lunes, 10 de agosto de 2015

SALUD


     Si debiera ser justo con vos tendría que levantar mi vaso ahora a tu salud y terminar este culito de botella que ha permanecido intacto durante tantos días, tantos meses, tantos... Tantos que ¿para qué acordarse? Qué importa, ¿para qué llevar las cuentas de una perdición? Me alcanza con la noche y Edith Piaf que aroma el aire canturreando lo suyo, amalgamando la oscuridad que baja después del temporal. Pero tranquila, ya no es el tuyo, este es mucho más ameno y siempre con probabilidades de mejoramientos temporarios.
     Brindemos entonces por lo que nos queda aun, por el mar y por los vientos que nos llevaron de paseo una tarde de verano y que todavía perduran para otros como nosotros que esperarán el momento justo para besarse.
     Brindemos por lo indescifrable del amor, por que las cuentas sigan misteriosas e irresolubles para que nadie invente un día la fórmula para fabricar amores, para capturar las miradas que huyen dejando cuencas vacías y esteros de lágrimas, sin las cuales no existirían los poetas y los trovadores que nos gustan. Como ella, como esta sirena francesa que canta ahora desde su cielo que, al igual que este desde el que te escribo, nos pertenece a todos: a los pobres y los ricos, a los afortunados que miran al amor a los ojos y a los desahuciados que juran con gloria morir por lo que aman. Bienaventurados ellos, los que mueren antes que los encuentre la muerte admitiendo que la vida no vale nada cuando hay que elegir entre el amor y el olvido.
     Brindemos por los que se abrazan a un brindis como el nuestro y bailan y cantan a viva voz una canción para su amor que ya no está. Y estoy seguro de que a su alrededor bailarán Marco Antonio y Cleopatra, Napoleón y Josefina. Bailaremos nosotros cuando fuimos lo que fuimos y no esto que no es nada más que lo que ya no somos.
    Brindemos porque, al fin y al cabo, no hacen falta razones para hacerlo, porque el silencio podría haber sido suficiente y, sin embargo, se han amontonado impertinentes un montón de palabras entre tus días y los míos, entre esta loca borrachera del recuerdo y la triste sobriedad del olvido.
     Y, quién sabe, hasta tal vez haya un fantasma que se te una en el brindis, un pedacito de memoria rebelde e invasivo que te corteje en esta noche en mi nombre, cuando te atrape una soledad que ha llegado para importunarte, para aguarte la fiesta y clavarte el puñal del tango amurado en lo mejor tu vida.
     Vamos, brindemos por vos y por mí, por esta intimidad creada a partir de la indiferencia, en esos espacios en blanco que a veces quedan al final de algunos capítulos, en el surco abierto entre el final de una canción que termina y otra que comienza.
     Sí, brindemos por los comienzos que no serían posibles sin los finales trágicos como este que está a punto de acontecer apenas levante el vaso a tu salud y te diga: hasta siempre, amor mío.

RR



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