Ahí nomás, siempre al alcance de la mano, reposa el cofre de los falsos alicientes. Como si fuese el último recurso para un caso de emergencia, se encuentra al amparo de las verdades y las revelaciones. Todos los enamorados han recurrido a él en alguna ocasión por lo que su estado es el de un elemento de uso casi cotidiano. Mostrando claros signos de desgaste, sus bisagras rechinan y su cerradura dejó de funcionar hace mucho tiempo (una cerradura que probablemente ni siquiera haya sido fabricada con la intención de mantenerlo cerrado y asegurado sino, más bien, como un adorno que provocara una sensación de estar accediendo un salvoconducto secreto y real).
Dentro de este cofre están guardados un poco desordenados falsos recuerdos y experiencias ejemplificadoras y positivas que dicen haberle sucedido a otros, aunque es de público conocimiento que no son reales ni posibles. Quienes se dirigen a él han atravesado el pasillo de la desolación y los umbrales de la angustia. Al momento de levantar su tapa, una sonrisa parece emerger desde sus gargantas resecas y sus ojos de pupilas dilatadas brillan deslumbrados por una luz de dudosa procedencia. Para ellos, el cofre contiene pequeñas dosis de efímeros despertares a unas probabilidades que, a pesar de que han leído la advertencia clara que se anuncia a su lado, creen poder ejecutar.
Entre los objetos más buscados en su interior se encuentran relatos apócrifos de arrepentimientos y nuevos comienzos. Claro, cuando alguien decide abrir el cofre, lo primero que espera encontrar es el talonario de los borrones y las cuentas nuevas que, lamentablemente, ya ha perdido todas sus hojas. Algunos hasta han intentado reutilizar unos ejemplares usados que dicen haber encontrado abollados en los cestos de basura que rodean los lugares oscuros e inhóspitos adonde se han acercado alguna vez a invocar a los espíritus reconciliadores, que sólo aparecen para burlarse maliciosamente de sus intentos de reconquista amorosa condenados al estrepitoso fracaso.
Uno de los alicientes más requeridos por los que han quedado atados a un desengaño es un viejo libro que describe, con una perversa simplificación, los pasos a seguir para superar ese estado de descrédito y carencia de autoestima a que han arribado. Así, estos penitentes enamorados de las imposibilidades se sumergen en la búsqueda desesperada de unas virtudes capaces de cambiar el irrefutable reflejo de los espejos. Porque, como todo el mundo sabe, los espejos son insobornables y siempre muestran las crueles realidades, dejando al sujeto parado delante de ellos desmoralizado como un triste cuatro de copas sin siquiera la habilidad de mentir por un poroto. Esta tarea superadora, dice el prólogo de este libro, es imprescindible para intentar cruzar el hondo foso que custodia a los corazones impenetrables. Y, concluyendo, afirma que el espacio y el tiempo, muy a pesar de Einstein, serán infalibles para resucitar los sentimientos vivos de los amores muertos (dejando incluso abierta la posibilidad de revivir a algunos muertos ya sin sentimientos). Este antiguo manual de comportamientos inútiles hace pensar a quien lo lee que ciertas estrategias y comportamientos impostados podrán provocar vientos revisionistas en sus contrapartes: parejas y compañías nocturnas que han decidido alejarse del círculo aquel que hasta hace unos días, tal vez sólo unas horas, constituía el anillo sobre el que orbitaba una inmortalidad asegurada.
Yo, que ya he sido engañado más de una vez con las falsedades y los engaños apilados en este cofre, sigo viendo cómo todavía es frecuentado incesantemente por los protagonistas insistentes de unas historias concluidas y archivadas para siempre. Personajes semejantes a los payasos, que sostienen con una mano un ramo de margaritas deshojadas a las que sólo les ha quedado su centro amarillo; sus caras muestran unas sonrisas rojas dibujadas con una pintura hecha a base de auto engaño y borrachera desesperada. Una pintura que inevitablemente resbalará por sus mejillas hacia el mar cuando la tormenta del desengaño se desate finalmente sobre sus cabezas, a pesar de los infructuosos intentos por mantenerse fuera de su alcance siguiendo ciegamente las estúpidas recomendaciones que se hallan en el cofre. Y cuando esto suceda, cuando ya haya corrido toda el agua bajo el puente, se producirá en el ahora desnudo amante desahuciado un revelado inverso al de una fotografía, que dejará como la imagen definitiva al negativo velado con la cruda realidad que desmiente todos los alicientes de este cofre engañoso.
Pobre ellos, los que recurren al cofre pensando que existe un dios misericordioso para los que creen merecer amores predestinados en profecías salidas de quien sabe donde. Pobre ellos que deberán caminar necesariamente los senderos espinosos de la desilusión bajo el sol abrasador de la indiferencia hasta el refugio lamentable de la aceptación. Sí, pobre ellos que no recibirán recompensa alguna por su esfuerzo en inventarse méritos y bondades que nunca servirán para nada, ni para enamorar destinos, ni para ajusticiar al olvido.
Tengan cuidado, yo sé por qué se los digo. No soy quien para recomendarles que no vayan hasta este cofre pues yo también he ido, yo también he abierto su tapa liviana en búsqueda de virtudes que apaciguaran mis desgracias para volver a la lucha. Pero, hágame caso: una vez que hayan rodado por la dolorosa pendiente que da al acantilado adonde van a parar los vencidos descorazonados, salten. Abrácense sin temores a cualquier esperanza fútil de sobrevivir a la caída, de levantarse en medio de una oscuridad que asusta. Porque les aseguro que, al igual que al final del túnel, existe la ilusión de que esa luz ficticia finalmente un día se apagará.
RR
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