IF
Creo saber a qué le tengo miedo esta noche. Es miedo a volver a verla y tener que reconocer finalmente que ya no la quiero, que todo fue una pobre construcción mental, una broma de mal gusto de un cupido cruel. Tengo miedo de acercarme a ella y descubrir que al mirarla a los ojos todo sigue igual, que la vida continúa, que hay jardines florecidos en todos los balcones y no sólo en su ventana. Me estremezco al pensar en la posibilidad de que todas estas cartas escritas para ella hayan sido en vano, nada más que un triste ejercicio literario para alimentar mi ego -puro narcisismo como alguna vez me dijo-.
Sí, debo reconocerlo, tengo miedo. Porque durante todo este tiempo me arrojé sin chistar a los leones de su olvido y su indiferencia como supuestamente hacen los que quieren, los que saben que no queda otra opción más que matar al amor a golpes desesperados sobre el pecho llagado ardiendo en carne viva. Y entonces uno va muriendo cada día un poco, sin renuncias y sin quejas, sin siquiera cierta convicción o fe capaces de torcer el destino de lo que al final no es más que una profecía autocumplida.
Entonces, ¿que será de mí si esto pasa, si sus labios me saben a una piel sin nombre, a una mujer como cualquier otra; si al verla no siento la fuerza de un hipotético destino arrastrándome a su lado? ¿Qué va a pasar si cuando la tome de la mano no viene a mi imaginación aquella imagen perpetua de su cuerpo desnudo convocando a la luna llena? ¿Qué voy a hacer si eso sucede?
No lo sé y por eso tengo miedo, terror de que durante todo este tiempo me haya perdido en la fantasía de quererla porque me quedaba cómodo, porque en realidad no me animaba a observarla con la nostalgia característica de quienes ya se han convertido en pasado, en una foto vieja y ajada perdida en el fondo de un cajón. Una fotografía de un tiempo que se fue con las hojas que cayeron de los árboles, con las flores que se marchitaron hasta hacerse una vez más tierra.
Y es que este miedo no es sólo miedo, no. Este miedo es la prueba irrefutable de que, a pesar de todo, aun la quiero. Sí, la quiero a pesar de la noche, a pesar del pecho ardiendo en carne viva. Todavía hoy la quiero a pesar de ella y de mí; aunque ya no quiera quererla, aunque ella ya no quiera que la quiera. La quiero todavía en esta noche que es puro miedo. Un miedo que se irá quizás un día cuando despierte una vez más a su lado o me pierda para siempre en el vacío sideral de su olvido.
RR
Creo saber a qué le tengo miedo esta noche. Es miedo a volver a verla y tener que reconocer finalmente que ya no la quiero, que todo fue una pobre construcción mental, una broma de mal gusto de un cupido cruel. Tengo miedo de acercarme a ella y descubrir que al mirarla a los ojos todo sigue igual, que la vida continúa, que hay jardines florecidos en todos los balcones y no sólo en su ventana. Me estremezco al pensar en la posibilidad de que todas estas cartas escritas para ella hayan sido en vano, nada más que un triste ejercicio literario para alimentar mi ego -puro narcisismo como alguna vez me dijo-.
Sí, debo reconocerlo, tengo miedo. Porque durante todo este tiempo me arrojé sin chistar a los leones de su olvido y su indiferencia como supuestamente hacen los que quieren, los que saben que no queda otra opción más que matar al amor a golpes desesperados sobre el pecho llagado ardiendo en carne viva. Y entonces uno va muriendo cada día un poco, sin renuncias y sin quejas, sin siquiera cierta convicción o fe capaces de torcer el destino de lo que al final no es más que una profecía autocumplida.
Entonces, ¿que será de mí si esto pasa, si sus labios me saben a una piel sin nombre, a una mujer como cualquier otra; si al verla no siento la fuerza de un hipotético destino arrastrándome a su lado? ¿Qué va a pasar si cuando la tome de la mano no viene a mi imaginación aquella imagen perpetua de su cuerpo desnudo convocando a la luna llena? ¿Qué voy a hacer si eso sucede?
No lo sé y por eso tengo miedo, terror de que durante todo este tiempo me haya perdido en la fantasía de quererla porque me quedaba cómodo, porque en realidad no me animaba a observarla con la nostalgia característica de quienes ya se han convertido en pasado, en una foto vieja y ajada perdida en el fondo de un cajón. Una fotografía de un tiempo que se fue con las hojas que cayeron de los árboles, con las flores que se marchitaron hasta hacerse una vez más tierra.
Y es que este miedo no es sólo miedo, no. Este miedo es la prueba irrefutable de que, a pesar de todo, aun la quiero. Sí, la quiero a pesar de la noche, a pesar del pecho ardiendo en carne viva. Todavía hoy la quiero a pesar de ella y de mí; aunque ya no quiera quererla, aunque ella ya no quiera que la quiera. La quiero todavía en esta noche que es puro miedo. Un miedo que se irá quizás un día cuando despierte una vez más a su lado o me pierda para siempre en el vacío sideral de su olvido.
RR
Foto: Pablo Silicz
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