Sí, soy yo. Y este es mi nombre y
estas son mis coordenadas; y estas son mis piernas y estas son mis
manos y mis tripas; y esta es mi boca con el sabor amargo de unos labios
que no han dejado más que dulzura en mis días.
Sí, yo, el de la falsa
alegría y las miserias verdaderas, el de las prioridades equivocadas, el
de los mandamientos rotos, el que ensaya resurrecciones al alba después
de morir cada noche por una causa perdida sobre una hoja plagada de
ansiedades. Y más allá están las mujeres de mi vida, cada una dándole
la espalda a mi futuro. Y por ahí andan también los amigos que me
consolaron y que sabiamente ya se han ido.
Soy yo, y así como me ves, mi nombre figura en las listas de los menos buscados, de los vasos medios vacíos, de las palabras borradas de los diccionarios. Mi nombre solo permanece en la memoria de esos seres adustos y grises que todos ignoran, a la sombra de los arbustos más espinosos de un desierto desconocido nacido de los delirios de un poeta desterrado. Mi nombre no figura ni en los planes ni en los recuerdos de nadie; y mis recuerdos no lograrán escribir jamás memoria alguna. Porque mi nombre ha pasado indiferente por las sábanas bordadas con las iniciales de otros. Porque mi nombre aún espera en el epitafio de otro que se niega a morir. Porque mi nombre todavía sigue esperando a que se marchite mi cobardía y arroje al fuego los restos de una flor sin pétalos.
Pero ahí, en una calle oscura y mugrienta, escondido detrás de la vergüenza del fracaso, mi nombre sobrevive digno renegando de la posibilidad de olvidar el tuyo. Y, a pesar de todo, con esa inútil dignidad de pobre, insiste en buscarlo en esas noches en donde las estrellas se escapan aterrorizadas cuando la luna llena te convierte en una loba herida y furiosa; y no lo abandona en la retirada triste del vencido, en el dolor venenoso del traicionado, en la angustia de la risa fingida frente a un amor imposible. No, mi nombre nunca te abandonará en el pozo ciego que traga hambriento los arrepentimientos tardíos. Mi nombre aparecerá un día cualquiera en tu casa vacía, y frente a tus ojos llorosos que miran tus manos sosteniendo una carta como esta la firmará gustoso. Para nunca más abandonarte.
Soy yo, y así como me ves, mi nombre figura en las listas de los menos buscados, de los vasos medios vacíos, de las palabras borradas de los diccionarios. Mi nombre solo permanece en la memoria de esos seres adustos y grises que todos ignoran, a la sombra de los arbustos más espinosos de un desierto desconocido nacido de los delirios de un poeta desterrado. Mi nombre no figura ni en los planes ni en los recuerdos de nadie; y mis recuerdos no lograrán escribir jamás memoria alguna. Porque mi nombre ha pasado indiferente por las sábanas bordadas con las iniciales de otros. Porque mi nombre aún espera en el epitafio de otro que se niega a morir. Porque mi nombre todavía sigue esperando a que se marchite mi cobardía y arroje al fuego los restos de una flor sin pétalos.
Pero ahí, en una calle oscura y mugrienta, escondido detrás de la vergüenza del fracaso, mi nombre sobrevive digno renegando de la posibilidad de olvidar el tuyo. Y, a pesar de todo, con esa inútil dignidad de pobre, insiste en buscarlo en esas noches en donde las estrellas se escapan aterrorizadas cuando la luna llena te convierte en una loba herida y furiosa; y no lo abandona en la retirada triste del vencido, en el dolor venenoso del traicionado, en la angustia de la risa fingida frente a un amor imposible. No, mi nombre nunca te abandonará en el pozo ciego que traga hambriento los arrepentimientos tardíos. Mi nombre aparecerá un día cualquiera en tu casa vacía, y frente a tus ojos llorosos que miran tus manos sosteniendo una carta como esta la firmará gustoso. Para nunca más abandonarte.
RR
Foto: Flor del Irupé
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