jueves, 27 de febrero de 2014

CASTILLO EN EL AIRE


      ¿Y si no es así como yo creo? (porque uno tiene que manejar todas las posibilidades). ¿Y si resulta que hubo una equivocación, que se traspapeló un formulario, que había un número errado, que nos confundimos de esquina? Podría ser también, ¿o no? ¿Por qué la única razón para todo esto tiene que ser irremediablemente la locura? ¿Por qué tengo que aceptar así como así que ella no está ahí, leyendo del otro lado de este papel? ¿Por qué no puede ser que esté sentada en la playa leyendo a escondidas un papel roñoso lleno de lamentos de un tipo enamorado que para defenderse del olvido decidió edificar un castillo de naipes en forma de cartas? Un castillo claramente sin sustento real, ya que al primer leve desafío de su parte seguramente se caería vergonzosamente al piso. Pero, ¿y si no es así? ¿Y si en realidad ese castillo es más fuerte incluso de lo que yo creo? ¿Y si ese armazón de papel y palabras es una fortaleza que guarda lo más sagrado que tengo? ¿Y si le dijese que sí, que aún siento su cercanía, que aún me acuesto a su lado por las noches y me abrazo a su cuerpo tibio mientras ella duerme y sueña con abrazos de este lado del mundo, con besos arrancados en una cama como la mía que alberga todavía en el fondo aquellas noches donde el sexo era sólo un poco de lo mucho que pudo ser todo?
      Tal vez sea una posibilidad en un millón o en mil millones, no importa. El universo es infinito pero, sin embargo, en esa infinitud me crucé un día con ella después de haberme cruzado con mil personas. Porque el infinito es sólo infinito hasta que aparece eso que lo reduce a nada, a una simple ecuación matemática que intenta demostrar quién sabe qué cosa ridícula. El infinito no tiene lugar cuando hablamos de piel y carne y huesos y olores, cuando las palabras salen catapultadas desde un lugar misterioso con un destino cierto imposible de ser ocultado a todos y cada uno de quienes saben sin que nadie se los diga cuál es ese destino. El infinito no es infinito si yo sé que ella puede estar a punto de doblar la esquina en cualquier momento y yo seguro me quede mirándola y decida patear este estúpido castillo de cartas y decirle hola y ella hola, y qué bueno verte, ¿no?, y sí, y las sonrisas que se encuentran en el medio del camino de las miradas, anoche justo soñé con vos que me abrazabas, es que yo te abrazo cada noche, lo sabía, sabía que eras vos. Claro que lo sabíamos y lo buscábamos en cada una de esas señales que tratamos de ocultar de la vista de todos y hasta del espejo que nos devolvía una imagen incompleta, un ying sin yang, una luna con un sólo lado, un San Martín sin su caballo blanco. ¿Caminamos? Claro. ¿El mar? Sí, el mar.
      El mar, siempre el mar. El mar siempre guarda sus tesoros pero no los esconde. Y este castillo es también un mar que guarda secretos, los conserva del olvido para cuando algún día ella quiera sumergirse a revolver entre palabras viejas en busca de algún tesoro perdido. Estas cartas son mi mar y mi universo… Infinito.

RR


Foto: Guillermina Raggio

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