sábado, 8 de febrero de 2014

PROMESA

      Espero que al leer esto puedas entender por qué he decidido faltar a mi promesa de no molestarte nunca más. Ojalá puedas borrar por un rato de tu recuerdo a aquel tipo atormentado que llegó al desesperante punto en donde se pierde la cordura y se imponen los sentimientos crudos y crueles llevándolo a uno a la ridiculez más absoluta de confesarse irremediablemente enamorado. Te pido, si es posible, si has llegado hasta este renglón en esta carta, que hagas por el resto que queda de ella como si no me conocieras, como si nunca hubieses sabido antes de mí.
      Yo estaba enamorado de vos, realmente creo que lo estaba. Veía mi vida como una flor que solo podía prosperar en tu tierra, bajo tu cielo. Al llegar el momento de tener que aceptar que eso no iba a pasar, morí. Morí de amor, aquello tan asquerosamente cursi y trillado en horas y más horas de boleros lacrimógenos y repetitivos, de tangos desgarradores. “Morir de amor”, ¡qué frase! No tenía ni una sola fotografía tuya, ni un solo elemento material que te perteneciera o que hubiese tenido algo que ver con vos. Sin embargo, quedé ahí, tirado en un rincón como mirándote, añorándote. Me morí (de amor). Y sé que me morí porque todo se volvió irreconocible, estaba ahora en un mundo que no era ni material, ni espiritual, ni intelectual. Era un mundo fantasmal. No tenía ni siquiera la capacidad de sentir dolor. Lo único que sentía era miedo. Miedo a no estar muerto, a que existiese la posibilidad de que un día caminando por ahí me cruzara con unos pasos, unas huellas reconocibles y que al levantar la mirada siguiendo la línea del cuerpo que las marcaba me encontrara con tus ojos. Ese era mi miedo, que más que miedo era terror, una mezcla de espanto y angustia por el solo hecho de imaginarlo.
      Entonces, me aferre a la muerte, porque ella me permitía estar en paz en ese mundo triste y gris marcado por tu ausencia que era mi bien más preciado, lo único que me protegía de aquel terror, de aquella angustia. Ahí, en esos páramos donde habitan aquellos que como yo huíamos desesperadamente del recuerdo, tomé mi guitarra y le canté al tuyo, luego agarré papel y lápiz y le escribí como si existiese un buzón donde abandonar cartas anónimas a los amores perdidos. Yo estaba muerto, descansaba bajo la tierra de mi propio olvido, la misma tierra que quería en aquella vida como flor bajo tu cielo. Esa tierra ahora me protegía de la vida, una vida que existía para vos pero no para mí.
      Hace algunos días atrás descubrí incrédulamente que mi muerte había terminado, que aquel fantasma que se movía cómodamente en la tierra solitaria del desamor había abandonado ese estado y ahora caminaba sin miedos, sin terror y sin angustia, de cuerpo presente por las calles de la ciudad. Y si el mundo del desamor es infinito, el de la vida no lo es, es más bien un mundo de azares, de encuentros inesperados, de amores imposibles. Y en este mundo al que volví de la muerte me tocó, por algún azar que desconozco, un encuentro inesperado. Porque todo es posible en la vida, tan diferente de la muerte donde solo existe una posibilidad, un solo destino, tal vez seguro, quizás libre de angustias y temores, pero monótono y gris. Ese azar y esta vida me mostraron unas huellas que mi mirada siguió hasta reconocer unos ojos cargados de lluvias y suspiros que contagian a quien los mira. Eran tus ojos, eran tus huellas. Pero esta vez no hubo ni dolor ni espanto al verte. Ya no era aquel muerto enamorado quien te observaba, era yo, un hombre común y silvestre, con el corazón latiendo sin ataduras a ningún pasado, a ningún recuerdo. Casi no pude reconocerte al mirarte, porque vos ya no eras la misma y mi mirada era otra.
      Y he aquí lo inesperado: como si nunca te hubiese visto, como si jamás hubiese rozado ni un milímetro de tu piel, como si ese pelo que volaba en el viento nunca hubiese reposado en mi hombro, sentí que, aún sin tu recuerdo, te conocía de toda la vida. Esta vida, la que ahora suspira por tus ojos, esta vida desde la que hoy, rompiendo una promesa que pertenece a otra, te escribo estas palabras. Yo, un tipo que quizás no reconozcas ni recuerdes, pero que aún después la muerte todavía te busca.

RR


2 comentarios:

Siousx dijo...

Cuanto hay dentro para sacar amigo!

Rafael Repetur dijo...

Gracias, Siousx, por tu comentario. Siempre hay cosas para sacar pero, sin embargo, no trato de hacer de esto un auto análisis, son solo historias con una mezcla inevitable de fantasía y realidad. Ojalá alguien las pueda disfrutar al leerlas como yo al escribirlas. Saludos.

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