miércoles, 5 de noviembre de 2014

EL MÁS IMPORTANTE DE LOS MUNDOS


a Pablo

      No, no creas que estoy huyendo de vos: ni de vos ni de nadie. No es menester vivir huyendo sino buscando (o quizás solo sea menester vivir). Me voy, así nomás, con lo puesto, como se fue aquel verano hacia el otoño. Me voy a vivir al más importante de los mundos, al de las palabras que subyacen, al de los ríos que forman los cauces sin importarles las intenciones o los planes, el pasado o el futuro. Me voy hacia la orilla de ese río a zambullirme desnudo y sin temores y empaparme de aquellos amores que me desesperaron, de aquellas muertes que llenaron los cajones de fotos viejas con sonrisas y muecas de un tiempo ido. No creas que estoy tratando de alejarme de vos, eso ya no es posible. Te cuento: una noche, sin que vos lo supieras, me acerqué al borde de tu cama y besé tu boca dormida para llevar tus sueños conmigo adonde sea que vaya, hasta donde mi cuerpo abandonara finalmente la vida. 

     Me voy dejando las ventanas abiertas de par en par, dejando esos versos que te escribí durante años sobre la mesa del patio para que el viento se los apropie, para que los lleve y los reparta sabiamente. Quién sabe, tal vez uno de esos días inesperados una brisa te sorprenda arrimándote un papel amarillento a los pies y reconozcas la letra, y la memoria le gane al olvido y recuerdes el remitente; y encuentres entre las palabras desteñidas los reflejos de un amor que creíste muerto pero que, sin embargo, nunca murió, solo se subió a esa hoja y voló por otras noches y otras bocas, y acarició otros ojos y se nutrió de otros sexos. Nunca me iría para olvidarte, nunca trataría de hundir ese barco con tu nombre al que tuve que soltarle las amarras y dejarlo ir con mi corazón clavado con un cuchillo en la proa. Y mientras busco otro barco al que montarme, tendré que madurar en la tierra seca del abandono otro corazón para no morirme, para poder responder a las propuestas de otras miradas y otras piernas, para saludar con una sonrisa los llamados que provienen de los mares misteriosos de la esperanza.
      No, no estoy huyendo. No estoy tratado de borrar ni una sola de las cicatrices cerradas con la dolorosa costura de tu recuerdo, ni de renegar de ninguna de las palabras que en tu nombre arrojé sobre el cuerpo frío de tu ausencia, ni de regalar ni uno de los trazos del lápiz que dibujó tus ojos cada noche en una servilleta de algún bar perdido en los arrabales del destino donde me senté a preguntarle a Dios lo que no tiene respuesta. No, amor mío, no es posible irse de lo que uno ama, no es posible cortarse el alma y abandonarla o cambiarla por otra, vacía de las desesperanzas que la alimentan, de los aromas de las sábanas bien usadas, del alcohol que la emborrachó para liberarla de ese terror de salir herida de una batalla casi siempre perdida de antemano, pero a la que no queda otra que lanzarse si uno quiere declarar que ha vivido. ¿De qué me serviría huir de vos si seguramente volverás a mí en cada carta para la mujer de mi vida, en cada estación donde me toque despedirme descorazonado y en silencio, en cada dibujo que arroje atormentado a la basura?
      Me voy hacia ese mundo, imprescindible, mágico como la nota justa con los ojos cerrados; el mundo de las manos que transpiran al rozar tu pechos imaginados en la intimidad. Me voy hacia esa vida que transcurre entre pormenores y miserias, que se esconde en los sótanos oscuros donde todo se encuentra a disposición del cliente y no hay precios ni libros de quejas, donde uno debe servirse de lo que gusta, donde siempre hay que dejar un poco de uno para obtener un poco del otro y de donde muchas veces solo queda marcharse con las manos vacías.

RR


Foto: Pablo Silicz

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