Supongo que a veces no se puede, que a
veces no alcanzan las buenas intenciones, que los campos de margaritas
se vuelven campos de batalla donde el orgullo y la estupidez disparan
sus municiones venenosas. Supongo que hay que aceptar que los corazones
son solo órganos bombeando sangre por unas venas que parecen hervir pero
que solo se entibian un poco miserablemente cuando las cosas no salen
como esperamos, cuando nos ganan de mano o cuando la cobardía
asume el control desplazando a una falsa valentía imposible de
encontrar en momentos como este en los que verdaderamente hace falta. Y
digo supongo porque de verdad no lo sé, porque yo estoy de este lado de
la hoja y vos de ese, porque, al final, lo único que tenemos para darnos
son corazoncitos de colores y silencios en blanco y negro. Ni siquiera
han quedado reclamos disponibles en los márgenes del recuerdo, aunque
sea algún rencor olvidado entre aquellos deseos de desvestirnos camino a
la cama que se frustraban en cada intento por esquivarle a la realidad
de lo imposible. Será que nacimos de esa imposibilidad, nacimos y
morimos en ella, la sacamos a pasear entre frases rimbombantes y excusas
premeditadas. Nos atamos de la soga del pasado que solo sirve para
ahorcarse, nunca para cruzar el hondo precipicio de lo imposible. Lo
imposible… Y debe ser eso lo que nos salva ahora de tener que hacer las
cuentas y buscarle el título a esta despedida que tiene de todo menos el
adiós final. ¿Quién se animaría a firmar la sentencia de su propio
olvido?
Y, a decir verdad, hasta pronto me suena a mucho porque ese
pronto esconde un cinismo encubierto, el de saber que cuando ese pronto
finalmente llegue vos ya estarás hablando de lobos marinos y yo habré
partido hacia aquel exilio a donde siempre vuelvo en blanco y negro.
Mejor no decir nada, mantener cierta compostura para que no parezca que
duele, acá, ¿ves?, acá, a continuación de este te quiero que pienso
tachar con violencia apenas termine de escribir esto, censurarlo por
respeto a un instinto de supervivencia que nunca alcanza para no
morirse.
Vamos, no me llores, no me refriegues tus lágrimas sobre las mías, no me escribas recetas para vivir mejor porque no las hay, porque hay que asumir la derrota y morirse como corresponde, con miedo, con dolor, con la angustia y la desazón propia de la desilusión. No me vengas con ese “mejor así”. Mejor así, no; mejor así, nada. Mejor sería poder caerme de esta realidad y tomarte de la cintura o de las orejas y besarte la boca y los pechos hasta borrarte el último de los dolores que se amotinan en tu cabeza y en tu vientre cuando te toca enfrentarte con el temor a la soledad. Mejor sería poder hacer de cuenta que lo imposible no es inevitable, que querer es poder y que tal vez debería hacerle caso a esa bomba maldita que nunca duerme y que me tiene acá, de este lado de la hoja, dibujando corazoncitos de colores.
Vamos, no me llores, no me refriegues tus lágrimas sobre las mías, no me escribas recetas para vivir mejor porque no las hay, porque hay que asumir la derrota y morirse como corresponde, con miedo, con dolor, con la angustia y la desazón propia de la desilusión. No me vengas con ese “mejor así”. Mejor así, no; mejor así, nada. Mejor sería poder caerme de esta realidad y tomarte de la cintura o de las orejas y besarte la boca y los pechos hasta borrarte el último de los dolores que se amotinan en tu cabeza y en tu vientre cuando te toca enfrentarte con el temor a la soledad. Mejor sería poder hacer de cuenta que lo imposible no es inevitable, que querer es poder y que tal vez debería hacerle caso a esa bomba maldita que nunca duerme y que me tiene acá, de este lado de la hoja, dibujando corazoncitos de colores.
RR
Foto: Pablo Silicz
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