Hasta que diga basta y me vaya. Me vaya lejos, abandonando todas aquellas promesas imposibles de cumplir. Me vaya y dejé tirado a ese maldito ególatra que te seguiría queriendo hasta la muerte. Porque vos sabés bien que es así, que él se quedaría a besarte hasta el silencio. Pero no está bien… No queda bien que uno ande dejando la dignidad en cualquier lado, aunque sea dentro de tu mano calentita que me agarra cuando me enojo por no poder soltarla. Soltarte, arrojar los últimos centímetros de esa mirada de ensueño que me hace dormir en los laureles de sentirme enormemente afortunado. Y no quiero sentirme afortunado, no quiero sentir la fortuna del tonto que mira pedante a la muerte sin recordar que nadie puede escaparle a la tierra que lo traga todo. No, que la fortuna se olvide de mí para siempre y me deje solo frente a la imposible tarea de olvidarte; no quiero la fortuna de caer por casualidad en tu cama, quiero resistirme hasta el final a tu olor de hembra caliente, quiero ser verde el cero, la doble tachada eternamente, el caballo que se manca apenas sale de la gatera. Solo quiero quererte y sentir que si no te quiero no me voy a morir, no me voy a lanzar por la ventana para caer en una hoja como esta llena de frases dramáticas y desesperadas como en una de esas cartas de amor penosas y cursis que, algunos que yo sé, escriben quién sabe para qué. Quiero quererte y poder tomarte de la cintura y besarte o no, desvestirte o no, hablarte o no; una especie de amor en permanente suspenso que nos mantenga de la mano caminando, y de repente separarnos en una plaza y que cada uno tome una dirección diferente y entonces las ganas nos lleven a encontrarnos en la mesa de algún bar oscuro a mirarnos desinteresadamente y bajar la mirada sobre algún libro que ya no podremos leer porque la pobre cabeza, que escucha todas las voces, fue derrocada por un corazón despótico que toma el mando empuñando las peores armas, las más miserables excusas, y busca a las apuradas algún estratagema para rozarnos la vida con la desesperación de comernos los dientes, con las ansias de volcar todo en una cama, con el alma lista para brindar por una noche que podría ser la última. No, yo no busco morirme de amor condenado a un ostracismo auto impuesto en una cueva que apesta de olor a pasado rancio para no tener que lidiar con los árboles secos en plena primavera, con los mares helados en pleno verano, con la vida suspendida en el último minuto de la conciencia antes de renunciar una vez más a olvidarte. Yo busco saltar de esta calesita y salir corriendo y encontrar alguien que me imponga límites, que me diga "hasta acá, ¿sabés?", para de esa manera no quererte como te quiero. A vos que te quiero hasta donde ya no me alcanzan ni la gramática ni los estilos ni esta puta sensación de quererte con la absurda convicción de Ulises, con la tierna locura de Don Quijote, con la absoluta carencia de una necesidad imperiosa de declararte ya mismo que te quiero. Y que, aún así, decido hacerlo.
RR
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