Tal vez porque te quiero de antes de quererte es que te suelto la mano y me vuelvo a abrazar a mi pálido destino. Porque los acordes de esta melodía no son ninguna novedad para mí y ya forman parte de la música que me acompaña en el recorrido por este laberinto que transito perdido.
Tal vez porque ya no espero nada de nadie, y menos de mí mismo, sólo la neblina de palabras que me rodea de vez en cuando para armar este juego de cartas para los amigos y los amores, para los valientes desahuciados que insisten en lanzarse al vacío y querer como si no supieran el final.
O quizás porque no alcanzan los recuerdos del agua fresca bajo los eucaliptos a la salida de un pueblo perdido en el campo o la mirada constante de unos ojos claros en el recuerdo, sino que hacen falta también la risa de la medianoche que transpira en una cama y hasta la angustia sabia que reconcilia los amores.
Si es porque hubo razones o circunstancias, ventajas y desventajas, oportunidades inoportunas, nadie lo sabe. Pero no será porque no debimos o no pudimos o no quisimos, será porque decidimos tachar lo escrito antes de hacer de esto una novela y hacer un bollo con la hoja y arrojarlo al fuego, y con eso salvar a aquellos niños que se miraban con intriga de futuro. Porque las cosas nunca son lo que pueden, lo que deben o lo que quieren; las cosas, querida, son como son y, en el final de la historia, nunca va a quedar ni más ni menos que lo que hubo.
Y el viento seguirá soplando.
RR
Foto: Guillermina Raggio
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