jueves, 6 de noviembre de 2014

CENTAUROS Y ESCORPIONES


      Y esto que queda a esta hora es una mierda, una reverenda mierda. Es este olor nauseabundo de las esperanzas rotas, de la fe imposible hasta para la fe. Lo que queda es ir a un bar mugriento y pedir un vaso del peor vino y brindar solo frente al espejo que solo puede reflejar soledad y asqueo y cansancio y unas ganas tremendas de volver corriendo y decirle te quiero, no me importa si es de noche y es tarde, si tengo olor a vino berreta y me olvidé de agarrar el vuelto de arriba de la barra de ese bar de donde me echaron a patadas.
      Pero, volver... ¿para qué?¿Para que me diga que lo nuestro es demasiado poco o demasiado mucho? ¿Para que me pucheree en la cara y suelte esas lágrimas malditas que no me dejan ir de una vez por todas al infierno? ¿Para qué? No debo... No puedo... No quiero...
      Pero la quiero, con la sangre hirviéndome en todos los rincones de este espacio oscuro donde tengo que aguantar esta locura de quererla. La quiero denodadamente y sin apoyo de nadie, sin necesidad siquiera de presentar comprobantes o declaraciones juradas que certifiquen que la quiero. Y es esta mierda de sentirme así lo que me refriega en la cara que, aunque proclame mi independencia a los gritos en la calle o desde la mesa del fondo, estoy atado a su existencia como el árbol a sus raíces. Y por eso la busco y la dejo, le escribo y tiro la hoja al fuego y me quemo los dedos tratando de rescatarla de las llamas para pedirle perdón y abrazarla como sea, en donde sea. Recurro a cualquier artificio para llamar su atención, planeo encuentros premeditadamente casuales para rozar su ropa y volver a casa a contagiarme de su aroma antes de que desaparezca, antes de que se pierda con el aire del mar que sala la herida de quererla de lejos, a quién sabe cuantos pasos del borde de su cama. Y no es que no lo sepa, no es que nunca los haya contado. Sé perfectamente que para llegar hasta su lado debo recorrer la distancia infinita de lo inalcanzable, del horizonte, del amor sin recompensas ni reclamos. Es que desde este bar a su puerta hay solo unos metros y de su puerta a su boca hay un universo, vacío como las botellas abandonadas que me rodean en la penumbra; un universo vacío que nunca sabría cómo llenar, una constelación dibujada en ese espacio de dientes que abre su sonrisa cuando recibe otra de mis cartas anónimas perfectamente calcadas de este amor que me inventé para sobrevivir a la realidad de ese espejo que no para de mirarme fijamente cada noche mientras le escribo y me provoca para que olvide de una vez por todas su calle y su número.
      Ya debe estar dormida, seguro ya la habrán soltado los brazos de esta noche para quedar a solas con el arrullo lejano de las primeras palabras que saltan a la hoja para arroparla, para cobijarla del frío de la despedida apresurada de alguien sin nombre que abandonó su lado antes de la madrugada, de la mañana solitaria que desayuna cada día junto a ella a las ocho en punto. A la misma hora en que yo cierro los ojos cansado, imaginando el sobre en sus manos que abre sus solapas un poco chamuscadas y le suelta historias de encuentros anhelados y amores que sobrevuelan misteriosos los sueños de los alquimistas fracasados de la poesía. Y cuando finalmente me doy por vencido, aparece su sonrisa dibujando centauros y escorpiones.

RR


Foto: Andrea Alegre

No hay comentarios:

DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...