sábado, 26 de abril de 2014

SEÑAL


      Entendimos todo mal, ni más ni menos que eso. Entendimos que no había nada que entender y ahí derrapamos y nos fuimos a la banquina. Entendimos mal cuando nos despertamos una mañana uno al lado del otro con las piernas enlazadas y creímos que eso era razón suficiente para que el abrazo en donde nos despertamos el día anterior fuera una vida juntos. Nos equivocamos y nos subimos a cabalgar una ilusión, la de dibujarnos una sonrisa en la cara con un beso, la de creer en mariposas y ansiedades, la de admitir discursos del método amoroso que inventaron algunos poetas para hacerle sentir falsamente a las almas solitarias que, aún en ese silencio que se gana con ciertas compañías, se oye una música que, según ellos, es la de la noche o la del mar o la del viento o la de la lluvia, y que, en la triste realidad, no son otra cosa que constantes y remanidos recursos poéticos, golpes bajos, imágenes desgastadas que solo pueden llevar a la imperdonable equivocación de creer que queriéndonos un rato nos vamos a querer toda la vida.
      Nosotros entendimos lo que quisimos entender. Armamos un rompecabezas con piezas variadas, diapositivas de una historia que buscábamos juntar en algún archivo nuestro pero que, al final, fue solo un desencuentro. Yo, de mi parte, me aferré equivocadamente a tus días y busqué construir sobre ellos un lugarcito para mis demonios, un puente que me permitiera cruzar ese foso hondo y oscuro que se formaba a veces a tu alrededor, un nido para un amor que nunca alcanzaría a volar tu cielo. Y me equivoqué una vez más cuando en el final me fui detrás tuyo siguiendo una equivocación, queriendo remontar un barrilete de plomo, tratando de mantener a flote en un charco un barquito de papel que, en mi ingenuidad, creía un velero en altamar. Vos… bueno, vos sabrás.
      Y acá estamos, una vez más parados en la proa de la nada como dos vigías buscándonos las manos, esperando esa señal que nos lleve de vuelta a aquel patio en donde nos mirábamos y nos hablábamos y nos comíamos los ojos antes de zambullirnos en la cama a querer y creer y reventar, a vestirnos con la vida del otro y desvestirnos como se desvisten los amantes torpes y equivocados, esos que se enamoran a tal punto que no lo aguantan y se equivocan y se sueltan la mano y se huyen y se desprecian y se extrañan y se buscan. Y así sucesivamente.

RR
 

Foto: Andrea Alegre

jueves, 24 de abril de 2014

IMPOSIBLE


      Está bien, tenés razón, ¿de qué me sirve seguir negándolo? Nosotros no hemos sido nada, no hemos sido ni siquiera nosotros. Tal vez solo un mal entendido, un choque de esos que se dan todos los días a toda hora, un tropiezo con una piedra que uno termina levantando de bronca nomás y la carga un rato observándola y preguntándose cualquier estupidez metafísica hasta que la tira en algún terreno desconocido. Y sí, tenés razón, nosotros no somos nosotros. Nosotros somos vos con tu vida y yo con la mía, vos con tus dolores y yo con mis curitas, vos con tu baile y yo con mi música. Nosotros somos una cuenta mal hecha, un desengaño, una película que empieza mal y termina peor. Nosotros nos tenemos tan al alcance de la mano que besarnos nos parece una obviedad, un desperdicio de talento, un facilismo mediocre que nos sacaría de ese lugar de sabedores de los destinos ajenos. Vos y yo… ¿quién apostaría dos pesos por nosotros? ¿Quién en su sano juicio admitiría que se ha enamorado de una piedra, de un tropiezo? Seguramente ninguno de los dos. Nosotros nunca podríamos enamorarnos como nos ocupamos de declarar a los cuatro vientos. Nosotros podríamos, con mucha suerte, apostar la vida una noche en una cama para tratar de borrar cualquier rastro de soledad en la vida del otro, podríamos tal vez abrazarnos tan fuerte que la asfixia fuera un alivio, que los corazones se abrazaran entre ellos y bailaran un valsecito criollo a la luz de la luna, podríamos incluso, dejar de comer y de dormir y de vivir si nos viésemos separados por alguna pelea tonta hasta finalmente escupir el veneno del orgullo y correr a buscarnos. Todo eso sería posible, pero ¿enamorarnos…? Permitime que desconfíe.
      Nosotros, chiquita, estamos en diferentes planos. Como, por ejemplo ahora, yo escribiendo lo mismo de todos los días, vos leyendo sin saber por qué. Así somos, agua y aceite, la resistencia de los dos últimos seres capaces de soportar el deseo y las miradas, capaces de combatir cualquier intento de ser conquistados y sometidos inapelablemente por unos ojos que se miran curiosos convocando al acto heroico de entregarse sin ninguna otra pertenencia que el alma. Y entonces, vos buscás un destino donde posar tus sueños y yo solo soy un remitente sin agallas para escribir uno. Vos hacés y deshacés y yo hago lo que puedo. Vos tenés la claridad de tu luz a tu lado, en cambio a mí me persiguen las sombras y la oscuridad. Y así, de esta manera, entre ese vos y este yo, es imposible hacer un nosotros. Porque, en realidad, eso que vos buscás en alguna estrella yo ya lo encontré en vos.

RR


Foto: Flor del Irupé

lunes, 21 de abril de 2014

CAPÍTULO 31


     Y apagaré la luz a la salida y cerraré la puerta dejando todo en este cuarto para que el tiempo lo guarde o lo destruya. Y volarán por el aire las hojas y los besos y las palabras y las fantasías. Y ya no habrá nada que rescatar, nada que salvar, nada que esperar, habremos sido, y cuando digo habremos sido es exactamente eso, habremos sido, este poco y nada que somos ahora, estos límites que pone el idioma para expresar algo que no los tiene, esta búsqueda de sonidos de abecedario que lleguen como campanadas de una iglesia vacía hasta tus oídos. Habremos sido esto que no somos, este ir hacia ninguna parte, este volver con las manos vacías en cada viaje, esta derrota constante que solo logra enviarme nuevamente al campo de batalla a luchar por tu sonrisa, por tu vida a la que no pertenezco ni perteneceré nunca. Cuando cierre esa puerta saldrán los duendes de sus refugios a quemar las cartas, a saldar las deudas acumuladas durante tanto tiempo; saldrán a romper los relojes que marcaron las horas, las mías lentas e interminables, las tuyas, solo tuyas. Habrá una gran hoguera y un gran festejo, habrá una ronda y acamparán siete días y siete noches junto a esta silla y esta mesa donde tu nombre será arrancado de mi vida para siempre, donde mis deseos, mis esperanzas y mis obsesiones serán desterrados definitivamente, donde tus sueños, tus bailes y tus faldas desaparecerán del museo de mi memoria y se clausurará esa puerta que me que conducía irremediablemente cada día a buscarte, a soltar mariposas para tu estómago, a mirarte en esas fotos asesinas de cualquier esperanza de sobrevivirte.
      Todo habrá terminado, como termina todo.
      Todo será lo que fue y ya no lo que pudo haber sido.
      Todo se convertirá en nada y la nada lo consumirá todo.
     Habrá un silencio definitivo en mi teléfono, en mi puerta y en mis manos, habrá la imposibilidad concreta de que aparezca de repente un día por tu casa después de seguir tu rastro como un perro andaluz. Y donde antes dejaba un espacio para escribir un posible nuevo capítulo aparecerá un punto y aparte definitivo, despiadado y contundente. Habrá entre los desperdicios y los deshechos del mundo un manojo de cenizas de un fuego que nunca existió, unas brasas ilusorias y fantasmales, un catálogo detallado de burlas a mis espaldas que me perseguirán sin que me importe.
    Quedará un espacio sin nombre y sin entidad a la hora de arrimarme por un rato a la noche, de acomodarme en el sillón y servir un vaso para oir tu voz, para acurrucarme en tu hombro y brindar por esos tiempos que pudimos compartir juntos, con esa soledad de las compañías desconocidas, con esas canciones que te guardaban celosamente para soltarte una caricia en momentos como aquellos que solías imaginar. Quedará algo parecido a una palabra y después otra y luego otra más. Habrá un recuerdo y habrá una sonrisa grabados en la transparencia de un pedacito vidrio caído de tu bolsillo al vestirte. Habrá un silencio definitivo entre vos y yo sellado por un último beso. Y, finalmente, la nada.

     (Pero el pedacito de vidrio…)

RR


Foto: Pablo Silicz

domingo, 20 de abril de 2014

FALTA ENVIDO (40 son mejores)


       Nosotros nos estamos queriendo de a poco y con poco. Vamos asomando la cabeza por los corredores de una casa un poco abandonada, un poco habitada por fantasmas, buscando entre paredes descascaradas alguna señal que nos pueda indicar hacia dónde seguir, qué nueva puerta abrir y cuáles mejor dejar cerradas. Nosotros preferimos querernos con un poco de vergüenza, de esa que tienen los niños cuando descubren que no todos los demás niños son iguales, que hay algunos que huelen diferente, a algo nuevo y desconocido, a algo incontenible, una margarita que será deshojada una y mil veces preguntándole por el destino de un corazón hecho polvo.
      Nosotros hemos encontrado un refugio, un paso coordinado en un baile que ya intentamos muchas veces y que siempre nos sacó de la pista llenos de patadas en los tobillos. Nosotros hemos dejado un campo de cardos para caminar los bordes del mar y de la luna, para desmentirnos a nosotros mismos y abandonar los límites del “qué dirán”. Nosotros nos hemos desnudado con los ojos y hemos revuelto entre la mierda que se nos ha ido juntando en los almacenes de los favores donde la puerta está siempre abierta para todos pero que nadie nunca tiene la delicadeza de entornar a la salida.
      Nosotros no somos siquiera esto que somos. Nosotros somos un montón de cosas desconocidas que buscamos desconocer para que nadie nos reconozca; solo nosotros. Porque nosotros somos lo que queremos ser para nosotros sin que importen los otros. Nosotros somos lo nuestro, lo tuyo y lo mío, lo mío y lo tuyo, lo nuestro y lo nuestro.
      Nosotros somos los que estamos cuando todos se van y no queda nadie, solo nosotros, solo un silencio que nos calza justo cuando no hace falta decir nada, cuando el viento es viento y la lluvia nos moja en la cabeza y el sol es esa luz colándose por la persiana de una habitación que es de nosotros. Nosotros tenemos también nuestros códigos y sabemos que para perdernos primero deberíamos encontrarnos pero, por ahora, solo por ahora, preferimos andar así, a tientas, llenándonos las bocas de palabras amables, de besos en la mejilla, de pudores falsos y deseos verdaderos. Porque nosotros tenemos el sexo entre ceja y ceja pero, sin embargo, mantenemos cierta discreción entre las piernas que nos mantiene en un celo constante, en una danza de espadachines afrodisíacos que buscan derribar al otro y acometerlo despiadadamente.
      Nosotros somos ni más ni menos que nosotros, y eso no es poco. Porque nosotros somos la madre de todas las casualidades y de todas las causalidades. Nosotros somos la fortuna del encuentro y la desgracia de la muerte que para llevarse a uno se tendrá que llevar al otro. Nosotros somos una foto solitaria en un álbum familiar rechazado y arrojado al olvido en alguno de esos caminos funestos del destino.
      Nosotros, vos y yo, dos cuatro de copas que estaban listos para irse al mazo y que ahora, casi en la última mano, pueden arrimar una flor y un ancho de espada para
sumar unos porotos y pasar a las buenas. Para nosotros.

RR


martes, 15 de abril de 2014

LOS DÍAS



     Nunca te mentiría, nunca. Fueron días grises, como esos que a veces vienen sin anunciarse y sin misericordia. Fueron días de escarbar entre los restos de una vida muerta en búsqueda de algo que comer, de algo que respirar, de algo… Días como aquellos en donde bajabas la mirada y me dejabas hablando en pasado, sin ninguna posibilidad de darte la mano y transmitirte ese sudor frío que corría por todo mi cuerpo al verte cruzar la reja. No tengo por qué engañarte ni sobarte el lomo tratando de convencerte de nada, las caricias que se quedaron acá, se quedaron acá, para siempre y tu pecho de gata en celo, de piel erizada y pezones duros ya tendrá quien lo mime, quien lo cuide de los latigazos de la rutina, quien lo cobije en las tardes sangrientas de domingo. 
      Los días después de la reja siempre fueron un tormento. No era una cuestión de vida o muerte, porque la vida continuaba. Era una cuestión sólo de muerte, de verte ir y querer correr detrás de tuyo, huir despavorido de mi orgullo y de mi falsa dignidad que me dolían en el alma y en la carne. No existía nada que pudiese poner distancia entre vos y yo, sólo vos.
      Y uno se queda haciendo pocitos en la tierra enterrando promesas y versos, esperando que algo crezca de ahí, creyendo que la vida es un poema y que el bien siempre triunfa sobre el mal. Pero no, nada crece de las promesas ni de los versos, sólo la angustia. La vida crece de los hechos, de aquellos como hablar mirando a los ojos sin decir nada, gritando un silencio que lo dice todo, escribiendo hojas y más hojas de lágrimas y reproches, asomando la cabeza en medio de una canción para decir te quiero y volver a meterse en un acorde menor donde pasar el temblor.
      Luego vinieron los días del mar, de la arena mojada trazando formas que comenzaban siempre con una flor y terminaban con tu nombre. No importa cuánto tratara de evitarlo, tu nombre nacía como un surco de almeja que preguntaba por esas huellas que faltaban a mi lado. Sin embargo, los días del mar también mataron las falsas esperanzas, los anhelos imposibles y se llevaron las fantasías a lo más hondo después de enumerarlas una por una como un listado obsceno de posibilidades.
      Y por último, llegaron estos días, así, como ahora. Estos días donde todo parece fluir como un río manso, donde la mirada no mira más que lo que hay enfrente, donde los sueños flotan con las gaviotas en un cielo despejado y azul, donde las mujeres que me acuden ya no me resultan indiferentes, donde puedo acercarme tranquilo a tu recuerdo y salir indemne y sin moretones. Estos son los días del adiós que finalmente se resuelve en la ecuación, esa equis que parecía imposible de despejar y que florece ahora en mi ventana. Y ahora que sé dónde encontrarte y que vos te permitís saber dónde estoy, ya no me hace falta buscarte, sólo me queda aferrarme a las marcas que me dejaste en la piel para poder seguir escribiendo en estas cartas que una vez hubo una mujer a la que quise orgulloso, desde la reja hasta el mar, sin importar que día era.

 

RR


Foto: Pablo Silicz

lunes, 14 de abril de 2014

UNA HISTORIA PARA UN DÍA DE ESTOS


   
     Quedate tranquila, ya se van a encontrar, quizás cuando vos lo quieras, tal vez cuando él lo decida, o cuando la tierra se abra bajo vuestros pies y los pasos mutuos los manden directamente al infierno a encontrarse cara a cara, sin jueguitos ni escondidas. Así es, se van a encontrar seguramente entre almas en pena y condenados eternos, esa gente que camina en cualquier dirección porque, en realidad, no va a ningún lado. En cambio ustedes habrán ido el uno hacia el otro aunque haya parecido que a cada minuto se apartaban más y más. Pero no, era al revés, se acercaban como bailando una danza de apareamiento propia que los movía como muñecos de trapo con los hilos de un destino que no conocían pero que sin dudarlo decidieron conocer.
      Se van a encontrar, creéme, vos y él, en cualquier lado que no será cualquier lado, que será un lado, un día de estos o de aquellos. Y si es un día de estos deberán estar atentos y callar y esperar, mirarse fijo a los ojos y dejar que un brillo inocultable surja hasta que los dedos empiecen a hacer esos movimientos disimulados de acercamiento, ese toque casual de las yemas que ni es casual ni es un simple toque, es todo un Bing Bang, un estallido universal, una bomba que arrasa con el maldito orgullo y las reiteradas miserias, una caída libre que comienza en ese mismo momento y que los llevará inevitablemente al beso, a solaparse las lenguas y mordisquearse los labios y apretarse los sexos y resolver todos los malos entendidos. Cuando finalmente se encuentren todo será en ese beso, lo otro no será nada, solo un juego nomás, una escondida de final de la tarde en la calle contando hasta cien lo más rápido posible, buscándose por detrás de los paredones y en las copas de los árboles, mala para él, buena para todos los compas.
     Sí, se encontrarán como sucede casi siempre: después de que los corazones se hayan hecho trizas mirando fotos viejas, cuando los acróbatas y los payasos se hayan ido y empiecen a guardar la carpa y se queden solos mirando un círculo vacío, un escenario sin extras ni escenografía, un tiempo que ya no puede ser desperdiciado en malabares y versos grises. Se encontrarán probablemente en otoño, cuando en los árboles se vean las ramas desnudas que mantenían la primavera y que ahora están ahí, a la vista de todos contando sus verdades, mostrando ostensiblemente que sin ellas, tan marrones y tan ásperas, no hay hojas verdes ni flores violetas suaves en tu oreja, sin ellas las raíces no son más que una telaraña en la tierra que no sirve para nada.
     No obstante, si no se encuentran, es porque quizás así debe ser, porque son dos personas entre millones. O probablemente porque son dos caras de la misma moneda, dos planos irreconciliables. Andarán por las calles como dos desconocidos y se verán pasar por al lado y no rozará tu pelo su cara y no le resultará familiar a él tu voz, y jamás se acercarán a ese aroma a destino único e irrenunciable. Así, de esa manera y sin que nada se detenga o parezca cambiar su curso, les sucederán las mismas cosas que le suceden todos los días a todo el mundo (o a casi todo), las mismas casualidades que nos juntan y nos separan a todos, que nos acercan o nos alejan en la misma vereda, a la misma hora del mismo día, cuando el sol arrebata los cuerpos, cuando el suelo parece agrietarse y se siente un calor extraño que proviene de la tierra, provocando una sensación extraña, como si el aire se llenara de un fuerte olor a azufre y una taquicardia lunar, profunda e inexplicable, anunciara un eclipse entre dos miradas distraídas. Y entonces nos tropezaremos vos y yo de casualidad y caeremos al piso y perdón, y disculpame, y no es nada, ¿estás bien?, sí, gracias, mi nombre es…, ¿y el tuyo es…?, un gusto, ¿segura que estás bien?, sí, me duele un poco el tobillo, nada grave, dejame que te acompañe, como quieras, no es necesario, insisto, me gustaría acompañarte, bueno, vamos…

RR
Foto: Guillermina Raggio

sábado, 12 de abril de 2014

COLORES


      
Qué inexplicable son algunas cosas, cuánta necesidad de lo tangible sin razón, de los dedos tocando la piel de gallina de unos pechos trémulos y tibios. Esa necesidad innecesaria de degustar con la lengua cerrando los ojos, chocando las narices, aflojando los músculos, tejiendo un manto que abrigue y nos cubra del tiempo que pasa y que nos abruma.
      Por eso ya no puedo ocultar estas ganas de tocarla. Porque necesito tan desesperadamente meterme en su cuerpo y matar todas mis ansiedades con el veneno que emana de su sexo, de la agitación de su cuerpo en vilo. Porque necesito justificar esta eternidad, esta estúpida eternidad que arrastro de día y que cobijo de noche. Estas ganas que provienen de la nada, de los nunca, de los imposibles. Esta manía de buscarla en las manos tratando de encontrar algún resto de su olor a mujer de mi vida. Quiero revolver entre las promesas y hallar las palabras verdaderas, las dudas que manchen todos esos planes delirantes e insensatos entre sus ojos y esta eternidad que no muere (porque es eterna). Y así estoy ahora, eterno, voy y vengo entre este deseo tangible y eso otro que está más allá, eso de lo que no hablo, que no escribo. Eso que no se muere, ni siquiera me mata.
      Y voy hacia ella así, escribiéndole con los ojos cerrados, voy metiendo la mano en ese espacio que se abre entre el vuelo de su blusa y su espalda, ahí donde se junta mi eternidad y ella, donde ya no es posible pretender, simular, jugar al juego del tipo superado, del caballero y su dama. Desde ese breve espacio curvado como un arco se disparan las flechas que matan toda posibilidad de engaño, todo intento de resistirme. Entonces caigo derribado y me niego a seguir con este juego falso de palabras con gusto a poco y nada, palabras y más palabras sin su lectura y sin su crítica despiadada. Me niego a negarla y a negar que todo lo que busco es estar a su lado en silencio, parado desnudo ante sus ojos, y arrancarme el corazón con las manos para dejarlo sobre sus rodillas y abandonar definitivamente la eternidad.
      

     Lo que quiero, amor mío, es cambiar estas cartas en blanco y negro por un rato a puro color en tu cuerpo y morirme esta misma noche en tus brazos oyendo tu aire, tocando tu nombre verdadero y ya no el de los amores impostores que he creado tratando de rozar tus días y escapar de tu eterna ausencia.

RR


Foto: Flor del Irupé

lunes, 7 de abril de 2014

EL DIABLO Y YO


      Hay un libro que reza: “no habrá más penas ni olvido”. Pero las habrá, muchas, cientos tal vez. Habrá desesperanzas y caídas, habrá desesperación y oscuridad, habrá penas y habrá olvido. Habrá desilusión, tristeza, soledad y fotos viejas y desteñidas, habrá ecos y recuerdos. El camino hacia atrás parecerá llano a la mirada pero los pies guardarán la verdad; los pies llevarán las cicatrices. Y las huellas serán sangre mientras las manos secarán las lágrimas. Y cada huella será un golpe en el pecho, un dolor tallado en el alma. No se dejan huellas en el vuelo rasante de la felicidad. Dios está en el cielo y en la tierra está el Diablo, en la tierra está el infierno, en la tierra está el camino y en el camino se dejan el cuerpo y el alma. Y son los demonios los que nos poseen y nos empujan, los que nos patean los talones y nos levantan del barro y la miseria.
      Y es en la hoguera de las penas y el olvido donde quemé todas las fantasías y las pretensiones de una mujer con alas de hada, con modales de princesa, con un vestido blanco de virgen inmaculada. A ese fuego arrojé las frases célebres y las historias de amores rosas y esperé que ardieran hasta que solo quedaran cenizas. Y de esas cenizas nacieron estas palabras que buscan tu destino de mujer manchada de barro, marcada por las piedras del camino, desnuda, maravillosamente desnuda, vestida únicamente con el sudor del cansancio de un camino recorrido, con los talones golpeados por los demonios y con la oscuridad de quien busca y no encuentra, pero siempre busca.
      Y así te busco yo, en la oscuridad, porque no quiero ser engañado por los ojos, más busco ser atrapado por los tuyos que brillan a lo lejos cuando me pierdo y me ahogo en las tinieblas. Te busco como un lobo en la oscuridad de la noche desierta que me lleva hasta tu olor a hembra feroz. Te busco dejando mi huella en este camino de hojas y tintas que he decidido proteger con uñas y dientes del engaño del discurso de los profetas de la falsa alegría. Salgo como un arcángel de mi escondite a rescatarte del olvido y guardarte en estas cartas que no son más que mi guarida, la muralla que guarda tu luz y tu cuerpo de carne caliente, de piel de gallina, de manos curtidas. Y este antojo de quererte a pesar de todo.

RR


Foto: Guillermina Raggio

domingo, 6 de abril de 2014

QUE LAS HAY, LAS HAY…



     Se evaporará como un charco, se romperá como un hechizo. Caerán las gotas del cielo y sólo será lluvia y nada más, serán cabezas mojadas, cuerpos empapados, gente corriendo, chocándose entre sí sin verse, sin reparar en el dolor del otro, en la alegría de un amor recién nacido. Se podrán ver veredas tapizadas de hojas secas y nadie escuchará su canto, nadie notará que crujen como en un canon otoñal que invita a tomarse de la mano y patear esos pequeños montoncitos que se arremolinan en los pies. Y cuando comience a caer la tarde habrá una tristeza en algún lado que se sentirá desamparada porque nadie le dará importancia, todos buscarán evitarla como quien evita a la desgracia tan injustamente asociada a ella. 
      Pero, mientras tanto, el embrujo permanece y la magia continúa y su fantasma es mi compañía de cada día entre la gente que me ignora, entre las hojas que me cantan, entre las tristezas que me apañan. Se siente sabor a vida por doquier mientras la muerte recorre su camino misterioso engañando a algunos y convenciendo a otros. Y ahí ando yo, me enredo en los pensamientos que surcan los domingos y juego a las escondidas con su vida, tan suya y tan mía, tan destino y tan remitente, tan todo y tan nada. Y ahí anda ella, aquella muchacha de boca filosa, de nariz orgullosa, de ojos tiernos que bailan alrededor de mis manos, escurriéndose entre ellas, abriendo un dique que contiene palabras negadoras y obstinadas que buscan tomarla de la cintura y bailar a su paso. Ahí, en algún, lado estamos nosotros, cumpliendo este ritual de camas separadas, de mates salteados, de párrafos señalados en los libros que nos nombran. Nosotros, que hemos asumido al olvido como posible aunque nunca llegue, aunque tengamos que inventarlo, construirlo desde el dolor de enterrarnos vivos en nuestros mutuos recuerdos, jugar a este juego mortal de seducción en el que sólo se trata de ignorar, de sacudir el árbol para que caigan los frutos verdes sin madurar.
      Mientras tanto, afuera llueve y todo se moja y pierde sentido, todo se torna ilegible y ya no sé si debo o si puedo, sólo sé que quiero. Ya no sé si eso que se escucha afuera es su voz que me llama a su lado o sólo un canto triste de hojas que vuelan por el aire trayéndome su tarde como un obsequio reconciliador y llevando esta carta como respuesta. Una carta más, una burbuja de palabras embrujadas que sólo buscan tomarla de la cintura, sacarla a bailar y besarla antes de que den las doce, antes de que este hechizo se rompa.

 

RR


Foto: Flor del Irupé

jueves, 3 de abril de 2014

UNA LÍNEA


      Hay una línea imaginaria que arranca a la altura del dedo gordo de tu pie derecho, es casi imperceptible, pero ahí está. Una vez que sube por el empeine da una vuelta por el tobillo y sube orgullosa por tu pantorrilla. En la parte trasera de la rodilla se detiene, busca su curso y sigue subiendo por tu muslo. Pude darme cuenta fácilmente que si bien encaró para el frente, decidió lógicamente volver a girar y retomar el camino que conduce por la parte posterior. Se nota que disfruta el camino porque, mientras lo recorre, dibuja suavemente mariposas coloreando el trayecto. La entiendo, yo también hago lo mismo cuando te observo: miro hacia adelante y le sonrío gustoso al horizonte anaranjado. 

     Al trepar por tus nalgas la pobre se sonroja un poco. Sin embargo, no es porque lo sienta como tabú o una la vergüenza, sólo se siente afortunada de más, como quien recibe algo sin merecerlo (aunque no existe un dilema de merecimientos válido en este caso). Una vez que cree que debe seguir su camino, da unos pequeños saltos como para llevarse esa sensación de alegría simple de niño. Luego, parte hacia la espalda. 
     Ahí decide armar una especie de circuito de carreras donde recorrer el espacio metódicamente, con curvas hacia la derecha y hacia la izquierda, subiendo hasta los omóplatos y volviendo a bajar, a veces por un lado y a veces por otro, hasta regresar a la cintura donde el sentido contrario a las agujas del reloj le parece el más indicado para pegar la vuelta hasta encontrarse con tu pubis, silencioso y expectante, una estrella humilde que no necesita halagos, sólo una caricia verbal que lo abrace en su soledad, que lo cobije de la sequías desafortunadas y que resguarde las humedades que nacen de las pasiones menos pensadas. 
     Ya tomando el camino que lleva a tu vientre, aparece tu ombligo pequeño, una especie de mojón que indica el lugar en el mundo en donde hacer base para la segunda parte de este viaje. Tu vientre es un valle encantado donde se escuchan ruidos y se agitan a veces banderas, es un campo fértil para los sueños y las fantasías de quienes se animen a intentar sucumbir por la más justa de las causas.
     Al comenzar el recorrido por tus pechos es menester aminorar la marcha, tomarse el tiempo para no perder detalles gustosos. Es menester transitarlos como arrastrando un pincel, dibujando placeres y congojas que los agiten y los mezan. Existe entre tus pezones una asociación ilícita culpable de los peores crímenes, de convertir santos en demonios, de provocar el abandono de los amigos en sus reuniones de viernes por la noche. Y es que entre ellos hasta se produce a veces un pequeño remolino que parece que puede hacer fracasar el recorrido, pero, sea como sea, hay que seguir. 
     Al llegar a tu cuello parece desconcertada, como si hubiera perdido su razón inicial. Probablemente no sea así sino que aun queda por develar que todo está por ser ganado. Entonces, de ahí sigue hacia tu oreja (cualquiera, ya no importa preferir un lado, ahora vale todo). A partir de ese momento acelera el paso y corre por tu pelo y baja por tu frente usando tu nariz como un tobogán que la conduce a tu boca que es donde finalmente acepto mi condena. Sí, tu boca que me urge y me salva de dar explicaciones acerca de esta sucesión de puntos trazando el recorrido exacto en un mapa que me lleva a un tesoro escondido. Un tesoro que persigo con cada palabra que tiro en estas hojas sin demasiada fe pero con una enorme convicción. Y mientras camino sobre esta línea cuento cada uno de estos besos envueltos que guardo como caramelos esperando por esos días de lluvia en los que parece que todo puede pasar.
     Así es, esa línea es todo lo que hay debajo de estas palabras. Esa línea es todo mi argumento, mi hilo conductor, eso sobre lo que algunos fantasean cuando leen que hay alguien más oculto entre las sombras de las oraciones que casi siempre nacen tarde y desconsideradas. Y hay quienes arriesgan nombres y direcciones posibles hacia donde creen que se me han volado los patos cuando me ven portando impune una sonrisa que nace de tu imagen secreta que se cuela por mi mente provocando un escalofrío que me recorre los huesos. Pues bien, nadie lo sabe ni lo sabrá nunca, pero esa línea es la única explicación que existe sobre las causas que me han llevado a perderme para siempre.

RR


miércoles, 2 de abril de 2014

MI BARRIO


      ¿Y por qué debería a esta altura ir a buscarte? Si yo no le debo nada a nadie, no te debo nada a vos, no te debo ni una de estas cartas, ni una de las lágrimas que corren entre los huesos, ni una de las malditas noches en que me senté a hablarte solo mirando al cielo. No han quedado deudas entre nosotros, cada uno tomó lo que le correspondía y siguió su camino. Y este es el camino que yo decidí tomar, el más fácil, el menos doloroso, el de hacer como si nada pasara, como si vos estuvieses ahí esperando una palabra mía que te alegre el día y te robe una sonrisa. Yo preferí creer que todo esto es un mal entendido, que el destino nos va a tomar de la solapa y nos va a juntar de prepo en una noche inesperada. Entonces, mientras tanto, me senté en esta mesita a contar historias que no son otra cosa que inventos, laberintos sin salida, una burla para quienes creen que son algo, una escalera que no lleva a ninguna parte. Estas cartas solo son historias apócrifas de amores pasados, de amores muertos y enterrados, amores asesinos, amores imposibles, amores que nunca alcanzan, como todos los amores.
      Estas son las cartas que escribo, cartas sin destino y sin mérito alguno, cartas robadas de otras cartas, las que fueron, las que son, las que podrían ser. Y todas son falsas y todas son verdaderas. Y vos no estás en ninguna y cada una habla de vos, oculta en los significados y en las moralejas. En ellas, vos estás donde has elegido estar, ajena a la posibilidad de ser tocada, de ser rozada por un adjetivo que te acaricie, ausente en este barrio de palabras de dudosa reputación. Pero, sin embargo, vos sos la única que puede ver esa pared falsa que disimula una entrada a la verdad, a lo que oculto, a lo que no se lee. Sos vos la única capaz de llegar hasta esta oscuridad donde habito, entrar sigilosamente, colgar el pasado en el perchero por un rato y, desnudándote, sacar a empujones a los demonios que me habitan, a los que debo alimentar de a ratos, de a poco, de cerca. Vos, querida mía, sos la única que puede modificar el rumbo y aclarar el destino escondido entre tantas palabras inútiles. Palabras que, para vos, solo son silencios, y para mí, la prueba que me incrimina y me deja en evidencia ante la mentira de un olvido falso al que desdichadamente trato de aferrarme.
      Estas no son las cartas que te escribo. Tus cartas han ido a parar una a una al cesto de la basura antes de ser escritas. Tus cartas se han ido hundiendo irremediablemente en el olvido que, como una ciénaga, las traga lentamente. Y ya nada las podrá salvar de su destino final, excepto el aroma mágico de tu cuerpo que hoy es solo un recuerdo que de a poco se va extinguiendo en este fuego alimentado por las hojas que caen de un cuaderno que también está atravesando su otoño. Y con cada palabra que escribo me hundo más en la ciénaga. Y con cada hoja que cae alimento este deseo que alguna vez nació del contacto con tu piel y que solo puede morir mansamente entre tus piernas.

RR

 Foto: Guillermina Raggio

DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...