado varias veces en mandarlo a cagar y que se arregle sin mí, que se busque otro para darle discursos sobre la mejor manera de llegar a conocernos. Bastante ya tengo con el pasado que se esconde y se burla de mis derrotas como para tener que aguantar un manual de instrucciones de algo que ni siquiera existe.
En cambio, acá nomás, a la vuelta de esta hoja, estamos mi presente y yo. No te voy a decir que nos llevamos maravillosamente bien pero hasta ahora hemos logrado reconciliarnos después de cada uno de esos altercados inevitables llenos de reproches y maldiciones. Hay días en que caminamos separados y otros en los que nos juntamos y nos tomamos una copa juntos desdeñando a aquellos dos que siempre tienen algo para decir, que no pueden mantener sus bocas cerradas y desenvainar el silencio que corte las opiniones inútiles, los consejos relativos y las esperanzas falaces. Con mi presente nos reímos a carcajadas y cuando la noche empieza a acabarse nos miramos con los ojos brillosos sin que haga falta decir nada, escuchamos la música que siempre elige él y, al final del último acorde, nos saludamos amablemente o, como ha pasado otras veces, cada uno vuelve a su lugar bajando la cabeza y saliendo despacio sin tener adonde ir, pues invariablemente terminaremos bajo el mismo techo. Como verás, no somos gran cosa, no tenemos grandes planes y, aún peor, un montón de arrepentimientos, algunos huecos vacíos con olor a mujer y algunas cartas sin enviar que cada tanto nos sentamos a leer sólo para tentar a la mala suerte. Tal vez sería una buena idea juntarnos los cuatro algún día, vos y tu presente y yo y el mío, cocinar algo y sentarnos en el patio a mirar el cielo que hasta ayer era celeste de día y negro de noche y seguramente mañana también lo será, sin importar las nubes ni las tormentas, sin importar lo que hagamos o lo que hayamos hecho, sin que haya ninguna posibilidad de modificar el pasado o calcular el futuro. ¿Para qué tanta historia y tantas predicciones, tanto archivo y tanto horóscopo? Mejor mirar al cielo que es eterno y dejar caer la ropa y capturar los besos guardados en las flores de las tumbas y volar de boca en boca para que no se pudran entre los deseos reprimidos de ayer y la muerte segura de mañana.
RR
Foto: Hugo Grassi
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